Sabes que en el fondo me deseas... Shinsoukoku FINALIZADO

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—¿Eh? —pregunto al ver a Akutagawa recostado en la pared, junto al puesto de helados, con los brazos cruzados y una sonrisa burlona en su rostro.

—Ah, lo olvidaba. Vas a comprar un helado porque eso es lo que los niños comen al salir a pasear, ¿no? Y, como tú eres un niñato, no debería extrañarme —dice, acercándose a mí. Me alejo del puesto de helados y me dirijo hacia él.

—Pues yo creía que los tipos como tú no salían a pasear al atardecer —reclamo, mientras comienzo a sentir cómo mi corazón se acelera. Él, justo él, me mira a los ojos mientras camina para colocarse frente a mí.

—¿Los tipos como yo? Te refieres a las personas que mandan en esta ciudad, ¿no?

—Me refiero a los fanfarrones e irritantes que se creen muy malos porque visten de negro, como tú.

Akutagawa me mira fijamente y ahoga lo que iba a decir, limitándose a sonreír de nuevo con sarcasmo.

—Si eso es lo mejor que puedes decir, entonces pierdo mi tiempo contigo —responde, y comienza a caminar rumbo a las calles flanqueadas por enormes cerezos. El aire parece detenerse, ya que la calle está desierta.

Observo su espalda, con sus ropas negras ondeando, alejarse. Y no es algo que quiero permitir. Así que, aspirando hondo y llenándome de valor, corro para alcanzarlo. Después de todo, ¿qué más puedo perder cuando él ya me ha hecho perder la razón?

—¡Espera, Akutagawa! —grito, corriendo hasta llegar a su lado izquierdo, emparejando mi paso con el suyo.

—Si decides seguirme en vez de comprar tu helado, eso significa que no tienes nada mejor que hacer o que te dolió que te llamara niñato —dice al notar que camino a su lado, lo que me hace torcer la boca, molesto. ¿En serio él tiene que ser el chico que me gusta?

—Tal vez es mejor idea venir a molestarte que comer un helado. No todos los días puedo encontrarte al paso y decirte tus verdades.

—¿Ves? Eres un niñato. Venir a molestarme, ¿es eso lo mejor que puedes hacer? ¿Por qué no decides pelear conmigo? Sería más fácil y...

—Porque no pienso arruinar esta tarde tan bonita y estos cerezos en el camino teniendo que pelear contigo, cuando ya sé el resultado —contesto con presunción. Noto que una pequeña sonrisa asoma en su rostro, aunque no se voltea para mirarme—. Aunque se me arruinó al haberme encontrado contigo.

—Pues perdone usted, príncipe de la luna llena, que desentone en este cielo azul y estos cerezos por los que caminabas en esta tarde de primavera —responde, y siento que mi rostro se enciende—. Pero este plebeyo también tiene derecho a salir de vez en cuando a caminar —agrega, volteando a mirarme. Quedo pasmado, y él parece un tanto desconcertado.

¿Acaso habrá notado mi sonrojo?

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