Snake Eyes

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Cuando el carro marca Audi A7 negro se aparcó frente al jardín de la casona de sus padres, Thor suspiró resignado y recogió sus maletas del piso de madera de cedro pulida que su madre tanto amaba. Llevaba dos valijas de ruedas medianas, una bolsa de viaje y una mochila donde iban sus libros, pese a que sabía que, probablemente, no los vería hasta el último día del verano, cuando sí o sí tendría que hacer sus deberes.

Chasqueó la lengua y antes de salir de su habitación tomó rápidamente una caja de condones y el lubricante a medio usar y los arrojó entre sus demás cosas. No creía que los fuese a usar, pero había que ser precavido, tal vez su tío tuviese, en su pequeña y apartada mansión campestre, alguna ardiente sirvienta bien escondida. Finalmente, y sin nada más para retrasar su inminente partida, cerró la puerta de caoba veteada detrás suyo y bajó hasta el lobi, donde el hombre de rostro pálido y afilado, charlaba amenamente con sus padres.

Su maleta más pesada chocó un momento contra el marco de madera de las escaleras, produciendo un sonido hueco que rebotó fácilmente en las paredes de la gigantesca casa. Entonces los ojos de su tío se habían apartado de su madre, subiendo lentamente por el entramado de escaleras, hasta sí. Thor sonrió incómodamente, mientras se retorcía debido a la intensa mirada. Ya había olvidado por qué odiaba las visitas del hermano menor de su padre: sus ojos.

Siempre le habían parecido aterradores, de un verde intenso, frío, sin emociones y que parecían ver cada cosa de ti: como una serpiente que mide en cuántos bocados podrá acabar con su presa.

Un escalofrío subió desde la zona baja de su columna hasta extenderse por sus miembros, erizando cada vello de su cuerpo. Incómodo, apartó primero la mirada, sintiendo como la de su tío seguía taladrándole la cara un poco más.

Escuchando cómo la charla reiniciaba, terminó de bajar los últimos tres escalones, hasta acercarse al grupo. Miró de reojo a su madre, que tan habladora como siempre, parecía bombardear con preguntas a su tío, entonces, curioso por la expresión que tendría el frío hombre, movió de forma disimulada sus ojos hasta vislumbrar su rostro.

Honestamente, Thor sabía que su tío, Loki, tenía algún tipo de debilidad por su madre. Lo había visto a lo largo de los años, en las raras ocasiones en que toda la familia se reunía y ellos convivían, pero, incluso ahora, seguía siendo bastante asombroso ver cómo la persona que lo había mirado duramente, incluso cuando era un niño pequeño, parecía adoptar un gesto casi dulce cuando se trataba de Frigga.

Thor frunció el ceño; su cuñada.

A Thor, honestamente, nunca le había terminado de gustar Loki: demasiado mordaz, demasiado cínico, con su fría indiferencia, su aspecto camaleónico y andar altivo.

Al mismo tiempo, y aunque no quisiese admitirlo —y, de hecho, jamás lo haría frente a nadie que no fuese sí mismo, a puertas cerradas y con los labios apretados firmemente— una vez lo tenía cerca, no podía quitarle los ojos de encima. De hecho, y para su vergüenza, recuerda haber corrido detrás de él todo el tiempo cuando era niño, buscando su atención de alguna manera. No podía entender la razón, sin embargo, incluso ahora, le costaba no buscarlo con la mirada cada vez— incluso si, una vez que sus miradas se conectaban, él se apresuraba a girar el rostro en otra dirección — observando de refilón el largo cabello azabache bien peinado hacia atrás, la perfecta piel blanca y, como el siempre impecable traje oscuro, parecía acentuar cada buen rasgo en su anatomía.

De hecho, los profundos iris verde, de un tono que jamás había logrado definir — demasiado claro para ser verde pasto, demasiado oscuros para un verde primaveral... demasiado brillantes para ser incluso humanos. Hipnotizantes y aterradores en iguales partes— eran una de las cosas que más llamaban su atención. Y cuando sentía que nadie, que él, no estaba viéndolo, los observaba durante horas.

Under the clothesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora