Capítulo 13

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El cielo de París, detrás de la iluminación dorada de la torre Eiffel, era oscuro y sin estrellas. Las calles estaban silenciosas y el Sena, muy debajo de las ventanas de su oficina, parecía frío y hostil. Él estaba absorto en sus pensamientos cuando oyó que se abría la puerta y entraba alguien. Se giró en la butaca y vio a su ayudante con una expresión de inquietud.

–¿Qué pasa, René?– le preguntó él con impaciencia.

–Le esperan en un cóctel en el Ritz…– René miró su reloj. –Desde hace diez minutos.

–Llámalos– Off frunció el ceño. –Diles que me han retenido y que llegaré tarde.

–Puedo hacerlo, claro, pero es el cumpleaños de la condesa y… ya sabe cuánto quiere que acuda.- Sí, lo sabía. Todo el mundo lo quería a él. Todos menos uno. Apretó los dientes y miró al infinito. Un chico infernal y desesperante que le había dejado muy claro que no lo quería lo más mínimo.

–¿Pasa… pasa algo, jefe?-  lo miró y estuvo tentado de sincerarse con su leal ayudante, algo que no solía hacer. Aunque tampoco solía sentirse como si un peso enorme le oprimiera el corazón o como si le faltase algo fundamental en su vida y se sintiera incompleto. Cerró los ojos. ¿Había creído que esa forma despiadada de rechazarlo habría bastado para que entrara en razón y que así sería más fácil olvidarlo? Si acaso lo había creído, se había equivocado y no le gustaba equivocarse. Pensó en lo contradictorio que había sido. En el chico tierno y apasionado que se había entregado sin reparos a los placeres del sexo. Se acordó de su ilusión casi infantil cuando lo llevó a desayunar a Shelter Island. Se acordó de cómo había encandilado a su abuelo y de cómo había conseguido que su hermana, que era un chicazo, pareciera una modelo. Pensó en la disparatada esperanza que había despertado en su corazón y en que, de repente, todas las cosas con las que no se había atrevido a soñar habían parecido posibles con él. Se acordó de la expresión temblorosa de su rostro cuando le pidió que se casara con él, en cómo había parpadeado para contener las lágrimas de alegría cuando lo miró. ¿Y entonces? Entonces, nada. Le había dicho que no podía casarse con él con una voz inalterable y un rostro carente de toda emoción. Le había dicho que no lo amaba cuando eso contradecía todo lo que había hecho. No tenía sentido. Sacudió la cabeza. Si no hubiese sido tan inocente, habría sospechado que había otro hombre. Aunque quizá no fuese una idea tan descabellada. Se había quedado el diamante sin pensárselo dos veces, ¿no? Quizá no fuese tan ingenuo como parecía. Quizá él solo hubiese sido su… semental, un macho alfa al que había elegido como candidato ideal para su iniciación sexual. Quizá se hubiese desinhibido porque era extranjero, conocía a algunas mujeres y tipos así, cuando siempre había pensado casarse con un aristócrata inglés de su misma clase. Volvió a sentir ese arrebato de celos que era como un veneno en las venas, abrió los ojos y vio a René mirándolo con la misma expresión de preocupación. Pensó en la pregunta de su ayudante y se dio cuenta de que, efectivamente, pasaba algo y tenía que ver con su propio comportamiento ¿Desde cuándo se había hecho preguntas sin buscar las respuestas?

–Necesito cierta información sobre una persona.

–¿El mismo chico que antes?– preguntó René con inocencia. –No se tratará del joven Atthaphan Phunsawat, ¿verdad?.

–Lo antes posible– contestó Off con impaciencia.

–Claro– René hizo una mueca con los labios. –Si no le importa que se lo diga, jefe, esto está empezando a convertirse en una costumbre.

–Sí me importa– Off frunció el ceño mientras se quitaba la corbata. –No te pago para que me des tu opinión cuando no te la he pedido. Pide el coche y me pasaré un rato por la fiesta de la condesa. Además, ¿te importaría borrar esa expresión jactanciosa de tu cara? Está empezando a ponerme furioso.-

Mentira y Deseo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora