Luego de una jornada laboral larga e intensa pero no muy productiva llego a casa demasiado cansado. Ceno rápido intentando acelerar el proceso previo que me llevaría a la cama para finalmente descansar. Mientras lo hago saludo de manera fría a los hermanos de mi comunidad con un simple hasta mañana,
Al final del comedor de casa está la puerta que lleva hacia la terraza, la cual había abierto al llegar para que se ventilara y refrescara el ambiente. Al empezar a cerrarla sentí la necesidad de subir a la terraza para orar un rato, y cuando digo orar un rato soy conciente del momento en el que se inicia pero jamás sabiendo anticipadamente el momento en el que finalizará. Con el Evangelio en mano comencé a subir los escalones que me separaban de la terraza.
Reconociendo mi cansancio y por temor a quedarme dormido no me senté, solo caminaba por la terraza mientras la oración comenzaba. Un silencio profundo y una relajante brisa me acompañaban. A medida que avanzaba la oración la brisa iba convirtiéndose en viento. Luego de una charla, o monólogo de mi parte hacia Jesús, cuyo contenido no tiene importancia para el relato, con los ojos bien cerrados pienso sonriente en lo lindo que sería verlo, y me digo a mí mismo que sabía que eso no iba a suceder, pero insito con el pensamiento de que sería hermoso poder verlo. Abro el Evangelio sin buscar respuesta a ese pensamiento o ganas de verlo, Y es allí donde mi monólogo dejó de ser tal convirtiéndose en un nuevo encuentro con Jesús.
La palabra me respondía de la siguiente manera:
Juan 20:24-29 Incredulidad de Tomás
24 Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino.
25 Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.
26 Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
27 Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
28 Entonces Tomás respondió y le dijo: !!Señor mío, y Dios mío!
29 Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron
Cerré el Evangelio entre sonrisas, el viento se convirtió en brisa. Lejos de irme a dormir, encendí la computadora para contarles sobre este nuevo encuentro con Jesús. ¿Lo he visto? No hace falta, simplemente creo en Él.
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En cuentos con Jesús
SpiritualDesde mi regreso al camino de Jesús, se fueron sucediendo distintos encuentros con Él. Los comparto en forma de testimonio