Campo

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Habían pasado seis meses desde que llegué a la cárcel de judíos. En este tiempo pude conocer lo que era la crueldad humana en su punto más alto. Nada más llegar los soldados nos separaron a mi padre y a mí por un lado y a mi madre por otro. Todavía no sé nada de ella, si está mal o si está muy mal, porque bien, en este sitio, no se puede estar. Ni siquiera sé si aún vive. Casi prefiero que no lo haga.

Aquí la situación es horrible. Cada mañana nos levantan antes de que amanezca para ir a trabajar, debíamos construir más edificios para ampliar el campo de concentración. Si nos negábamos, bien por cansancio, bien por no querer trabajar para ellos, nos daban una paliza, en la mejor de las situcaciones, en la peor nos fusilaban delante de todos. Así pues, debíamos trabajar hasta el agotamiento, de sol a sol. Muchos moríamos por ello.

Además, no comíamos casi nada, no ingeríamos más de trescientas calorías por día, con suerte llegábamos a doscientas. Estábamos escuálidos. Tampoco teníamos espacio, en los barracones, los cuales tenían unas cincuenta camas, dormíamos al menos cuatrocientas personas, apiñados en grupos de unos ocho por cama.

Una noche mientras todo el mundo dormía del agotamiento, escuché a través de la fina pared como un soldado le decía a otro "Que mal huelen esos cerdos". Al principio pensé que se referían a nosotros, los vivos, pero lo siguiente que escuché me hizo darme cuenta del error que cometí. "Sí, aun ahogados y achicharrados no dejan de apestar este mundo. Para lo único que sirven es para hacer jabón" contestó el segundo.

Llevaba meses preguntándome por qué cada día salía un humo negro de las chimeneas que olía a carne y por qué desaparecían grandes cantidades de hombres al día. Al escuchar la conversación todo se aclaró y se me cayó el mundo a los pies. No solo nos torturaban día tras día, sino que nos ahogaban y nos quemaban. Además tenía que ser en grandes cantidades ya que el humo salía de manera constante, sin parar ni un solo segundo al día. Y no solo eso, sino que también experimentaban con nosotros.

Ese fue el momento en que tomé la primera gran decisión de mi vida, y también la última. Debíamos huir de aquí, era la única manera de salir de aquí con vida. Aunque las posibilidades fuesen nimias, si nos quedábamos nos íbamos a morir con toda seguridad. 

JudeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora