1.- Nacidos para estar juntos

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Las familias nobles de los reinos que eran vecinos acostumbraban crear alianzas fraternales por medio de matrimonios arreglados.

Los hijos e hijas elegidos para la unión nupcial eran educados y entrenados para servir a su pareja y representar a sus familias, la apariencia y la pureza familiar era lo más importante. Por lo que no tenían derecho a elegir a otros que no fueran sus prometidos predilectos.

El problema fue que estas dos familias estaban muy presionadas por la tensión de guerra que había entonces.

Por lo cuál acordaron un drástico plan de vida para sus hijos elegidos.

El decreto firmado por los Kurutas y los Zoldycks fue el siguiente.

El primer hijo primogénito de los Kurutas y el heredero de cabello blanco que nazcan en los Zoldyck contraerán matrimonio a los 15 años de edad, sin importar el género de ambos elegidos.

Y de esta manera, firmado el trato no hay marcha atrás, ambas familias quedaron condenadas y aliadas a la vez para criar a sus hijos o hijas próximos a nacer para ser la pareja que acabaría con la guerra entre reinos.

Un año después nacen dos criaturas, en los Kurutas un bebé rubio varón al que bautizan Kurapika y en los Zoldycks un moreno gordito al cuál bautizan Milluki.

Gracias a Dios, Milluki tenía el cabello oscuro, por lo que no era el heredero próximo de la familia.

Dos años después nace el esperado albino heredero de la fortuna Zoldyck, al cuál por su género masculino llamaron Killua.

Ambas familias conmocionadas por el género de sus hijos y sin poder dar marcha atrás, empezaron la crianza y educación respectiva como hombres sin contarles nada sobre sus parejas hasta que cumplieran 15 y 13 años respectivamente.

Para quietud del acuerdo, formalizaron a Kurapika para verse más delicado que Killua, le enseñaron buenos modales, a ser obediente, a leer y ser amable con los demás, ser servicial y cuidar siempre su aspecto, poseer gustos acordes a la estética y los colores, e incluso hacer un voto de castidad para evitar el trago amargo que le esperaba en su futuro.

Killua, a diferencia de, fue entrenado para ser un hombre de batalla, rudo, agresivo, directo, protector, y también a tener respeto y sentido de la protección por los demás. Su entrenamiento fue más duro y siempre estuvo rodeado de lujos y atenciones de sus niñeras, mayordomos, sirvientes, etc. Era inteligente y en ocasiones por ser tan consentido solía ser rebelde, bastante rebelde.

13 años después...

- ¡Nunca me atraparán, tontos! - corría saltando por los tejados de las pequeñas casas del pueblo, con una vestimenta que cubría casi todo su cuerpo, era su hobbie, su pasatiempo. Robar.

Con 16 años de edad, la gente lo apodaba "la araña" debido a que no sabían de dónde había salido o dónde se ocultaba, era un ladrón sin familia que aparecía de vez en cuando para robar comida y otros bienes a fin de saciar su ambición por las cosas ajenas.

- ¡Maldito mocoso! ¡cuando te atrapé te voy a romper todos los huesos! - amenazante el hombre del mercado siempre lidiaba con ser víctima de los robos de ese chico, lo peor es que nadie lo habían visto nunca sin esas ropas, sólo sabían que sus ojos eran grandes y oscuros y que en su frente tenía una cruz tatuada. Era como un diablillo que escapó del infierno.

Victorioso otra vez, el chico se ocultaba bajo los arbustos del jardín de una gran casa, ahí revisó todo lo que había robado ese día. Jamón, pan, y un tarro de crema, ya podía hacerse un sandwich decente.

- ¿Otra vez aquí? - desde la comodidad del pasto, dejó su lectura para prestarle atención al chico que siempre se ocultaba en esos arbustos, dentro de los jardines de la familia Kuruta, la única casa a la que nunca robaba.

Cuando el chico de la cruz miraba a ese otro niño rubio salía corriendo disparado, era tan silenciosa su presencia que nunca lo notaba. Ni siquiera sabía su nombre pero al menos nunca lo había delatado.

Kurapika tenía 15 años, era un chico inteligente y curioso, muy atento y sobre todo amable con cualquier persona. Jamás delató al ladrón a pesar de que entraba sin permiso a los jardines, le parecía que era una buena persona pero tenía a los demás por su vida como fugitivo de la ley.

- Kurapika, es hora de tu clase de piano - una de las nanas del chico que también era su tutora le enseñaba artes y música, una excelente enseñanza para alguien que sin saberlo, entrena para casarse.

- Ya voy. - Sin hacer esperar a la mujer, cerró su libro y volvió adentro, no sin antes volver a echar un vistazo a los arbustos, aunque no había nada, él podía imaginarlo sentado ahí, revisando lo que había robado.

Una mansión increíble en el Reino de la montaña pertenecía únicamente a la noble familia Zoldyck, respetados por su profesión como guerreros y sus riquezas ganadas con los triunfos de guerras pasadas.

La cena familiar estaba conformada por todos los miembros en una mesa rectangular amplia.

Donde se sentaban Silva, Zeno, Kikyo, Illumi, Milluki, Killua, Alluka, Kalluto y Maha Zoldyck.

Solían hablar poco cuando se reunían a cenar. Había un par de reglas estrictas que se debían cumplir.

1.- No levantar la voz al hablar.

2.- No hablarle directamente a Maha.

Al considerarlo el miembro de la familia más respetable y ancestro, todos comían sin siquiera mirarlo a los ojos. Maha siempre los observaba sin decir una sola palabra.

Hasta esa noche.

- Killua. Felíz cumpleaños. - dijo mirándolo fijamente con una amplia sonrisa plasmada en su arrugado rostro.

Todos los miembros de la familia, excepto Killua, sabían el verdadero significado detrás de esas palabras. Cumplió la edad que requería para casarse.

Que vivan los noviosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora