Jandy, la valiente

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La primaria no me gustó como hubiera querido ya que, debido a mi timidez, algunos chicos sacaban partido de mi persona.

En una ocasión estaba sentado en un banco del patio a la hora del recreo y noté cómo un grupo de 3 niños se aproximaban hacia mí. Sentí desconfianza, la cual comenzó a desaparecer al ver que dos de ellos se detuvieron y sólo uno se aproximaba.

-¿Qué traes allí?- Me preguntó el niño, de tez blanca y regordete, señalando la torta que me disponía a comer. Lucía algo mayor que sus acompañantes.

-Mi lonche- le contesté.

-Eres nuevo, ¿verdad?

-No sé.- realmente no sabía a qué se refería con esa pregunta; ya tenía seis añosy, en mi nervioso razonamiento, un niño nuevo tendría que ser un recién nacido. Al escuchar mi respuesta los tres niños se carcajearon y comenzaron a insultarme.

-Eres un tonto- dijo uno de ellos, quien era de baja estatura, delgado y de cabello oscuro.

-No merece tener un lonche- repuso el primero que se me acercó quien, al parecer, era el líder.

-¡Sí, quítaselo!- Exclamó el tercero, un chico pelirrojo, más bien delgado, chaparro y pecoso.

Al escuchar esas palabras, me levanté de un salto y les di a los tres una buena tunda... bueno, lo que realmente me pasó es que me dio pánico y no supe qué hacer, por lo que sólo atiné a darles mi comida y, mientras los tres malandrines se retiraban cantando su victoria, yo me quedé sollozando mi derrota. Digo, es mejor quedarte sin lonche a quedarte sin dientes, ¿verdad?

Imaginen la escena: en pleno mes de octubre, en el patio de la escuela, un niño sentado en una banca de cemento, con la cabeza sostenida entre los brazos cruzados y, a su alrededor, una multitud de chiquillos jugando todo tipo de aventuras y ni uno que le haga caso, a nadie a quien contar sus penas. Y para terminar, el viento frío que soplaba con fuerza como queriendo llevarse los sufrimientos que le afligían al pobre Sebastián, logrando únicamente que esa sensación de despojos se incrementara.

Al día siguiente aconteció lo mismo y así sucesivamente hasta que una ocasión, Jandy, a quién no quería ver porque me daba verguenza admitir lo que ésos me hacían, atinó a mirar lo que se acercó y se sentó a mi lado.

-¿Qué te pasa, Bástian?- preguntó.

-No, nada- Le mentí mirando al piso.

-¿Cómo qué nada? acabo de ver cómo les diste comida al Rica y sus amigos- objetó señalando con el dedo a los tres niños que se alejaban al otro extremo del patio.

-A quién?- Pregunté mientras volteaba a verla.

-El Rica, así le dicen; es el más grande, y los otros dos se llaman Juan u el Mike. ¿No lo sabías?

-No- respondí mientras movía la cabeza de un lado a otro.

-Esos tres son unos abusadores, van en tercer año. Una amiga que va en segundo me dijo quiénes son y que me cuidara de ellos.

-Ah- exclamé sin ánimo.

-¿Por qué no los acusas?

-¿Con quién?

-Pues con tu maestra.

-¿Para qué?- Me asusté un poco; abrI los ojos lo más que pude mientras me ladeaba hacía atrás.

-Para que te dejen paz.

-Pues sí, pero luego me van a decir de cosas como a Rafa.

-¿Quién es él?

Bástian: siempre seremos amigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora