—¿Crees que estará bien Atsushi?—
—Si es débil, solo el mismo lo decidirá Muro-chin—
—Pero es mi hermano y quiero verlo...—
—No puedes, no te dejare—
Los Ushi-oni como Murasakibara eran inusuales, solían ser solitarios y realmente aterradores, pero podría decirse que el al haberse enamorado perdidamente del pelinegro había cambiado para él, solo por él.
Himuro Tatsuya también era especial, había nacido como humano, había sido usado en el distrito rojo de las peores maneras, cosas inenarrables por su indudable belleza. Forzado a servir como una Oiran por su irremediable y pura belleza a pesar de ser varón, sucedió que murió joven con una tremenda rabia en su alma y; al renacer como oni, se convirtió en una Yuki-onna, aún seguía siendo varón, pero disfrutaba de las cacerías de aquellos que osaban intentar usarle. En una noche donde ambos compitieran por la misma presa, fue que surgió ese algo que en esos momentos les unía, lo que; de alguna forma los mantenía unidos.
—No puedo dejar que tomes partido en nada Muro-chin, porque Muro-chin es mio—
La marcha de los demonios se acercaba implacable, y nadie quería quedar fuera del resguardo del gran Zusaku, por mucho que le pesara a uno; el abandonar a su hermano y al otro, ver sufrir a su amor, habían cosas que debían seguir su curso.
Los días siguientes, Aomine seguía sumido en su rutina, se encontraba en lo alto de uno de sus árboles sintiendo el aire rozar su suave pelaje. No podía dejar de pensar en las peleas que; cada que tenía oportunidad, llevaba con el dios que vivía al otro lado de su territorio.
Se levantó de pronto de su cómodo lugar, olisqueando el aire, sonrió para sí mismo cayendo sobre sus patas traseras para tomar carrera veloz, era justo la acción que esperaba.
El rubio Kitsune se encontraba pacíficamente viendo danzar las hojas de los arboles caer, sentía el llamado. La imperativa necesidad de obedecer. Él era el último, y a pesar de todo el único.
Se había unido de manera imperfecta a la correría de los demonios, demostraba su lealtad puesto que era su motivo de vida, realmente no le importaba nada más que hacer sus tareas en el templo al que estaba anclado, aun así... aun así.
No podía decir que no.
El sonido de las geta de madera al caminar era como un eco tormentoso, preludio del bien o del mal. Ni siquiera el mismo lo sabía. Los susurros del viento le trajeron voces, discusiones, pero también felicidad.
Zusaku debía mantener un equilibrio exacto. Él era absoluto, poderoso y a la vez benevolente.Solitario dragón milenario, puesto que le era imposible tocar a su oráculo y solo podían compartir unas cuantas palabras en los días prometidos.
Se acercó a su manantial, a sus aguas prístinas y tranquilas, rozando a penas el agua y le mostró.
Siempre es así. Siempre será así.
La virtud del agua, la tranquilidad del oráculo que le respondía imperturbable a él como deidad, le respondía sincero.
Pero con temor.
Incluso las aguas lo sabían.
Porque se hace la consulta y se recibe la respuesta.
Pero a veces la soledad es peligrosa, nubla los sentidos, el juicio.
Iba en contra de la naturaleza que las dos especies estén juntas de esa manera, deberían ser enemigos. Seijuuro lo sabía, no había nada que se escapara de sus manos, de su poder, de sus dominios. Todo debía ir tal y como la naturaleza lo había determinado.
Es absoluto después de todo.
Y las gotas de agua que caen, marcan el inicio de la tormenta.
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A través del tiempo.
FanficLa historia de un par de almas amantes que; a pesar de las diferencias, las eras y las formas, se seguirán buscando eternamente.