1• La vida de Kate (I)

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Vivir en una silla de ruedas nunca ha sido fácil. Kate solo podía mover y sentir de la cintura hacia arriba.
Toda la vida que había transcurrido desde su nacimiento hasta cierto punto, se aisló en su habitación. Realizó sus estudios primarios y secundarios en una escuela para "personas especiales". Sin amigos, sin pareja. Solo era ella, su familia (madre, padre y un perro) y su silla. A lo largo de su vida, hizo de su habitación su mundo, y su infortunio, hizo de su mundo, una miseria.
Su 'condición' le impedía valerse por sí misma, mientras "las niñas normales" (así les decía ella) jugaban con otros niños, se enamoraban, crecían riendo, descubrían el mundo y convivían con él, al mismo tiempo que ella, sentada en su "trono", se sumía en la depresión, la soledad y la oscuridad.
Si tenía que ir al baño, requería ayuda hasta cierto punto. Su habitación y baño estaban totalmente adaptados para sus necesidades, lo único que necesitaba era la fuerza de sus brazos.
Kate vivía con sus padres y cumplió veintiún años el reciente dieciséis de noviembre.
Siempre que su madre o su padre no trabajan —los fines de semana—, les pide que la saquen a un parque cercano para respirar aire fresco y alimentar a las palomas, con diminutos granos de maíz.

— ¿Crees que puedes quedarte sola y volver a casa sin ayuda? —pregunta su madre—.

Kate suspira y nuevamente le resalta a su progenitora el hecho de que es mayor y puede depender de sí misma. Su señora madre no objeta nada, solo sonríe, le da un beso pequeño en la frente y deja a su hija a merced de las aves.
Por su mente pasaban muchos pensamientos, que entre ellos mismos, disputaban por el dominio de su mente, pero al final, siempre había espacio para pensar en todo.
Ella miraba como las demás personas podían caminar, correr, vivir sin un problema que los atormente hasta el último de sus días. Pero sus pensamientos variaban de forma estacional, era como un semáforo en su cabeza. A pesar de sentirse mal porque otras personas de manera no intencional, le recordaban su discapacidad, no dejaba de respirar profundamente el aire fresco del parque, de sentir el fino brillo del sol atravesando los árboles y cayendo sobre su cuerpo casi moribundo.
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Sacó una pequeña bolsa repleta de granos de maíz y casi al instante, las descuidadas aves, centraron su atención hacia ella. Metió la mano en la bolsa como si fuese a sacar un puñado, pero solo sacó una pequeña cantidad para que le durase más.
Tres aves hicieron un corto recorrido desde un árbol, se posaron sobre las piernas de Kate y empezaron a picotear buscando algunos granos que cayeron sobre su pantalón.

—No es bueno que se te acerquen tanto.
—¿¡Qué cosa!?
Kate pregunta mientras intenta voltearse para ver quien era el hombre que le hablaba casi al oído. Pero esté le sujetó del manubrio de la silla con tal fuerza que le impidió dar la vuelta; y su cabeza no rotaba lo suficiente como para notarlo.
—Las aves.
—¿¡Quién eres!? ¿¡Qué quieres de mí!? —preguntó exaltada—.
—Eso no importa. Solo debes saber que si les das la confianza de subirse sobre ti, te van a sacar los ojos.

A lo que acaba la frase, el hombre suelta la silla y ella, pudiendo girar, solo alcanza a ver al sujeto alejándose sin mirar atrás, mientras toca las hojas de los arbustos y tararea alguna canción.

—¡Hey! ¡niño! ¡hey!... Espera...

El hombre continuó, ignorándola por completo, mientras ella, muy confundida, lo veía alejarse.
Al volver a su casa, no dijo una palabra. Su corazón palpitaba de una forma diferente. Su mente se preguntaba "¿qué fue lo qué pasó?", y su rostro, trataba de asimilar en una sola expresión lo que su mente y su corazón intentaban entender.
Al caer la noche, se acercó a la ventana y le preguntó a su opaco reflejo, a la luz de la luna distante que se perdía por momentos en el andar de las nubes, el hecho de volver o no, a ese lugar.
Nunca antes un hombre se había acercado tanto a ella, y eso la atemorizaba...

Pensaba lo que podría hacer ante esta situación, decirle a su madre no era una opción. Sin embargo, después de reflexionar mirando el techo de su alcoba antes de dormir, resolvió ir al parque al día siguiente, pero esta vez las aves no eran su motivo principal, ahora la curiosidad le ganaba su lugar.
Se acercó a un costado de su cama, accionó los frenos de su silla, con fuerza se impulsó y tiró la mitad de su cuerpo móvil sobre el colchón. Con la fuerza de sus brazos se sujetó firmemente de las sábanas y pudo acostarse.

Para hacer cosas sencillas como acostarse, ir al baño, ducharse u organizar su alcoba, ella debía hacer un constante esfuerzo, sin embargo, desde los diecisiete años, dejó de necesitar apoyo.
Al día siguiente, despertó con un cóctel de sensaciones. Un sueño imposible acogió su mente por la madrugada y apenas despertó, recibió una bofetada de realidad.
Había soñado que caminaba sola por un sendero al lado de un lago, a mitad de la noche.

Ese día de domingo transcurrió normal. Se dio su baño mañanero y como de costumbre, se posó frente a un gran espejo dentro de su habitación para pasar unas dos horas peinando su cabello castaño brillante de diversas maneras, para ver con cual se notaba más atractiva.
Mientras deslizaba su peine con suavidad por la hermosa melena que surgía de sus adentros, pensaba si realmente se iba a arriesgar a encontrar a ese hombre. La situación la había dejado intrigada, la profunda y sarcástica voz de él, le resonaba en vaivén por sus oídos, formando ecos en su mente que la distraían. Luego de peinarse, todo su cuerpo estaba completamente seco, así que sin pensarlo ni dudarlo, se quitó la toalla con dificultad y dejó su cuerpo desnudo frente al espejo para contemplarlo y suspirar. Con sus manos toca sus mejillas, desciende hasta su cuello, las desliza por sus hombros y las baja hasta tocar y apretar sus senos. Continua deslizando por su abdomen, sus costillas y su ombligo hasta que el elixir que el tacto provocaba al entrar en contacto con su piel, se desvanece. Desde la cintura hacia abajo; su cadera, su sexo, sus piernas y sus pies, por más que se tocase, pegase o maltratase, ese elixir perdía su conexión en esos puntos, y junto a ello, aparecía una mirada perdida, un suspiro largo, una cabeza inclinada y una lágrima en su rostro.

A tus piesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora