PRÉLUDE

153 7 0
                                    

Caer, era lo que sucedía.

La condena, haciéndole contener el aliento como esperando a que algo horrible entrara y le devorara. Estaba cayendo en un abismo de mentiras e ilusiones, en la cual aquel hombre era el creador de ellas con tal de que no se descubriera la dolorosa verdad. La intriga había invadido su poca seguridad haciéndolo trizas.

Estaban jugando con sus sentimientos.

Lloraba desconsoladamente en silencio porque era la primera vez en que experimentaba el amor en todas sus formas, nunca se había enamorado tan profundamente como lo estaba en éste momento hacia él.

«Maldición, aquél no sale de la mente.» pensó. En ese momento, lo único que quería era gritar, reír de lo patético que era y volver a repetir porque no hallaba la manera para detenerlo.

Ante los ojos del chico, él era una bella obra de arte, cincelada delicadamente con cada detalle que era único, con sus orbes oscuros que le miraban atentamente. Todo en él daba luz y tranquilidad, paz y serenidad. Era un ser inmaculado. Pero, eran simplemente falsas facetas. Máscaras, que creía reales pero, ciertamente ponía en pie ante ésta pregunta: ¿acaso vemos en los demás solo aquello que queremos ver?

No todos podemos superar los estigmas, no todos tenemos los mismos estigmas. Unos son más fáciles de solventar que otros y eso lo hace diferente. Nadie puede resolver nuestros problemas, solo nosotros debemos hacerlo frente y detenerlo, aunque sea la cuarta parte de todo el problema y sentir que poco a poco ese proceso lo vamos superando.

Desde hace un año no sabía exactamente el tipo de persona que era Song Min-gi. Pero el tiempo pasa mientras uno inconscientemente se detiene a observar aquellas pequeñas porciones de la vida. Observas cada mínimo detalle, y en sosiego, mientras lo demás hacen lo suyo y ve las cosas con más claridad.

Hace unos meses comenzó a experimentar lo que le llamaban amor a primera vista más, se detuvo a voluntad propia a escuchar a los demás. Los comentarios negativos se acumulaban lentamente en su mente mientras su corazón se quebraba a través del compas de una tonada de Beethoven y por inercia, sólo siguió escuchando en silencio.

Aquellos mimos y besos se convirtieron en absoluto silencio, ignorancia e indiferencia.

Siempre era lo mismo. 

En las fiestas nocturnas era un caballero;  amable y seductor. En cuanto en las mañana era seco como el mes de mayo, taciturno e ignorante. Y todo lo demás se repetía.

Odiaba las llamadas. 

Odiaba a que le fuera dulce. 

Odiaba a que preguntase por otra persona que no sea él.

Después en las noches decía que le amaba, que amaba la forma de ser, de mirar y que, nunca se alejase de él. Pero Jimin seguía sin entenderle, aquel hombre le confundía por completo. Hasta llegar esa en la cual se convertiría en su última fiesta junto a él. —Deja de sentir cosas por mí —lo tomó de los hombros para que lo capte bien—. Jimin, yo no te amo. 

Esa noche todo se había ido a la borda. Su mundo se derrumbó, su dinastía de tener una visión de un futuro póximo hacia él, esas esperanzas fueron asesinadas durante ésta guerra entre seguir luchando y sobrevivir o, dejar que lo maten y morir en batalla, y así fue. Murió en plena batalla.

«No llores, por favor.», pensó. «Sólo sonríe y todo estará bien, tranquilo

El rubió le miró directo a los ojos, aquel chico que tenía en frente se veía un poco preocupado por cómo reaccionaría el nombrado, pero no. Jimin al final nunca dio a demostrar aquel mundo que sería el siguiente Titanic en caer a la profundidad del mar.

Éste simplemente asomó una leve sonrisa, dejándose soltar de su agarre e internamente había tomado fuerza de dónde no las tenía y sin más, dio la media vuelta y se retiró del lugar como si nada, y esa fue la última vez en que Park Jimin dejó de ver su rostro.

© LOVE ✧ KOOKMIN 국민Donde viven las historias. Descúbrelo ahora