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Las historias de amor suelen tener unos puntos en común. La gente suele decir que se conocieron en el instituto, en la universidad, y que después de tantos años siguen enamorados desde el primer día. Otros no les marcó el lugar, si no que fueron presentados por alguien en común. Otros tuvieron una bonita amistad que terminó en algo más.

De niña, Disney me enseñó que en dos días ya puedes estar segura de que encontraste al amor de tu vida. Cuando crecí un poco, las series, películas y libros que me gustaban me enseñaron que el amor tenía que ser frenético, apasionado e ideal. Me enseñaron que mi media naranja podría aparecer en cualquier momento, en cualquier lugar. Cuando llegué a la universidad, aprendí que había otras formas de conocerse. Tinder no era una aplicación ajena a mí, pero sabía que esas relaciones, junto con las relaciones a distancia, no estaban todavía tomadas en serio.

Hasta aquel día, pensaba que eso ya no iba con los de mi generación, que nosotros dejaríamos atrás historias como la de mis padres; vecinos de toda la vida que terminan enamorándose. No, esas cosas ya no pasaban. No en una ciudad como en la que vivía al menos, donde tenías suerte si tenías algún trato más allá del cordial saludo.

Sí, hasta aquella noche. Después de que toda la calle aplaudiera en sus ventanas y balcones a los que luchaban contra el Coronavirus que nos tenía en esta cuarentena. Fue un instante pero supongo que así funciona el amor a primera vista. 

Aquella cuarentenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora