VI. ¿Me enseñas?

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Durante ese par de meses de Kakyoin viviendo en su casa, Jotaro vivía más admirado por él. Era el autocontrol, el orden y la disciplina en persona. Pese a que las primeras semanas siguió la rutina relajada de Jotaro, luego volvió a la suya propia. 

El joven despertaba temprano y sacudía su futón a diario. Tras hacerle compañía con su desayuno, ayudaba con el aseo de la vajilla a la señora Holly. Luego entraba a la biblioteca de la casa y dedicaba al menos dos horas a su rutina de lectura; parecía muy entusiasmado por la cantidad de libros que los Kujo poseían. Y a Jotaro le llamaba la atención verlo tan absorto en su labor intelectual, con el mechón rojo tras su oreja. Trataba de acompañarlo, él revisando una revista de suscripción sobre vida marina. Pese a que ese tema solía hacerlo imperturbable, no podía evitar lanzarle unas miradas a Kakyoin de vez en cuando. A veces incluso llevaba a propósito un bol de snacks con la intención de chocar manos con él y, así de a pocos, poder asir su mano y apoyarse sobre él mientras leían.

Cuando Kakyoin sentía que Jotaro reclamaba por su atención, lo invitaba a jugar shōgi*. Se sentaban juntos en un pasillo de la casa que miraba al exterior y acomodaban el tablero pieza por pieza para empezar su duelo mental. Pese a que Jotaro era bastante astuto, perdía contra Kakyoin en dos de cada tres jugadas. El pelirrojo parecía entusiasmado acorralando a su amante en el tablero, haciéndolo pensar todas las posibilidades de jugada y ver ese ceño varonil frunciéndose de concentración. Su sonrisa era retorcida y maliciosa cuando pese al esfuerzo que el ajeno hacía, él ganaba.

Aunque no lo aparentase, Jotaro era mal perdedor. Su ánimo al ser vencido era huraño, así que Kakyoin prefería solucionar esas asperezas a puerta cerrada en su habitación. Lo abrazaba y lo miraba a los ojos hasta que el otro no podía soportar más. Jotaro no podía enojarse con esos ojos violeta que se veían tan mansos; terminaba comiéndoselo a besos y tratando de robarle la yukata. ¿Cómo no buscarlo de esa manera si su amado cada vez lo satisfacía de mejor forma?

Kakyoin era increíble para aprender, y eso tenía sus ventajas en todos los aspectos. Jotaro se sentía felizmente dirigido por la mano del chico de ojos púrpura. Este era un combo completo: era hermoso, era flexible y sus movimientos eran dinámicos e intuitivos. Jotaro no tenía ningún problema con la promesa que hicieron de no consumar el acto, pues Kakyoin tenía sus formas de embelesarlo sin necesidad de tener sexo. Le encantaba ser enredado entre los brazos y las piernas del joven y observarlo mientras gesticulaba eróticamente bajo sus manos fuertes y torpes. Navegaba sobre esa piel tersa y clara, besaba cada recóndito espacio al alcance de sus labios y moría al ser sometido por las palabras excitantes y los ligeros dedos que hacían el clásico acto que más le gustaba, cerrarse contra su garganta y cortarle ligeramente las funciones respiratorias.

Por su parte, Jotaro le ponía bastante empeño y pasión a la hora de amar. Sin embargo, era muy patoso con las caricias; porque su stand podía ser un experto en la precisión, pero él no lo era. Sus manos amplias estrujaban indiscriminadamente las partes del cuerpo de Kakyoin haciéndolo gemir por la fuerza con la cual era apretado. Al chico le excitaba esa particularidad de su amante, pero temía que en algún momento se le escapase un sonido que indique a los padres de Jotaro que lo que hacían en el cuarto no era convivir como amigos. A veces terminaba mordiendo del hombro fornido de Jotaro para evitar ruido alguno; el resultado de eso era que encendía más a Jotaro y este volvía a intensificar sus movimientos. Era un círculo vicioso tan candente como enternecedor.

Después de esas sesiones de placer, Jotaro solo tenía ganas de arroparse bajo el futón y descansar. Kakyoin no; él se levantaba a recoger cada bola de papel que usaron para limpiarse y echarla al tacho de basura, se tomaba el tiempo de meterse al baño de Jotaro y ducharse. Dejaba el baño impecable tras su paso, luego se colocaba una yukata lavada y, si aún había sol, salía a lavar la que había usado. Si era muy tarde, la dejaba en el cesto de ropa. Recién habiendo terminado todo eso, se acostaba en el futón que Jotaro unía con el suyo.

Todavía podemos decir "una vez más";「JotaKak」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora