Un soldado caído.
Tras salir de Ite, el 16 de mayo no veía esperanza ninguna en sobrevivir a aquellas montañas ariscas del gran desierto. Todos nos equipamos con suministros, pero aún de esa forma no encontraba la manera de cruzar aquel mar ígneo. Comenzó el caminar incesante, día y noche, la luna nos presagiaba lo impenetrable de aquel sitio, aun así, las noches eran nuestro único descanso del calor abrasador del día, las estrellas observaban como cada uno de nuestro grupo se derretía en su propio cansancio. Los días pasaban sin darnos cuenta, el sol ya nos quitaba la conciencia del tiempo. Ya no sentía las piernas, solo se movían por instinto de supervivencia. Llegamos al lugar donde yacían las cosas de algún grupo de desafortunados que no lograron cruzar, lo más posible es que su sed los asfixió en un mar de desesperanzas hasta que su mismo organismo los dejo de martirizar. Nosotros para conseguir la marcha tuvimos que ir dejando cosas en el camino, nuestro aspecto empeoró mucho, vestíamos con estropajos sucios y rasgados, más que soldados que irían a luchar por su patria parecíamos vagabundos a punto de morir de hambre en un desierto sin fin. Todo fue una tortura hasta que la tempestad se hizo sonar, a lo lejos se oían truenos y la lluvia de balas. Solo pudimos reaccionar a acelerar el paso, aunque eso nos dejara en un estado de precariedad absoluta. Al llegar donde se desarrollaba el aluvión de plomo me di cuenta de cómo los enemigos se atrincheraban, tal rata en su cueva. Tantas fueron las balas que salían desde sus trincheras que me dejaban un pitido en el oído, no, no podía oír absolutamente nada, solo veía que en el intento de dar la batalla muchos de mis compañeros y amigos eran baleados sin resentimiento alguno, aquello no era un campo de batalla como lo relatan en las historias, era el mismísimo infierno en su representación más terrorífica tanto como si el mismo demonio sonriera cada vez que una bala traspasaba el cuerpo de alguno de mis conocidos. Aguanté la desesperación lo más que pude, pero ver aquellos cuerpos pálidos y sin expresión en el suelo, me ganaban. Tocó el momento de cruzar al otro lado y acabar con este abismo de plomo de una vez por todas, mi amigo que me acompañó en toda esta travesía lo haría una vez más. ¡Lo habíamos logrado!, ¡cruzamos con vida! ¿Nada es tan bueno verdad?, cuando llegué al otro lado, me di vuelta emocionado a ver a mi amigo, pero lo único que vi fue su mirada fija hacia mi mientras caía muerto al suelo, en un segundo mis esperanzas se rompieron en mil pedazos. Mientras estaba parado sin poder digerir tal escena, me dispararon en la pierna, por la falta de energía que tenía, caí inmediatamente al suelo, ahí me quedé mirando a los demás que intentaban cruzar, y siempre era el mismo resultado, morían. Los cuerpos se acumulaban, y aquellos malaventurados que seguían intentando cruzar se llevaban el castigo peor dado.
La única forma de sobrevivir era esperar escondido hasta que a los enemigos se les acabaran las municiones y dieran una pequeña abertura al paso, pero parecía que eso nunca pasaría. Ya no tenía esperanzas de ganar, pero aun así mi instinto de supervivencia me obligaba a apretarme la pierna con un trozo de prenda sacado de un cuerpo para intentar parar la hemorragia. Lo logré, pero con lo que sangró me había dejado sin energías, me había puesto pálido y moribundo. Cuando miré hacia el lado vi los rostros completamente llenos de terror de los soldados, su expresión solo dejaba en claro el error de haber venido a esta guerra estúpida y sin sentido.
Llego un momento donde mis oídos volvieron. La verdad ojalá nunca hubiera ocurrido, oía como mis compañeros lloraban mientras le pedían a su dios que los sacase, también se oían los quejares agonizantes de los que cruzaron sin suerte y quedaban tirados en el peor de los lugares, en la peor situación y con el peor destino. Perdí la noción del tiempo que llevaba a tirado, me guiaba por si se oscurecía o no. Y cuando el sol finalmente se ocultó, el silencio se instauro por completo, me asomé a por la trinchera para ver qué pasaba y los vi, el enemigo planeaba una trampa. Al mirar hacia el lado vi como 3 de los 5 soldados del otro lado cruzaban emocionados, y con cara exaltad, grité lo que pude para que no cruzaran, pero no surgió efecto. Las caras de felicidad de los que se atrevieron a cruzar cambiaron por completo cuando entre cañonazos y balas los dejaron en pedazos. Sus cuerpos se desmembraron de forma armoniosa junto a la explosión, parecía que todo ocurrió tan lento, sus cuerpos perforados y destrozados, volaban hacia los lados. El terror me invadió cuando la cabeza del comandante que me trajo a este lugar cayo entre mis piernas, parecía que su mirada se dirigía a mí de forma culpable, la aparte desesperadamente de mí.
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Escritos de un alcohólico con insomnio.
AcakCosas cortas, o no tanto, que escribo cuando me doy cuenta que soy miserable y no tengo a quien contarle mis problemas y emociones.