Resulta que ahora la moda en el Capitolio son los menús forenses. Se supone que la gracia está en adivinar la causa de la muerte de tu plato a medida que lo diseccionas y te lo vas zampando. Por suerte, mi experiencia con los gatos en el sótano me está facilitando las cosas: la cubertería parece sacada de la mesa de instrumental de un quirófano.
La verdad es que estoy pasando un rato entretenido, porque cada dos por tres oigo a alguien gritar emocionado sus conclusiones. «¡Murió por aplastamiento! ¡No era un lenguado sino una lubina!», «¡No se dio cuenta y no saltó a tiempo! ¡Mi rana murió cocida a fuego lento!», «¡El hígado estaba exquisito! ¡Cirrosis, mi pato...!» ¡¿qué?!
El pulso se me acelera, las manos me tiemblan y se me ha abierto un grifo en la nuca. Tranquilo, Roberto. Que hayan servido pato a algún comensal no significa que haya por aquí una de esas criaturas salidas del averno observándote, ¿verdad? Esos malditos ojos amarillentos... Respira. Céntrate en tu plato. Es un simple filete de ternera. Examina la textura, el color y el sabor. Analiza la carne, la grasa y los tendones. Mmm, es interesante, pero me haría falta un vistazo más profundo.
—¿Perdone señorita, me pasa el microscopio?
La chica de al lado no me hace ni caso, su atención está dirigida por completo al señor de enfrente, que lucha a brazo partido, literalmente, contra un pulpo. Y no la culpo, es una escena sin sentido alguno en una cena con menú forense. Como sigue sin atenderme, hago lo único que se puede hacer en estas situaciones: rompo una botella de vino y amenazo con cortarme las venas si no me pasa el microscopio. Tranquilos, no estoy loco, la botella es de vino blanco.
—Disculpa, es que a ese le están dando la del pulpo. Aquí tienes.
Ahora sí. Esto es otra cosa. Con el microscopio de 500 aumentos todo cambia. Lo agarro con las dos manos, lo alzo por encima de mi cabeza y golpeo el filete repetidas veces. ¡Ajá! ¡Lo sabía!
—¡Mi filete de ternera está muy duro! ¡La vaca murió de vieja!
Compruebo una vez más con decepción que mis palabras se pierden como lágrimas de pollo en una lluvia de ácido clorhídrico. Me subo a la mesa y amenazo con tirarme, pero siguen sin escucharme. Malditos psicópatas, si fuera desde un quinto piso ya estarían todos pidiéndome que no lo hiciera, mientras desean lo contrario. Si supieran el esguince de tobillo que arrastro desde hace una semana otro gallo cantaría. Morir aplastado de un golpe me dolería menos.
Desde lo alto de la mesa me doy cuenta de que están todos mirando detrás de mí. Otra vez el tonto del pulpo, seguro. Me giro, y ahí está, el pulpo está a punto de ganar la batalla. Le tapa totalmente la cara. Tiene el cuello azul. El desgraciado se desploma sobre su plato y el pulpo grita, tentáculos en alto:
—¡N'gha nw sgn'wahl ebumna!
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Los Juegos del Humor
HumorMis aportaciones para Los Juegos del Humor como tributo del Distrito de Humor Negro. ***No se admiten patos***