Parte 3

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Contemplaba con sumo detalle cada facción, sin dejar ningún trozo de piel, la recorría con detenimiento, sus ojos verdes, sus labios se movían al compás de su corazón, el sonido de su voz melodiosa, su cabello recogido donde algunos mechones largos rozaban su clavícula.

Jacob tragó saliva y se relamió los labios, sintiéndolos resecos, su mirada cayó en la tierna y dulce boca de la joven y un vago, pero persistente pensamiento paso por su mente, sus labios rosados. Y no pudo evitar preguntarse si acaso eran tan suaves como se veían, y tan apetecibles, hasta el punto de querer tocarlos, de rozarles, un roce leve, solo... besarlos, era lo único que su alma pobre pedía, un sorbo de agua en aquel desierto árido en el que se encontraba- dejando así deslizar su mirada por el área del cuello, notando que lo que provenía de ella era hermoso, era suave, delicado, tierno.

Todo en su esencia se convirtió en lo que él necesitaba, lo que él anhelaba.

Los ojos verdes de Addy chocaron con los celestes de él, que a ambos les causo un mismo efecto, una corriente eléctrica, que recorrió toda su espina dorsal, y erizo cada vello de su piel.

Con sosiego tomó una uva y la contuvo en sus labios por unos instantes, bajó la mirada y luego la volvió a chocar con los espejos celestes que veía fascinada aquella simple uva. Adelaine mordió de ella y sus ojos verdes percibieron toda la atención que acaparaba en su acto. Y notó como la mirada pasible de su hermano se transformaba en el proceso a un celeste más oscuro. Sus pupilas se dilataban y un brillo nació de su iris, no entendía aquella mirada, esa observación tan diferente como jamás le había dedicado, pero por algún extraño motivo le fascino, porque venía de él.

En su mente se preguntaba que sucedía en aquella cabecita, que pensaba, el que ocultaba aquel silencio y esa mirada osada profunda como le dedicaba.

Debido a que Jacob tan solo de dieciocho años era el inefable de su padre, lo consideraba nato de su enseñanza, pues el futuro de los Bélanger desde el momento preciso en que daban el respiro por primera vez, y sus padres lo tenían ya decidido.

Jacob heredaría el negocio familiar y contraerá matrimonio con alguien de la burguesía, eso era un hecho irrefutable. Como hijo agradecido debía cumplir al pie de la letra hasta las más duras exigencias de su padre. Él joven lo entendía, pero había ciertas cosas en las que él no estaba dispuesto a ceder, él nunca difería en nada de lo que opinaba su padre, pues le era indiferente, todo a su entorno le era total y ajeno.

Menos ella.

Su atención se desvió solo para apreciar de nuevo a su bella gardenia, quien recibía una brisa de aire que revolvía su oscuro cabello suelto, y disfrutaba una copa de agua, con la mirada distraída en el horizonte. Jacob la ve una última vez antes de regresar su atención a su padre que permanecía a una distancia prudente encabezando el comedor donde su madre se hallaba a su derecha y a su lado su hermosa Adelaine quien estaba perdida en su mente.

Pensamientos que parecían tener un solo propietario.

-En el otoño deberías marchar con tu tía Elizé.- interfirió su madre en la meditación de Adelaine.

Sus ojos verdes se posaron en la mujer la cual se encontraba a su izquierda, disfrutando su postre, notando la piel tenue en sus rasgos, y su mirada celeste toparon con los de su primogénita, para observarla en espera de una respuesta afirmativa.

Los ojos de Adelaine se mantuvieron centrados en su madre y notó que todo miramiento estaba posado en ella, pues en afán de su padre la observaba mientras saboreaba su postre. Y su hermano la contemplaba con cautela y calma, la atención de la muchacha se volvió de nuevo a la matriarca y con el asedio que sentía, presa del nerviosismo bajó su mirada a sus largos y finísimos dedos.

El Sauce de Adelaine [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora