10.- Cena con los Zoldyck

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— ¡Ya! ¡me rindo! ¡me rindo! — Exclama el derrotado príncipe Zoldyck tras ser sometido por el rubio enfurecido.

— Eso no es suficiente, discúlpate. — Ordenó el mayor sin soltar sus muñecas, aplicándole una llave de lucha al borde de la tina.

— Está bien, ¡lo lamento! ¡no más ofensas, lo prometo! — aceptó haciendo al Kuruta quedar satisfecho y tras eso, lo dejó caer de cara al piso.

A pesar de que el príncipe podía defenderse sin problema, no deseaba lastimar a Kurapika debido a que sus artes de lucha eran peligrosas, específicamente entrenado para el asesinato, sin embargo, le parecía que su compañero no se quedaba atrás, era fuerte y agresivo cuando sus ojos rojos aparecían, con todo ello le parecía inconscientemente atractivo y esa era una razón por la que aceptaría pasar el tiempo con él.

— Amo Killua, amo Kurapika — Recordó Canari desde el otro lado de la puerta — el sol se ha puesto, es hora de cenar, reunanse en el gran salón familiar antes del anochecer.

— Enseguida iremos, gracias por avisarnos. — Agradeció Kurapika emanando una voz relajada para incubrir su vergüenza al haber golpeado a Killua.

Canari y Amane dejaron sobre el borde de la cama los trajes que correspondían a cada uno. Ambos al salir se vistieron de espaldas, no compartieron palabra hasta que terminaron de cambiarse.

— ¿Dónde aprendiste a pelear? — interrogó Killua a la distancia, le causaba mucha curiosidad saber los antecedentes de su fuerza.

— Defensa personal, la aprendí desde los 7 años. — contestó Kurapika fijando sus ojos hacia otro lado, todavía no procesaba lo que acababa de pasar, pelearon desnudos dentro de una bañera y hasta le parecía patético pensar en ello. — Perdona lo de hace rato, normalmente no soy así. — No mentía, desde niño fue obediente y curioso pero nunca violento.

— Empiezo a creer que tienes una especie de maldición que sólo me afecta a mí. — gruñó Killua quejumbroso desviando la mirada para ocultar un puchero de molestia.

— ¿De qué hablas?

— Cada vez que tus ojos se ponen rojos, algo malo me pasa. — Culpó Killua al desconcertado rubio de sus extrañas sensaciones nuevas.

— Cada vez que te veo me haces enojar, quizás sea por eso. — Respondió sin pensarlo descargando los residuos de su mal humor.

— Ya me disculpé, ¿sí? — De nuevo sostuvo un frente hacia el rubio, quien se alejó hacia la salida apenas terminó de arreglarse.

— Cumple tu palabra. — pidió antes de ser el primero en abandonar la habitación — al menos eso ayudaría a que nuestra unión no sea tan tortuosa.

En realidad, Kurapika experimentaba culpa y arrepentimiento al ser tan exigente con un principe que sólo hace lo que le ordenan, trataba de entenderlo pero le resultaba difícil, sobre todo cuando abría la boca y hería sin pensar a los demás.

Le pareció mejor adelantarse a la reunión y prepararse mentalmente para una nueva situación incómoda sentado al lado de sus verdugos también llamados suegros.

— Me ha pedido ser afectuoso con él. — Reflexionó el principe rascándose la cabeza, conocía perfectamente el significado de la palabra afecto, por desgracia, nunca lo experimentó. — Yo no sé cómo debería empezar ¿qué hago para demostrarle eso?

Tras una lluvia de ideas expresas, Killua terminó hecho un mar de nervios, si había alguien capaz de malinterpretar cualquier cosa era precisamente él, porque su idea de afecto definitivamente no iba en el rumbo que Kurapika sugería.

— ¡Kurapika! — gritó un par de escalones atrás haciéndolo detenerse y girarlo con el poco tacto que disponía, sin importar el lío que provocaría, ya que no tenía idea de que estaba siendo observado.

— ¡Killua, sueltam...! — unir sus labios con los del albino por segunda ocasión pudo haberle dado jaqueca y hasta náuseas, pero esta vez había algo diferente, ya no era un completo extraño, lograba enternecerlo con aquella torpe acción y por eso mismo decidió separarse lo más pronto posible — ¡¿Porqué hiciste eso?!

— Pero... tú dijiste... ¿no era lo que querías? — Cuestionó Killua con desconcierto al ver la reacción incómoda en Kurapika.

— ¿Crees que soy un degenerado?

— A ver. — Explicó el principe Zoldyck — Me aplicaste una técnica de combate en la ducha, a mí, un sensual príncipe desnudo, menor que tú e indefenso. — Hizo un falso puchero exagerado en plan de víctima, era una lástima que Kurapika no lo notó y terminó molestándose más.

— Tú eres el degenerado por pensarlo así. En ningún momento dije que podías sobrepasarte de esta forma y encima te burlas como si fuera un juego.

— Estoy harto, me rindo, no seguiré hablando contigo. — Empujó Killua al rubio caminando pesadamente mientras se limpiaba los labios con la manga de su gabardina — vete al diablo, Kuruta.

— Justo cuando pensé que estábamos progresando. — pensó el mayor decepcionado siguiendo el paso detrás de Killua, aunque no pudieran llevarse bien, se les debía ver juntos en las reuniones importantes, sobre todo en la primera cena familiar como matrimonio.

El recibimiento carecía de agrado y los rostros inexpresivos de los Zoldyck lo ponían nervioso. En la gran mesa se sentaban todos ellos, el más importante, Maha Zoldyck levantaba su copa y al volverla a poner sobre la mesa los demás podían comenzar.

Al no conocer las costumbres de los Zoldyck, Kurapika seguía la corriente, no le costaba trabajo y podía ignorar un poco el aura incómoda consecuente de sentarse junto a su amargado esposo.

— Malinterpretó mis palabras por completo. — pensaba el rubio picoteando los trozos de carne de su plato. — ¿quién le dijo que besarme era lo que le pedí? no es necesario que haga eso... quizás está ofendido porque lo rechacé, ¿y si él realmente quería hacerlo y el grosero fuí yo? ¡ah! lo estoy pensando demasiado... he perdido el apetito.

— ¿Qué tal la estadía en tu nuevo hogar, Kurapika? — Una repentina pregunta de bajo volumen de parte de un chico menor que Killua, vistiendo una especie de kimono, lo tomó por sorpresa, no tenía idea de quién era pero se sentaba a su derecha.

— Novedosa, eh... tú eres, ¿hermana de Killua?

— Hermano. — corrigió sin molestarse — Soy Kalluto, es un gusto.

— El gusto es mío. — Dedicó una expresión de gratitud con una ligera sonrisa que Kalluto imitó, por fin alguien se presentaba de manera amable y eso lo aliviaba, no todos los Zoldyck eran tan grotescos.

— Dale chocolate, eso siempre lo pone de buen humor, créeme funciona. — Aconsejó Kalluto para después continuar su cena.

— Gracias. Lo intentaré. — Le parecía adecuado llevarse bien al menos con uno de ellos y recibir ayuda bondadosa.

— Illumi, llegas tarde. — Reprimió Silva exponiendo su molestia hacia el mayor de sus hijos, quien recién entraba al comedor ocultando su rostro bajo mechones de cabello.

— Me disculpo, tuve un pequeño inconveniente. — Respondió tomando asiento justo frente a Kurapika.

El aura hostil que emanaba de Illumi fue claramente percibida por la sensibilidad del rubio y porque desde un rato se dió cuenta que los espiaba en la entrada de la torre.

— Lo lamento, me retiraré, por favor, continúen. — No soportó un minuto más ahí. Sintió que en cualquier momento sucedería algo malo. Y aunque de primera instancia no pareció molestarles a los Zoldyck.

Una vez que Kurapika se retiró, Silva dirigió su mirada a sus hijos y empezó el problema.

— Killua, tu matrimonio con Kurapika fue falso.

Que vivan los noviosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora