Mikaela miro el techo de su casa ya cansada de toda la situación, su madre empeoraba cada vez más, y después de dos años de desvelos, por primera vez decidía faltar al correteo que conllevaba ser psiquiatra e hija de un paciente.
Camino arrastrando los pies hasta la cocina, y la presión en su cabeza que sentía al salir del consultorio volvía a estar latente. Necesitaba dormir, pero por muy extraño que pareciera, se sentía cansada sin embargo no podía decir que sus ojos se cerrasen del sueño.
Tomo una botella de vino que tenía guardada para una ocasión que nunca llego. Y con un vaso plástico (que fue lo primero que tuvo a su alcance) comenzó a beber sentada en el sofá de la pequeña sala. Un trago llevo al siguiente, hasta tener la botella casi vacía, aunque más que con sueño se sentía asqueada, y no realmente por el vino.
Entre tropezones subió la escalera que llevaba a la segunda planta de su casa, con las luces apagadas del pasillo básicamente se arrastró hasta su habitación. Sentía que el medallón que siempre cargaba consigo la ahogaba y al igual que el resto de su ropa la saco hasta quedar en ropa íntima y lanzarse a la cama. Estaba cansada de todo, y entre susurros de ebriedad se dijo a si misma que las adversidades del hoy la harían mas fuerte para el mañana.
A pesar del estado alcoholizado de la joven de cabellos rizados, no pudo evitar despertarse por la noche entre sueños llenos de incomodidad, que parecían tan confusos pero cuyas sensaciones le calaban la piel.
Con los ojos algo pegados debido al cansancio y las muy probables lagañas que tenía se giró hacia el lado izquierdo de su cama que daba una vista directa a la puerta de la habitación. Entre la oscuridad nocturna pudo divisar un brillo color zafiro que parecía mezclarse con sus pesadillas. La silueta poseedora del brillo se giró con dirección a la mesa de noche donde había dejado su medallón al desvestirse y con una desesperante lentitud se volvió hacia Mikaela, quien paralizada del miedo creía haberle visto sonreír.
Por puro impulso de supervivencia empezó a maquinar formas de escapar de esa situación, aun así muy en el fondo de sí misma se preguntaba si aún seguiría soñando. Con el simple motivo de responderse a se levantó de un salto de la cama y corrió hasta la otra punta de la habitación para encender la luz.
Nada.
No había nada, pero estaba segura de que alguien había estado ahí, y las ventanas abiertas de su habitación no hacían más que reforzar su temor.
Un paso lento, dos pasos lentos, tres pasos lentos y una carrera hasta la ventana para cerrarla. Era infantil aquella acción, sin embargo en ese momento no le importaba. Se restregó los ojos que parecían continuar entre cerrados, con lentitud se encamino hacia el pasillo, soltó un bostezo que se quedó a medias al sentir una corta ráfaga de viento frio cruzar el pasillo. Eso no podía ser normal. No es que por las noches no pudiera haber viento, sino porque no habían ventanas cerca del pasillo... solo en su habitación.
Giro sobre sus talones quedando nuevamente de frente a la puerta de su habitación, una vez más la ventana estaba abierta. Trago fuerte. Era una persona muy creyente en cosas sobre naturales y algo le indicaba que todo aquello no era una simple coincidencia. Si no era un espíritu, algún ladrón debía de haberse escabullido por ahí.
Bajo las escaleras con cierta prisa y corrió a la cocina, tomo un cuchillo de carnicero que nunca ocupaba, pero que en esos momentos agradecía tener ahí.
Mantuvo silencio, le pareció escuchar a alguien en el piso de arriba.
Tac, tac, tac.
Juraba escuchar lentos pasos quizás de zapatillas en la planta superior.
¡Pum!
Algo había caído en el patio frontal de la casa, ¡quizás habían decidido escapar por la ventana al enterarse que tenía un cuchillo!, reflexiono en ello, en realidad era una tontería.
¡Ding, Dong!
El timbre acaba de ser presionado. Observo la manija de la puerta atemorizada.
¡Ding, dong!, continuaba el ruido insistente y Mikaela comenzaba a ponerse nerviosa.
La piel se le erizo, le pareció ver la manija girar, parpadeo unas cuantas veces asustada.
Se reprochó una vez más el no haber ido a ver a su madre, quizás habría sido capaz de salvarse y de verla, por muy duro que aquello hubiera sido. Ahora moriría a manos de quien sabe quién.
Volvió a centrarse en la manija, el ruido ceso, no se había movido más, quizás nunca se había movido. Respiro profundo intentando calmarse. Todo estaba bien, se repetía una y otra vez.
¡PAM, PAM, PAM!
Golpeaban la puerta insistentemente.
No, nada estaba bien.
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𝑴𝒊𝒌𝒂𝒆𝒍𝒂: la maldición celestial
Ficção AdolescenteUna joven psiquiatra se ve envuelta en una guerra entre dos mundo, en la que lo único que sabe es que el medallón obsequiado por su madre es necesitado por Dios. ¿Qué le depara a esta chica junto a un demonio y un ángel? Fecha de publicación: 21-02...