Humo y espejos

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El déspota al fin ha dejado a un lado su antifaz.


Ha caído el telón y queda desvelado que nada es como que veíamos, sentíamos ni oíamos.


Después de todo lo que conseguimos, de todo lo que alcanzamos con tesón, afán y ahínco desmedidos, aquí estamos de nuevo.


En nada nos ha ayudado el acato de unas leyes sin sentido. Disposiciones alocadas que el cacique vitalicio ha mantenido en el tiempo usando su inflexible mano y manipulando a sus fieles discípulos con un despiadado fin.


Mas hay algo que no sospecha.


Un plan que, bien dispuesto y con limpia ejecución, supone su total y absoluta consumación.


Un plan que ataca a lo más hondo de su existencia, y del que no tiene salvación alguna.


Sin duda te cuestionas: ¿Cuál es esa diana? ¿Qué es eso a lo que apuntando con tino hundes la nave, y al capitán con ella?


Pues lo más divino e inviolable que poseemos: el modo en que designamos las cosas y, más aun, a las gentes.


¿Y en lo alto, en la cima de todo, qué tiene un egoísta consumado como el que nos atañe?


Sencillo: la denominación de uno mismo.


No hay nada que le duela más que la contemplación de la imagen de sí mismo ante el espejo cuando sabe que la suya es indigna; que el que la oye da vueltas en el suelo con la mandíbula desencajada pues, amigo mío, si te llaman así, ya te han calado.


Pues, como en el cuento del poeta danés, cuando un niño ajeno a ese juego señala que estás desnudo, el hechizo se deshace.


Es entonces cuando todos ven que solo hay humo y espejos. 

Es entonces cuando ya no te temen. 

Y sin miedo, no hay sumisión. 

Y sin sumisión, no hay obediencia. 

Y sin obediencia, solo queda la más digna de las simientes. La fuente de todo movimiento que se opone al statu quo, el manantaial de toda sublevación y, en definitiva, de toda vida:


El caos.


Efectivamente, alguno ya lo intuye, o incluso ha dado ya con la clave. 

He acumulado todas y cada una de ellas. 

No queda ninguna en su feudo, y no hay modo alguno en que las halle.

He tomado en fianza cada instancia posible de la decimonovena pieza del alfabeto.


A usted le toca. Mueva ficha.
Mi consejo es que claudique inmediatamente.
Si no en auxilio de sí mismo, hágalo en pos del bien de sus «Juegos del Humo».
No hay más opción.


Buenas noches y buen sino, Seño Humo.

Los Juegos del HumorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora