Capítulo 3: Hey You

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Fox condujo directamente hasta su apartamento, sin preguntarme de nuevo lo que había ocurrido en casa, lo cual me pareció perfecto, solo me dio un cigarrillo para que me calmara e hizo que me acercara a su cuerpo, puso su brazo alrededor de mis hombros y siguió conduciendo.

La noche en que lo conocí, me lo encontré por casualidad mientras escapaba de aquella fiesta la cual Bárbara —una chica que solía ser mi amiga— me obligó a ir. No tenía ánimos para eventos sociales, pero ella dijo que me vendría bien, que era parte de ser adolescente, así que no tuve más remedio que asistir. El ambiente me estaba asfixiando y salí a tomar aire al patio, poco después, Fox salió a fumarse un cigarrillo y se percató de que "esta chica linda" estaba al borde de las lágrimas.

—¿Quieres un cigarrillo? —me preguntó, sentándose en el suelo junto a mí.

Me reí por eso. La gente normal lo primero que pregunta al verte triste es si algo te pasa, o si estás bien, o si necesitas ayuda, pero él, no se anduvo con rodeos. Por eso me agradó casi al instante.

Acepté su cigarrillo aunque no fumara, luego acepté entablar una conversación aunque no tuviera ganas, y luego acepté que me besara. Y se sintió bien. Y lo seguimos haciendo al día siguiente en la escuela, y de pronto me llamaba diosa, y me llevaba a su apartamento a fumar porros. Luego, bueno, lo demás.

Todo eso ocurría, mientras papá salía con Clementine a citas, se saltaba cenas "familiares" y dejaba de visitar conmigo a mamá en el cementerio.

—¿Tengo que descubrir por mí mismo por qué desapareciste por tres días? ¿O me lo dirás tú? —me espetó Fox, cuando ya nos encontrábamos dentro de su pequeño apartamento, tumbados en el sofá, sin que ninguno dijera nada.

Hasta ahora.

No quería decirle porque a pesar de todo, Fox no era de esos chicos locos que no hacen más nada que drogarse. Él sabe muchas cosas sobre mí, somos amigos, nos preocupamos sin querer. Es inevitable el sentirse curioso por los problemas del otro. Es la única tonta debilidad de esta "relación".

Me erguí para apagar el porro con la mesita de madera frente a nosotros. Creo que ya no le cabían más manchas circulares, debía comprarse otra urgente.

—Prefiero que no sepas —le dije, mirándolo a cara.

Expulsó el humo por su boca y me sostuvo la mirada unos segundos.

—Diosa, ¿qué es lo que no quieres decirme? —Sus ojos me examinaron con cautela, era obvio que quería saber lo que me pasó. Odiaba cuando adoptaba esa actitud.

—Se supone que si no quiero hablar de ello, no me obligarás —expresé fríamente—, así que no preguntes.

Él se irguió con expresión divertida y me besó fugazmente en los labios.

—Tranquila, tranquila, no tienes por qué ser tan dura, lastimas mi sensible corazón cuando me hablas así —se rió, rodeándome con sus brazos—, solo estaba tratando de hacerte saber que puedes hablar conmigo.

Holding on and Letting go ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora