Génesis

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Aomine prácticamente devoro con rapidez el techo que lo separaba de su estanque. Era suyo. Suyo. Después de todo como dios Suiko que era, sus posesiones de agua eran sagradas. Y el peludo ese se atrevía a mancillarlas.


Había sentido la presencia del otro dios cerca de este, aunque lo que sentía en su alma fuera muy diferente a la ira. Al estar a unos pasos de llegar, se detuvo y; sin poder evitarlo, una mueca muy parecida a una sonrisa invadió sus facciones felinas.

Podía ver claramente a Kagami, o Bakagami como le gustaba llamarle. Estaba en su forma de tigre y era grandioso; corrección, era un maldito gato con miedo del agua, sí; eso... seguro.

Porque; podía ver claramente y con sorna, como el tigre apenas rozaba con una de las patas la cristalina agua y luego como la alejaba con rapidez, como si le quemara.

Gatunamente bajo su pecho hasta rozar el pastizal, su cola se movía furiosa; no de ira, sino de bravuconería y de un gran salto, cayó en la espalda del tigre, haciendo que este jadeara, maullara como minino y cayera en el agua.

Lo siguiente que vio le saco el aire del pecho, pues un muy mojado Kagami salía furioso de entre las aguas, pero lo que le impresionaba era el vapor, de su pelaje salía vapor como si el aire del ambiente fuera gélido y en el viviera el calor.

Después... bueno, una de sus habituales peleas.

Gruñidos, rodar por el pasto seco, zarpazos, mordidas un poco más dolorosas que otras y por supuesto, la persecución.

Ninguno de los dos se había dado cuenta que se habían alejado de los otros dioses. Aomine ya no se preguntaba por su amigo Buruburu y es más; cuando el moreno se lo había hecho saber, este le había dicho que tenía mucho trabajo en el mundo humano, ignorando el hecho de que Kuroko solo le veía con una ínfima sonrisa, feliz de ver a su mejor amigo así; feliz, después de tantos años.

Para cuando se dieron cuenta ya habían pasado un par de semanas, el otoño estaba en sus cogotes.

Aomine no lo sabía, a Kagami no le importaba.

Solo sucedió.

Ahí en medio de la solitaria pradera, el pastizal seco moviéndose al viento como mudo testigo de las caricias explorativas, de los besos, de cuando unían sus narices rozándose con complicidad cariñosamente, de los ronroneos vergonzosos que soltaba el tigre y; a vista, oído y paciencia del moreno, le volvían loco.

El calor de la piel del tigre llegaba a las palmas del moreno, a su propia piel, el aire fresco de la pradera a su alrededor erizaba sus pelajes de maneras que nunca antes alguno de los dos habían sentido.

La pasión se enredaba a ellos como enredaderas a los árboles, los besos subían de intensidad y llegado un momento, Aomine; el dios más orgulloso de la marcha nocturna de Suzaku, bajo su cabeza, apoyándola en el fuerte pecho del tigre, deleitándose de sus ronroneos delicados.


—Por favor... se mío— había dicho el moreno en su oído
—Soy tuyo... tuyo— respondió el pelirrojo


Su voz ronca por la excitación, el placer que sintió Kagami por la fuerte vos de mando, este; sincero y sumiso, ladeo su cabeza, mostró su cuello como máxima demostración de amor y confianza.


Los jadeos pronto se volvieron más intensos, Aomine no necesito pedir y Kagami no necesito negar. Lo quería, lo deseaba desde a saber cuándo. Y se enorgullecía al saberse correspondido.

La pasión agobio ambos amantes, el placer reptando por cada molécula de sus cuerpos, de sus almas, llegando a un magnifico orgasmo al unísono, sintiendo el aire fresco erizar sus pelajes, acompasando sus respiraciones mientras se acurrucaban juntos, abrazados, saciados, con las hojas de los arboles danzando a su alrededor mudas presenciales del amor que florecía esperanzador y amable.

Ambos amantes ignorantes de la mirada que atravesaba distancias, haciendo planes para un vasallo que; aun con el corazón roto aceptaba la orden. Silencioso, mirada gacha y pidiendo perdón a su alma.

Las cigarras volaban y caían al suelo con la convicción de seguir con el ciclo de la vida. Como todo, como ellos.

Porque ellos eran el Génesis, memorias de amor consumadas.

Y aunque empezó con el beso perfecto, el veneno ya estaba entrando.

Porque cuando ese par de dioses se aman en el mundo humano florecen los árboles, la tierra da comida, los ríos abundan. Cuando se pelean hay tormentas, destrucción, los mares embravecen... pero son felices juntos, a su manera.

Siempre.

A través del tiempo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora