Capitulo I : La gloria del ingenuo.

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Ave Maria, Dolce Maria [...] quien si no los más altos en los cielos son los que pueden salvar a los hijos que mueren de hambre, incluso los cultivos de uva jugosa que alguna vez sirvieron para el vino que tanto se degustaba dejaron de producir suficiente para sobrevivir, incluso los pobres animalejos que alguna vez sonaron un cencerro esperan el momento de morir. 

Eras el hermano menor de cuatro y tu único deber era alimentar a los pocos animales que quedaban a unos metros del viñedo, darles a probar bocado con unas plantas secas que al mascar de seguro pedirían más agua para tragar, lo hacías tan temprano como podías debido a que era una obligación que al ignorarla tu padre podría atacar tus mejillas con golpes hasta rebosarlos de un tono rojo y para mala suerte nadie era digno de recibir unas monedas en la calle si resultabas con una imagen estropeada. Los adultos ignorarían los moretones, serías menos bonito de esa forma.

Tú madre solía decirte —Mi Andrea canta precioso, es un ángel. — cuando te sacaba a las calles del pueblo a cantar, teniendo tan solo ocho años eras conocido por ese dote que los propios padres adjudicaban ser un regalo bendecido de los cielos al cual debían sacarle provecho antes de la maduración. Teniendo una corta edad pensabas que la palabra —Maduración— hacía referencia a que te comparaban con una fruta.

Las tierras de Andría parecía lloverle desgracias continuas, en ocasiones asediadas por mercenarios, ultrajada o robada para luego ser otorgada con años de calma para al final volver a la catástrofe por ende la economía era apenas palpable a las manos de la familia Parisi.

Tu vida era sencilla y ordinaria, carente de tantas cosas, pero al mirar el cielo de alguna forma te relajaba, solías creer que si cantabas hacia los cielos alguien te respondería ¿Se le podría llamar a eso inocencia? Pero, aunque tenías una edad tan corta entendías a la perfección las necesidades, el hambre y el llanto te tu madre en las noches e incluso las discusiones de tus hermanos mayores es por eso que todos los días a la semana en las tardes cantabas en el centro de Andría, unas cuantas monedas resultaban gratas para comprar un poco de pan.

A mediados de diciembre cerca de tu cumpleaños tú madre te había dicho que si lograbas conseguir al menos diez monedas podría recoger un pan más grande y quizá le pediría a Amadeo el carpintero un juguete, todo en ese instante fue perfecto que incluso con su dedo índice había picado tu nariz respingada, te vistió correctamente y comenzaron la caminata cotidiana.

Cuando llegaron tu madre acomodo la tinaja de barro donde lanzarían las monedas y de nueva cuenta con un poco de saliva en su dedo pulgar tallo tus mejillas, te palpo los cabellos rubios para darte paso a cantar, dejaste que esa voz dulce inundase tu propia cabeza, este día sería especial, tan importante que incluso viste por vez primera un carruaje detenerse.

El caballo negro relincho al ser alado por el cochero quien vestía un traje elegante de talle negro con blanco, un sobrero especialmente elaborado, parecía no despegarse de su cabeza, pero, aunque había detenido el carruaje de forma tan abrupta que espanto a tu madre quien ahora te rodeaba de brazos era casi inviable apartar la mirada de quien estaba dentro de tal vehículo elegante, la tela blanca se corrió ligeramente dejando escapar la peluca blanca envuelta en rizos, luego su rostro corpulento bastante rosado por el colorete en las mejillas se asomó.

Te miro. Su mirada era tan penetrante que tuviste necesidad de esconderte detrás de la gran falda de madre, pero ese hombre desconocido sonrió serenamente dirigiendo esta vez la vista a quien era la mayor presente.

–He escuchado de muchos que su hijo tiene una voz de ángel, quería comprobar si los rumores eran ciertos que vine desde Nápoles para ello. —

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⏰ Última actualización: Dec 07, 2020 ⏰

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Mia cruda sorte / Mi cruel destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora