roses {Jøshler}

twenty nine 🌹

Los años pasaban como si nada, los padres de Josh murieron y nosotros nos mudamos aquí, a San Francisco. A Josh le encantaba contarme historias de cuando vivía aquí con sus padres, me las repetía una y otra vez. Íbamos de paseo por la playa casi todos los fines de semana, veíamos a un montón de gente hablando todos los idiomas, skaters, patines, todo tipo de pieles, cabellos, facciones, risas, conversaciones. Era una mezcla hermosa. En la playa siempre ha habido una diversidad impresionante la cual me encanta.

Un día, Josh llegó del trabajo y me encontró en nuestra habitación temblando, frío como un témpano de hielo a pesar de que era verano y los ojos hinchados por las lágrimas. Lo asusté mucho, y me odio por ello.

Había recaído. Después de años había vuelto a sumirme en la más miserable de las tristezas, había vuelto a sentirme una carga para Josh, para el mundo. No me levanté de la cama en dos meses más que para lo necesario que era básicamente ir al baño. No comí durante al menos un mes y Josh ya no sabía qué hacer. Me rehusé a ir a terapia hasta que lo vi tan decaído que no me perdonaría el ser el causante también de su tristeza.

De todos modos no me sentía nada cómodo contándole mis problemas y pensamientos a nadie, pero... si ni siquiera se los podía contar a mí marido. Aquello era un gran problema. No era falta de confianza, claro está, porque siempre nos habíamos contado todo. Era solo mi maldito problema. Siempre que recaía dejaba de contarle mis cosas y cómo me sentía.

De verdad no quería preocuparlo y atormentarlo con mis cosas pero pronto me di cuenta de que aquello fue un gran error.