El Dr. Michael J. Evans, alias mi padre, es un reconocido dentista en la ciudad. Y durante una época, podría decirse que el Dr. Evans se había convertido en el destina favorito y había ganado los corazones de muchos debido a su amigable trato con las personas. No cabía ninguna duda que él era carismático, gracioso y siempre sabía qué decir al público de cualquier edad. Además, tenía ese poder de calma que a veces no lograba entender.
Sin embargo, para mi yo de 12 años, mi papá era como un héroe de esas historietas que solía leer mucho.
Mi deducción era sencilla: él salvaba a las personas durante el día, —o al menos, a sus dientes—, y durante la noche era un padre que le gustaba contar chistes en la mesa, arroparme antes de dormir y tomarse una copa de vino con mi madre mientras veían la televisión. Todo antes de las 11pm. Lo cual lo hacía algo así como invencible por poder hacer millones de cosas a la vez, siempre cumplir y estar descansado.
—Hubo esta anciana en el consultorio... —Estábamos cenando los tres en la mesa y él nos contaba sobre su día de trabajo, sin poder evitar reírse de su propia anécdota incompleta, contagiando una sonrisa expectante en el rostro de mamá y el mío—, que tuvo un problema con su prótesis dental.
Él no paraba de reír para terminar de contar su historia, tanto que mamá lo tomó de la mano sobre la mesa y comenzó a reír ella también.
—Oh, cariño, trata de respirar —le dijo ella, dándole un apretón a su mano.
—Es que... —Papá tomó una gran bocanada de aire antes te continuar—. A esta pobre señora se le había perdido su prótesis dental, entonces ella...
Mamá y yo nos miramos divertidas, pensando igual acerca de si papá algún día terminaría de contar lo que había ocurrido antes de que la cena acabara.
—Entonces ella llegó toda frenética al consultorio, intentando decirnos lo que había pasado —continuó, haciendo este ruido gracioso ruido con su nariz—, pero nadie podía entenderle, ya que prácticamente no tenía dientes, así que pasamos alrededor de diez minutos tratando de descifrar lo que nos quería decir. Al final, Tracy tuvo que darle un papel y un bolígrafo para que escribiera que necesitaba una prótesis nueva con urgencia, ya que tenía una cita esta noche.
Ambas soltamos una carcajada cuando finalmente se había dignado a terminar con la anécdota. Papá siempre tenía algo divertido que contar sobre su trabajo y nos gustaba de esa forma. Nuestras cenas nunca llegaban a ponerse aburridas.
Ese tipo de cenas fueron vigentes hasta que mamá murió.
Luego de su muerte, papá y yo ni siquiera podíamos mantener una cena de principio a fin sin que alguno de los dos se levantara y se fuera.
Las primeras veces, éramos lo suficientemente respetuosos con la memoria de mi madre como para quedarnos hasta que acabáramos de comer, incluso cuando ninguno podía soportar el silencio sepulcral, la tensión y la evidente ausencia que nos invadía.
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Holding on and Letting go ©
Teen FictionAlyssa no tiene amigos, ella tiene a la cocaína, a la heroína, a la marihuana, al éxtasis y al alcohol. Ella no tiene madre, tiene madrastra. No tiene estabilidad, ella sólo sobrevive. Alyssa no está bien, ella está rota. Con 19 años de edad y un ac...