CAPITULO 8.

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La lluvia caía a cantaros afuera, las ventanas estaban cerradas pero se empañaron por acción del agua

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La lluvia caía a cantaros afuera, las ventanas estaban cerradas pero se empañaron por acción del agua. Desde la madrugada había comenzado a llover tan fuerte que algunos estudiantes no fueron a estudiar por cuestiones de transporte. Afortunadamente, mamá estaba en la casa y se ofreció a llevarme para que no me mojara.

Estábamos comenzando la tercera hora de clases y la lluvia no cesaba. Dentro del salón hacía un frio insoportable y antes de salir de casa cogí un abrigo, pero había dejado de funcionar el calor corporal hacía una hora. Algunos profesores entraban a clase emparamados y uno que otro puesto estaba vacío por la ausencia de un estudiante. Entre esas personas estaba Mia. Quizá sus padres no estaban en casa y no tuvo en que ir hasta el colegio. Para ella eso no era un problema, podía faltar al colegio las veces que quisiera y no le importaba las excusas de asistencia, casi siempre se inventaba una, mas no era que lo hiciera siempre; solo una o dos veces al año. En cambio Charles era un cuento aparte, él si había ido ese día pero muy seguramente más por obligación que por gusto.

— ¿Qué hora es? —preguntó él desde el puesto de atrás.

—No te diré que hora es. Solo pon atención a la clase. —Sentí su mirada de odio y se volvió a sentar en su puesto. Mire por el rabillo de mi ojo hacía atrás y lo vi sacando su celular para ver la hora. ¿Por qué no podía hacer eso desde un principio? Le gustaba que lo regañara.

La clase terminó por fin y cuando sonó la campana salimos al recreo. Charles y yo no conseguimos mesa, así que fuimos hasta las zonas verdes de la cancha que se resguardaban bajo el techo, pero ahí no duramos mucho: La lluvia nos interrumpía. Volvimos a la cafetería.

— ¿Y si nos sentamos en el salón?

—No podemos estar en el salón en horas de recreo. Está prohibido. —Respondí.

—Pero no tenemos donde sentarnos —repuso —Además estas tú. A ti no te regañan porque eres Leah. — continuó con una sonrisa de inocencia.

—Eres tan gracioso. Deberías ser comediante. —dije con Sarcasmo.

— ¿En serio?

— ¡Si! Si quieres morirte de hambre. —Le sonreí.

Nos quedamos de pie en la cafetería buscando una mesa como dos cazadores buscan a su presa. En definitiva, nos iba tocar sentarnos en el salón. Si, estaba prohibido, pero los profesores casi nunca se asomaban por allí, pero me daba cierto grado de miedo que alguien llegara y nos regañara. Yo ya tenía una nota por llegada tarde, y Charles quien sabe cuántas faltas tenía. Suspiré y asentí a la idea de mi amigo; sin embargo, cuando nos estábamos girando para volver por el pasillo, un brazo se alzó y se comenzó a ondear en el aire porque quería captar nuestra atención. Me volteé para ver quién nos llamaba y detuve a Charly agarrándolo del brazo. Adam se había puesto de pie haciéndonos señas para que nos sentáramos con él; no estaba solo, frente a él había dos chicos. Nos sonrió cuando supo que nuestra atención fue captada y nosotros dos fuimos hasta su mesa.

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