Tanto Aomine como Kagami tenían trabajo que hacer, ambos con las responsabilidades que acarreaban sus títulos. Aomine al ser el demonio Suiko, debía llevar caos a las corrientes fluviales, sacar grandes ríos de sus cauces causando destrozos en las aldeas humanas, más a aquellos que olvidaban dejar ofrendas en los templos donde se le veneraba. Se postraba sobre las lindes de ríos y lagos, esperando al incauto que osase en ensuciar las aguas que vigilaba, comiéndose a los humanos necesarios para causar terror.
Kagami hacia lo mismo, al ser un dios Byakko, su deber era llevar el otoño al mundo. Causaba tormentas eléctricas que provocaban grandes incendios, pero era benevolente, por lo que muchas de estas no se llevaban a cabo.
En los templos en los que se le adoraba solía pasearse en su forma de tigre. Recibía comidas y buenos tratos, le gustaba dejar a los humanos felices llenos de alimentos en sus cosechas para que pudieran soportar el invierno.
Era la temporada alta de sus trabajos, ambos en diferentes puntos de su mundo.
Sin embargo habían hecho una promesa.
Cuando llegue el invierno nos estaremos esperando, antes de que caiga la primera nevada, en el lugar en el que nos conocimos.
Pero; esa promesa fue parcialmente cumplida.
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Aomine corrió con los pulmones doloridos, una sensación de aturdimiento llenaba sus sentidos, su alma, sus pensamientos. Hacia segundos mientras se marchaba de la última de las ladeas en las que había hecho su trabajo, fue que lo sintió.
Una sensación de olvido, de dolor. Una sensación como si el tiempo de pronto fuera más lento, más pesado.
Por alguna malsana razón la primera idea que llego a su mente fue el intrépido tigre del que estaba enamorado. Este le había dicho que la primavera pronto llegaría para ambos y así como esta, ellos tendrían quizá; un par de frutos.
No lo entendió, aun no lo entendía. Pero sentía en su alma la imperativa necesidad de ir en su búsqueda. Tenía que encontrarlo. No le importo lastimarse los pies, porque por alguna razón se negaba a volver a su forma completa de bestia. Corrió como el demonio que era y; al llegar a la pradera que habían convertido su hogar, lo vio.
El aire salió de sus pulmones negándose a entrar de nuevo, su corazón comienzo a latir frenético de pronto y; llevando una de sus manos a su corazón, camino con lentitud.
Ahí frente suyo estaba su tigre, pero; ¿Por qué sentía que moría de frio? ¿Por qué tenía miedo de acercarse? Él era Aomine Daiki, un orgulloso demonio del agua, por centenares de años había causado estragos en en el mundo humano, ganándose el respeto de esas escorias, él no era alguien que tuviera miedo, entonces ¿Por qué en esos momentos lo tenía?
Un miedo que le quemaba los pulmones, que agonizaba su alma.
Cayó de rodillas tras la espalda de su tigre y no quería; él no quería darle comprensión a lo que veía.