Sentada en la escalera intentaba recordar cómo había llegado hasta ese instante de su vida, pensaba con gran esfuerzo. Le caía una gota de sudor por la frente, pero no se dió cuenta, estaba concentrada buscando un mechero que encendiese el maldito cigarro que tenía en sus labios, para aplacarle la ansiedad que le generaba su vida y la gente que en ella habitaba. Era la fase de transición entre la primavera y el verano, ya hacía un sol espléndido pero aún lo acompañaba una brisa fresca que evitaba su deshidratación. Por fin encuentra el dichoso mechero, enciende el cigarro mientras cae en la cuenta de que el sol le pega en la cara. Como si le hubiese leído el pensamiento -vas a quemarte- le dice, y ella se ríe echando el humo por la nariz -llevo crema- pero miente. A el no le importa, sabe que se siente mal por despistarse con todo, así que no dice nada, sube las escaleras y abre la puerta de lo que a partir de ahora va a ser su casa. No entiende bien como han llegado a esa situación, sabe que no está enamorada, que su mente está en otra parte, concretamente en otra mente, pero no ha conseguido reunir el valor suficiente para alejarse de ella y no volver a besar la frente de una cabeza tan despistada como admirable. No, aún no está preparado, llevan juntos 6 años, han pasado por todo, y por todo tipo de rupturas, en una de ellas su chica despistada, prestó atención a otra mente y se quedó atrapada en ella, el nunca ha dejado de ver que el brillo de sus ojos ya no era por mirarle, directamente ya no era, no existía, se habían apagado. Jamás entendió porque volvió a sus brazos, pero no era capaz de afrontar una vida sin ella, al menos no de momento. Entró en casa, y se sentó en el sofá que por un tiempo (más corto de lo que creía) iba a ser el rincón de paz de su alma, con su loba haciendo guardia. Se quedó pensativo, mirando la televisión apagada, y reflejando en ella la historia del amor de su vida, aquella rubia de ojos azules, tan salvaje como tierna, tan guerrera, tan independiente, tan loba. Loba sí, eso era, si ella fuese un animal, sería una loba, fiel a su manada, tierna y cariñosa con sus cachorros, haciendo guardia frente al lobo alfa, pero con el instinto solitario, del gran lobo. Ella admiraba la luna, y el la admiraba a ella. Era su loba, y tenía la pasión de una loba, eso era ella, y como loba que es, le prima el instinto de supervivencia, por eso volvía siempre a él, a su manada, aunque aullase en silencio a otro lobo del bosque, es una loba de las que no abandonan la manada. Aún se acordaba de como la conoció, de cómo sabía que era ella, y lo que le iba a doler esa mirada, tan profunda, tan azul, tan océano. Por más que nadaba, nunca llegaba al final, y siempre se sorprendía en ese mar azul, lleno de dragones preparados para escupir fuego, pero ella los contenía por él, porque creía que sus dragones la hacían mala, sin embargo, el solo quería acariciarlos, conocerlos, enseñarlos y quererlos. Pero no iba a dejarle, los llamaba demonios, no dragones, y le daban tanto miedo como valor para afrontar la vida, aunque siempre quisiese correr lejos, se mantenía quieta, erguida, preparada para soltar las cadenas de cada uno de ellos e ir a la guerra, era ella, tenía en su interior un mundo de fantasía, y la vida se había empeñado en apagárselo. Si, el sabía lo que iba a dolerle su loba, sabía que iba a echar de menos a esos dragones o demonios, como ella decía, porque esa era su esencia, hacer encantador hasta lo más oscuro de su ser.
Cada mañana al despertar, la miraba, durante un rato muy largo, ella no lo sabe pero su alarma está puesta diez minutos antes, solo para observarla un poco más de tiempo e intentar comprender, como semejante diosa había reparado en aquel mortal, aquel día en el que solo iba a comprar cerveza para beber con sus amigos mortales también, cuando chocó y le tiró el teléfono, ella levantó la mirada, y él quedó atrapado en el Olimpo. Sí, ahora estaba seguro, diez minutos eran poco tiempo, había que cambiar esa alarma, porque no sabía cuando, pero sabía que iba a marcharse, y cada día quedaba menos. Era reservada, aunque extremadamente extrovertida, pero su esencia la guardaba bien profunda, para que nadie sepa donde duele, para que nadie sepa donde golpear. Se reía como si nada malo pudiese pasar, y él observó que cuando eso ocurría, se le dilataban las pupilas, exactamente igual que cuando llegaba un mensaje de aquel amor misterioso que había robado parte de su atención, captó su esencia, con el nunca le brillaron así los ojos, el lo sabía, pero no le importaba, así la quería. Entendía a la perfección que ella no podía estar con el amor de su vida, eso era aquel misterioso chico, el amor de su vida, y por eso no podía amarlo a él, no puede sentir por el, lo que siente por su gran amor, sin embargo a él lo quiere, y mucho, se ha convertido en su pequeño refugio en días de tormenta. Lo entiende perfectamente, porque es lo que le pasa con ella, jamás podría amar a alguien como la ama, nunca nadie podrá despertarle lo que le despierta, ella es su persona, y solo pasa una vez en la vida, por eso pensaba quedarse hasta que descarrilase el tren. Cómo se iba a enamorar una diosa de un mortal, nunca podría ofrecerle suficiente, nunca podría rezar tan alto como para que lo oyese, claro que le quería, el se había hecho querer, ella sentía que el era su escondite, y siempre después de las batallas quería volver a casa a descansar, y allí estaba el, esperando escuchar aullar, y verla regresar disimulando cada herida, haciendo ver que jamás sería vencida, y en parte tenía razón, a esa muchacha no iba a tumbarla nadie, solo podía ella, y por desgracia para el, su guerra interna le iba ganando la batalla, se estaba acabando la guerra, y el iba a perderla.
De repente, oyó cerrar la puerta, y sobresaltado salió de las profundidades de sus pensamientos, y se dió cuenta mientras se levantaba del sofá, que ella se había metido en sus profundidades, y del alma, que el supiese, no se puede borrar a nadie. -Ven- le dijo con un tono de voz un tanto travieso, el lo sabía, tenía una loba pasionaria, hasta en eso le ganaba. Había estado con muchas chicas, había probado muchos carácteres, y muchos cuerpos, pero nunca habían casado tan bien mente y físico como con semejante diosa griega, dos piezas de puzzle perfectamente hechas. El sexo era algo especial, de otro tipo de nivel, del que no había sentido jamás, siempre había sido de los que marcaban el ritmo, él guiaba, hacía y deshacía, con ella no, era la voz cantante, y ni si quiera intentaba quitarle los mandos, le fascinaba el calor corporal que le producía ver aquellos ojos azules gobernando hasta en su forma de pestañear, porque lo hacía con una clase y una sensualidad, exquisitas, podría atreverse a decir que incluso era algo bruta, cuando pasaba su nivel más alto, ya dejaba de pensar, y salía su verdadero animal, y eso, le hacía temblar. Es de esas personas que te puede excitar sin poner un dedo encima de tú piel, y solo con mirarte, sonreír de medio lado, moviendo la lengua por el lateral de su boca, te hacía desear con todo tú ser querer tocar su piel, querer tenerla tan cerca que pudieses notar su respiración en cada poro de tu cuerpo. No podía evitar quererla morder, resistía esa fuerza impulsiva malamente, esa era la guerra interna que tenía él, y que guerra más tentadora. Le encanta pasarle la mano por la espalda cada mañana, notaba como lentamente se iba activando, se levantaba incluso de buen humor, se giraba en la cama y le miraba con esos ojazos azules preparados para cada asalto, era increíble la resistencia que tenía, era insaciable, imparable, incansable. -No vienes, no? Repitió, pero esta vez con un tono algo más serio. La loba estaba impaciente, y el se había dado cuenta.