XIII. Usted

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Nota: Volvemos a encontrarnos con Juantaro. ¿Cómo le estará yendo? xd

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Nueva York, 1990

Así que esa era la surreal vida de adulto que le tocó por dejar a Kakyoin irse de su lado.

Jotaro se tocó en entrecejo con los dedos, fastidiado de pensar en ese nombre. ¿Era siquiera justo que pensase en él? Tal vez era lógico, después de todo él había sido el amor de su vida, su principal aspiración y con quien quiso pasar el resto de sus días. Pero era realmente cruel pensar en él mientras le retiraba el velo de la cara a su futura esposa.

Miró el rostro de Jole y hasta le dio lástima verla tan emocionada. Hubiera querido devolverle aunque sea un poco de esa emoción pero se sentía incapaz. Aunque no era su culpa; ella lo había aceptado así, frío y con cara póquer. Entonces no podía quejarse de que siguiese con esa actitud el mismo día de su boda.

El órgano tocaba música ceremonial tan lúgubre como su ánimo y él se sentía realmente incómodo en ese esmoquin gris. Hace mucho que no se colocaba un traje, o ninguna otra cosa que no fuese una polera y un pantalón negros. Sí, era parte de las señales de que se había echado al abandono. Otra señal es que estaba ahí, casándose sin haberlo pensado muy bien.

Las que sí parecían haber maquinado todo eso en vez de él estaban sentadas en los asientos más delanteros de la iglesia, disfrutando más que el novio. Holly, Suzie Q y la señora Bianchi estaban ataviadas con espléndidos vestidos azules y aplaudían con orgullo, se secaban lágrimas y todo. Vivían su telenovela personal observando ese casamiento. 

Jotaro sintió esa clase de vergüenza que le daba cuando actuaba en algún espectáculo de la escuela primaria y veía a su madre echarle porras. Eso multiplicado incluso, porque no solo estaban ellas sino que la iglesia estaba repleta de gente que no conocía. Seguro gente de la alta sociedad y esas ridiculeces en las que su abuela estaba comprometida, todos ahí admirados de ver cómo un Joestar se casaba.

Aunque el sacerdote que los casaba era joven, a Jotaro el sermón se le estaba haciendo eterno y tedioso. Eso no lo ayudaba en su objetivo de no pensar en Kakyoin mientras estaba ahí. Se preguntó dónde estaría ese maldito imbécil; seguramente muy fresco en el círculo polar sin imaginar a qué clase de decisiones lo había empujado solo por dejarlo. O sea, seguía sin estar seguro si él, a sus 20 años, estaba listo para casarse. Pero ya le resultaba engorroso decir que no gracias ahí, en el altar.

-¿Jotaro Kujo, quieres recibir por esposa a Jole Bianchi? ¿Prometes serle...?

Bla, bla, bla. Ahí tenía que decir que sí.

-Sí, acepto.

Su nueva mujer también contestó afirmativo cuando se lo preguntaron. Después de todo, Jotaro siempre tuvo la sensación de que ella había insistido bastante para que terminen así. Pensaba mientras se inclinaba para besarla, intercambiaban los anillos de compromiso y firmaban el acta. Ella se aferró a su brazo y le sonrió, feliz.

-Vamos, cariño.

El joven avanzó con ella mientras sonaba la marcha nupcial. Se sentía bastante aturdido, caminando derecho sobre la alfombra roja hacia la luz de la puerta de salida mientras oía a su mamá, abuela y suegra llorar desesperadamente tras de ellos y todos los asistentes desconocidos aplaudiendo como locos. Ni siquiera podía calmarse mirando una cara conocida como la del viejo Joseph, que estaba de viaje de negocios, ni la cara seria de su padre que había preferido irse de gira otra vez. Era solo él, parado como un idiota en la puerta de la iglesia y preparándose para una foto con la mujer que apenas conocía.

Todavía podemos decir "una vez más";「JotaKak」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora