Rainer viajaba con frecuencia; su hogar era el mundo, su casa la bodega; salía tanto que, de los tres años que tenía viviendo en su departamento de la Condesa apenas sumaba un año de noches pasadas en el lugar. Podía hacer todos los viajes que quisiera gracias a su trabajo como investigador y catador de vinos y la reciente herencia de su tía abuela lo tenía en una posición muy cómoda.
De haber sido vanidoso, se jactaría de ver caer las hojas de los cerezos en Tokio, desayunar en un café de Paris, irse de marcha en Madrid pero lo que más visitaba eran las costas; había navegado y nadado en todos los lugares posibles.
Cuando volvía a casa ordenaba sus tesoros en diferentes cuartos nombrados según los cinco continentes y cada objeto tenía la fecha y el lugar de origen. Sí, Rainer trataba de ser organizado pero era perezoso y, si no clasificaba desde el principio, ponía su nuevo tesoro en el primer cuarto que se le atravesaba, por alguna razón nunca olvidaba poner la tarjeta correspondiente.
Durante un viaje por el sur de Europa compró muchas artesanías entre ellas una vasija de porcelana francesa en cuyo grabado había una señora muy parecida a su tía abuela. El hombre de la tienda le contó que vendía sólo objetos que tuvieran una historia interesante como aquella vasija que, supuestamente, pertenecía a una mujer de Lyon que desapareció misteriosamente, se contaba que quien jurara algo por aquella pieza y no lo cumpliera correría el mismo destino que la anciana.
Días después Rainer llegaba a su departamento y, fiel a su desorden echó la vasija en el cuarto destinado a América. Pasó unos días en la ciudad, se reunió con una sociedad de catadores y organizó un viaje a Chile para continuar su trabajo.
Ya en Angostura en la provincia de Maipo, asistió a la presentación de un nuevo viñedo que prometía una mezcla cuyo sabor la convertiría en “la preferida de todos los consumidores de vino en el mundo”. Rainer había escuchado ese discurso tantas veces que comenzó a pensar en su tía abuela y a hablarle, gracias a ella conoció a muchos de sus amigos vinicultores y compartía varias aficiones con ella; todas las noches, aun después de la muerte de la mujer, le contaba lo que había hecho en el día, lo que le preocupaba y sobre todo, cuanto la extrañaba. Del viaje a Chile Rainer trajo un juego de jarras para poner las botellas y servir el vino. Llegó a casa y puso la cestería en el cuarto asiático.
Esta vez usó su tiempo en México para organizar una pequeña fiesta en su casa para degustar con sus amigos los vinos que había traído de Francia y Chile; quiso estrenar las jarritas chilenas pero no las encontró por más que buscó en el cuarto América, resignado, tomó otros soportes y los usó. Por la noche, cuando se quedó sólo, comenzó a buscar las jarras; tal vez los efectos del vino, el enojo por su desorden o la molestia por no tener un viaje en puerta, lo hicieron buscar pieza por pieza y así dio con la vasija francesa con el dibujo de una anciana, creyó que era su tía abuela y dijo “Juro por ti que pondré orden en esta casa y todo quedara en su lugar.”
Al día siguiente Rainer empezó a organizar sus tesoros pero el desorden era tal y su mente tan dispersa que a media tarea se cansó; fue postergando el arreglo por días y semanas.
Una tarde, mientras veía la tele y se había olvidado ya de su juramento, tocaron el timbre y salió a abrir; en la puerta estaba una mujer mayor que sólo le dijo “Prometiste ser más ordenado y no lo has cumplido. Te irás conmigo y serás liberado hasta que alguien que jure por la vasija cumpla lo que prometió.”
Dos días después, un amigo enólogo llegó por Rainer para ir a una reunión de catadores, tocó el timbre varias veces, golpeó la puerta, esperó un rato y, preocupado, decidió usar la llave que estaba bajo el tapete. Al abrir el departamento vio la tele encendida, el desorden propio de su amigo, una vasija de porcelana con el dibujo de una anciana estaba en el suelo y junto a ella una copa de vino tinto de aroma dulce, el muchacho se agachó para oler la copa por sí tuviera alguna pista y observó que, en la vasija, había dos dibujos que parecían hechos en tiempos distintos, una anciana y un hombre muy parecido a Rainer, ella parecía dibujada hace años, él, hace apenas unos días.
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SEMILLAS DE INSPIRACIÓN
FantasiAquí encontrarás un poco de todo: humor, amor, suspenso, acción, algunas historias sobrenaturales. Sólo pasa y deja que los aquí presentes te acompañen.