Prefacio

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“Dios del infortunio y las flores muertas,
libéranos de este desasosiego con bordes afilados”.

La lluvia golpeaba con reciedumbre las calles de Grivan. Era una noche tormentosa cuando Eileen Causey volvía de comprar la cena para esa noche. En cada esquina podía vislumbrarse una cantidad de gente sin hogar, refugiados bajo cartones y cajas. Si algo caracterizaba a la ciudad de Grivan era su carencia de pulcritud y su amplitud de pobreza, como también la escasez por mantener a la ciudad libre de crímenes. Cada día se veía un nuevo caso de delincuencia, robo a mano armada y hasta asesinatos por matones. Y Eileen lo sabía muy bien.

—¡Chsst! Nena —le chistó un muchacho que la seguía detrás junto a dos varones más.

La joven hizo oídos sordos y apresuró el paso hasta llegar a su apartamento. Lamentablemente aquello se veía todos los días y todas las malditas noches.

—¿Dónde vas tan solita, bombón? Vente con nosotros.

Las risas al unísono de aquellos jóvenes provocaba a Eileen un malestar y una incomodidad horrible. Sin embargo, mantuvo la seriedad en su rostro. No iba a mostrarse vulnerable ni con miedo. Lo peor que podía alimentar a gente como aquella, era dejarse ver atemorizada. Ella metió la mano en el bolsillo de su chaqueta donde tenía un manojo de llaves. Las agarró y las colocó sobre sus dedos en una posición de defensa.

—Nena, no nos ignores. Solo queremos pasarlo bien contigo —insistieron.

La chica, respondió:

—No estoy interesada.

Los varones empezaron a caminar a paso ligero y Eileen hizo lo mismo. Su corazón latía con tanto ímpetu que creyó que colapsaría. Si el hecho de ser mujer era aguantar semejantes situaciones cuando se caminaba sola, no quería vivir toda su vida con pánico. Tener que contar los minutos que faltaban para llegar a casa era una agonía eterna y desesperante.

Grivan jamás sería segura y su Gobierno no hacía nada por remediarlo.

Pudo ver su apartamento en la distancia, pese que los chicos todavía la seguían. Ella estuvo a punto de sacar sus llaves y defenderse sino fuera por su vecino Ashton Roux, quien se estaba sacudiendo de la lluvia por haberse empapado.

—¡Maldita sea! ¡Está lloviendo a cántaros! —exclamó el joven detective.

Ashton, que volvía de comisaría, observó a su vecina. Su rostro palidecido le advirtió de la anormalidad de la situación. Luego estudió a los tres chicos que la miraban cuál depredadores y lo entendió todo.

—¡Zorra! No vayas provocando con esa falda y esas medias de rejilla sino quieres que te pase nada.

Ashton sacó su tarjeta de identificación como detective y la mostró a los chicos.

—¿Por qué no retrocedeis vuestro camino, si sois tan amables? También podéis pasar una nochecita en el calabozo por acoso e intimidación.

Los varones retrocedieron y exclamaron:

—¡Putos polis! ¡Están en todas partes! Vámonos.

Bajo el silencio de la lluvia, Ashton observó a su vecina Eileen, quién tampoco llevó paraguas en ningún momento. Su sombra negra de ojos se había corrido por sus párpados. Era una muchacha con un estilo propio. Ashton siempre la había visto vestir con ropas oscuras y camisetas de grupos de rock, grunge y metal.

«Nirvana», leyó en su camiseta.

—¿Estás bien, Eileen? —preguntó con preocupación

Ella guardó silencio durante algunos segundos. Su cabello oscuro se depositaba pegado en su frente y mejillas, cosa que tuvo que apartarse por incomodad.

Eileen dijo:

—¿Sabe una cosa, detective Ashton? —habló con retintín—. Esta ciudad cobrará sentido cuando yo esté muerta. ¿Y sabe otra cosa? No pararé hasta verles uno a uno en el infierno, porque les estaré esperando allí con mucho gusto.

Ashton abrió sus ojos con sorpresa. Sabía que Eileen siempre fue una chica solitaria y de pocas palabras, pero aquello le pareció personal. No comprendió el motivo de su ira ni por qué habló en plural. Sin duda, le dejó descolocado.

—Eileen...

—Las cosas no han hecho más que empezar. Grivan y su gente es el infierno. Y lo entenderá conforme avance.

La chica ladeó su cabeza mirando al inspector. Luego, añadió:

—Tengo la esperanza de que algún día cambien las cosas, detective. Que tenga una buena noche. Ya nos veremos —Le dedicó una media sonrisa.

Ella colocó sus dos dedos en la sien y se despidió haciendo una burla a la autoridad.

Y aquella fue la última noche que se vio a Eileen Causey.

-------------------Pues comenzamos una nueva aventura, mi gente

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Pues comenzamos una nueva aventura, mi gente. ¡Bienvenidos sean a esta nueva y macabra historia! Tengo mucha ilusión de comenzarla y, sobre todo, leer vuestros comentarios y vuestro apoyo. Por favor, si te ha gustado este comienzo, añade la historia a tu biblioteca para no perderte ningún capítulo. ¡Empezará muy pronto!

Os adoro, pequeños infernales.

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El caso Eileen Causey ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora