SAVOR THE PAIN

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¡Muchas gracias por sus mensajes y apoyo! Espero que esta historia continúe gustándoles a medida que avanza. Prometo que tanta maldad llega a un puerto XD

¡Gracias miles a Chiru_Less!, cuyas limaduras de cuarentena a las tres de la mañana hacen que mi cerebro funcione más rápido. ¡Esto es tu culpa! 


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CAPÍTULO 2: Savor the pain

Yuuki Komimura era una chica bastante común. Terriblemente común, como ella misma solía definirse. Nerd del club de Arte desde último año de la escuela primaria. Amante del cine fantástico y siempre devolvía lo que pedía prestado, sobre todo si eran libros. Incapacidad emocional para no hacer un comentario incómodo cuando una situación se volvía particularmente seria. Horrible en todo deporte que necesitara coordinación de pies y manos. Sociable a un nivel estándar.

Quizá... —murmuró por encima de un susurro. Solo para ella. O eso pensó.

—¿Quizá qué?

Abrió los ojos de par en par al notar que lo que era una voz en su mente, realmente salió al exterior por sus labios. Volteó el rostro pálido hacia la derecha, y la enorme envergadura de Osamu Miya estuvo en su rango visual. Altísimo, de hombros amplios, y ese rostro tan calmo que solo la incitaba a volver a dormir.

Oh. Osamu-kun —sonrió de costado. Adivinó sin necesidad de levantar la cabeza que el letrero de segundo año, salón dos estaba justo sobre ellos. Era obvio que se lo podría cruzar. Los ojos cansados la hicieron pronunciar la única palabra que podía seguir en esa oración—. ¿Sueño?

—Hambre —respondió. Claro que siempre sería hambre.

—Siempre puedes comer algo antes de la primer clase.

El rostro del muchacho pareció enturbiarse por un instante. Esas expresiones que aparecen cuando una epifanía horrible se manifiesta de improvisto.

—No traje nada.

Pestañeó varias veces. ¿Osamu Miya no tenía comida? ¿Era jod...?

—Tengo una caja de Pocky. ¿La quieres? —preguntó quitándose el morral para tratar de abrir el cierre. No tardó dos segundos en obtener respuesta.

—Sí por favor, gracias.

Echó a reír. Tomó la caja en tonos rojos y se la pasó. Era ver la expresión de un niño que encuentra su juguete perdido. Un niño de más de metro ochenta y el rostro de un anciano cansado. Una tímida sonrisa apareció en sus labios cuando probó el primero. Así debía sentirse un guardia de playa al sacar del mar a alguien ahogándose.

—Intenta que te duren hasta el receso de almuerzo.

—Eso no va a ocurrir. Pero gracias. ¿Te invito un jugo de la máquina luego?

Asintió sin dejar que la sonrisa se fuera de su rostro cubierto en pecas. Los alumnos aún pasando a su alrededor.

—Claro —dijo —. Buen comienzo, Osamu-kun.

—Trata de no sacarlo de quicio hoy. Luego se queja conmigo.

Trató de no ahogarse con su propia saliva. No le fue posible. Por eso estiró una blanca mano antes de comenzar a caminar hasta su propia aula, a unos pocos metros más adelante donde el letrero de salón uno se leía claramente.

Ahora que su segundo año de preparatoria arrancaba, se había propuesto dejar atrás ciertos parámetros de su vida y probar algo nuevo. Correr más en clase de educación física. Sacar la nariz de un texto y e interactuar sin que otro viniera primero. Quizá dejar un poco de lado esa cara de perra descansada que la caracterizaba. ¿Cara de perra descansada? ¿Desde cuándo se llamaba a si misma cara de perra descansada?

La noche en que dije que te odiabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora