Capítulo XII

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Capítulo 12

Su mano sujetó la mía con firmeza mientras su mirada estudiaba mi semblante con tal intensidad que me hizo temblar por dentro, el bullicio del salón era demasiado. Se escuchó ruido de cristales rotos por la zona de la barra, pero ni miró hacia allá, sin pronunciar palabra, se dio vuelta y me jaló, casi arrastrándome tras él, me  impresionó ver cómo la gente se abría a su paso, ni siquiera usaba los codos, simplemente atravesaba el tumulto.

–¿Adónde vamos? –grité, recuperando mi voz.

Ni siquiera me miró, sin embargo, yo sabía que me había oído pues sus dedos me dieron un apretón suave. Un pensamiento espantoso me asaltó al ver que pasábamos el largo mostrador y cruzábamos la rampa que conducía hacia un lugar más pequeño, donde se despachaba la comida.

–¿Me vas a echar? –pregunté, dando voz a mi inquietud, por mortificante que fuera eso, él era capaz de hacerlo, después de todo, trabajaba allí ¿Lo haría? ¿Habíamos llegado a ese extremo?

Nos aproximamos al lugar donde una muchacha, con la clásica camiseta de Lotto, tomaba órdenes en una libreta, arrancaba las hojas y las dejaba sobre la barra detrás de ella, para los cocineros. La fila para la comida era mucho más corta que la de los tragos, pero unas cuantas personas ya esperaban allí, ansiosas por una hamburguesa para acompañar su cerveza, seguimos sin detenernos, Jongin levantó una tapa en el mostrador y me llevó tras él, la chica que tomaba las órdenes miró.

–Dara queda a cargo.

La chica desvió su mirada hacia mí, abrió la boca y en sus labios se formó una "o" de sorpresa.

Atravesamos la cocina y dejamos atrás a dos cocineros con pañuelos en la cabeza, que se ocupaban de las freidoras, Jongin se detuvo frente a la puerta de la despensa, buscó unas llaves, puso una en la cerradura y abrió la puerta de par en par.

En el interior no había estantes ni provisiones, como yo esperaba, frente a nosotros, se alzaba una escalera, me hizo pasar, cerró la puerta y echó el cerrojo. Inmediatamente los sonidos del bar disminuyeron, como si alguien hubiera presionado el botón del volumen en un control remoto, mi corazón empezó a latir enloquecido y la sangre rugió en mis oídos ante su proximidad. Ante nuestra repentina soledad, una única lámpara que brillaba al final de la escalera nos salvaba de la oscuridad total, me llevó tras él; el cálido pulso de sus dedos latía sobre los míos.

Nuestros pasos retumbaron en los peldaños de madera, reverberando en el espacio estrecho, hasta llegar abruptamente a una habitación de grandes dimensiones, el piso era de madera y las paredes, de ladrillos, había unas interesantes fotografías enmarcadas, repartidas aquí y allá. Algunas colgaban de los muros y otras estaban apoyadas contra la biblioteca, el lugar era espacioso y tenía una cama, un área para oficina y un espacio de estar, la cocina ocupaba el rincón más alejado, a la derecha, un gran sofá se ubicaba frente a una pantalla gigante, y en materia de decoración, no había mucho más. Un típico apartamento de hombre, supuse, después de todo, no había estado en muchos, me soltó la mano y se dejó caer en una silla, lo contemplé aturdida mientras se quitaba sus botas.

–¿Aquí es donde vives? –conseguí murmurar.

–Sí –y eso fue todo, un único monosílabo, la primera bota dio contra el suelo, sin levantar la vista, se ocupó de la otra.

–¿Vives solo? –torpe. ¿Acaso me creía que todos los empleados del bar dormían ahí?.–Levantó la vista. Serio.

–Este lugar es mío.

–¿Lotto? ¿Eres el dueño?

–Ha pertenecido a mi familia durante los últimos cincuenta años, soy Kim Jongin, mi padre lo dirigió hasta hace dos años, ahora lo administro yo.

1. Kyungsoo I.UDonde viven las historias. Descúbrelo ahora