LA FERIA. Parte dos: Carrusel.

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El ambiente en la feria había cambiado, Melanie no recordaba tanta neblina al salir y las penumbras no tan profundas, era raro, cambio todo incluso en la gente que caminaba a su alrededor. Agitada y sudorosa decidió sentarse en el suelo a pesar del polvo que había, esperando impaciente por sus amigas, cuando de pronto vio a Astrid salir de ahí, con la misma cara con la que posiblemente ella había salido. Cuando se acercó, Mel se puso de pie para preguntar qué había sucedido ahí adentro, en eso detrás de Astrid se asomó Katia, la pequeña rubia de piel blanca que parecía más pálida que de costumbre. Ambas amigas la ayudaron a detenerse ya que parecía que en cualquier momento se derrumbaría.

- ¿Qué fue lo que sucedió ahí adentro? No las encontraba – dijo Mel agarrando los brazos de las dos chicas

- ¿Dónde está Yoselin? – pregunto Katia casi por instinto y sin apartar la vista del suelo con sus ojos como platos desde que había salido de la atracción.

- No lo sé, acabo de salir pero, Mel, tu saliste primero ¿no la viste? – pregunto Astrid volteando hacia la morena.

- No, pero todo fue muy raro ahí adentro, tal vez siga dentro, o quizás salió antes de que yo encontrara la salida –

- Puede ser, pero no podemos esperarla más, habíamos quedado de vernos con mi hermana en la entrada, así que si la vamos a esperar hay que hacerlo ahí, sigamos viendo, este fue un juego bastante raro ¿no creen? – dijo Astrid para calmar a sus amigas y tratar de seguir disfrutando del lugar.

Ambas chicas solo asintieron a lo que Astrid dijo y siguieron avanzando, las luces se movían más lentas y ya no eran tan brillantes como antes, la calurosa noche que había iniciado con el fervor de los cuerpos de los chicos y familias ahí reunidas se había ido, un viento gélido le helo los brazos descubiertos de Astrid. Siguieron avanzando hasta que una dulce música se escuchaba a lo lejos, Katia avanzo dejando a sus amigas atrás y volteo repentinamente para verlas, en su rostro se dibujaba la sonrisa de una niña que había escuchado su melodía favorita o había probado su sabor favorito de helado.

- ¡Es el carrusel! vamos chicas, dense prisa – dijo Katia casi brincando de emoción adelantándose a sus amigas.

Katia había dejado de ser esa sexi rubia que traía locos a todos los chicos y algunas chicas, para convertirse en esa adorable rubia de coletas de seis años que amaba el carrusel. Cuando Mel y Astrid por fin alcanzaron a Katia ella se encontraba pagando el precio por subirse a dar una vuelta en el alegre juego, ella vio a las chicas y agitando una mano enérgicamente las invitaba a subir con ella.

- No gracias, kat, soy demasiado alta para ese juego – dijo Melanie

- Linda, sufro de vértigo, si no quieres terminar vomitada créeme que deberías subir sola – dijo Astrid agarrándose el estómago como si le doliera y arrugando la cara en forma negativa.

- Está bien, ustedes se lo pierden – dijo Katia indicándole con una mano al hombre que cobraba para que le diera inicio al juego.

El mundo empezó a dar lentos giros alrededor de Katia, sonreía como cuando era una niña, el viento comenzaba a golpearle la cara con mayor intensidad de poco a poco, las luces de los puestos y de los demás juegos se movían veloces y borrosos a la vez, observo como sus amigas se alejaban poco a poco pero a ella no le importo porque ese juego era su favorito desde siempre. Había escogido un caballo de un hermoso color turquesa, el color que siempre escogía cuando era niña. Era grande, su dura y fría melena se extendía hasta la espalda de donde Katia estaba sentada.

El juego comenzó a girar más rápido pero ella aun podía distinguir el mundo a su alrededor, en la tercera vuelta que dio el carrusel Katia vio algo que la dejo con los ojos más abiertos que nunca, algo que no podía creer, su padre estaba ahí parado esperando a que se detuviera el juego como lo hacía cuando la llevaba cada vez que la feria llegaba al pueblo, pero una sombra entristeció su mente al recordar que su padre había abandonado a su madre y a ella cuando cumplió los siete años, era imposible que esa imagen fuera real y pensó que tal vez era solo su imaginación.

Katia se percató que el juego ya había dado más de cinco vueltas, creyó que tal vez el hombre encargado había olvidado parar el juego pero a ella no le importaba porque lo estaba disfrutando.

No podía apartar la mirada de esa esa borrosa imagen que lo que ella creía era su padre, la velocidad del carrusel no dejaba que sus ojos enfocaran la silueta oscura que la observaba detenidamente, pero sabía que era él, en ese instante un escalofrío recorrió su columna y recordó su infancia, lucía como ella miraba todo lo que giraba a su alrededor, en ese momento no deseo más que bajarse de ese maldito juego que solo le provocaba nauseas de lo rápido que iba. Comenzó a gritarle al hombre del juego que lo detuviera pero no se detenía, giraba y giraba sin parar, la silueta extendió los brazos borrosos y escucho su voz, aquella voz grave y cálida, aquella voz que la hacía sentir en confianza que recordaba pero que le daba tanto temor. Su piel se erizo al recordad a su padre y al escuchar su voz, no podía ser, él no podría estar ahí, él las había abandonado. Cerro sus ojos para no ver más esa figura pero lo único que lograba era ver su rostro con mayor claridad y esa voz tan cálida que recordaba.

- Cariño, tranquila, no pasara nada. Vamos a jugar un juego, ¿de acuerdo? –

- Si papi, es divertido jugar contigo –

- Así es cariño, pero debes prometerme que no le dirás a mami a que jugamos, será nuestro secreto. Te prometo que cuando terminemos nuestro juego te llevare a la feria y te podrás subir las veces que quieras al carrusel ¿me lo prometes? –

- Si, ¡al carrusel! te lo prometo por el meñique papi, pero dime papi, ¿Por qué me tengo que quitar mi vestido, si es muy lindo? –

- Porque hace mucho calor, mira, yo también me estoy desvistiendo, no te preocupes te vas a divertir... -

En ese instante una oleada de miedo sacudió el cuerpo de Katia y abrió los ojos, el carrusel giraba con mayor velocidad y la figura de su padre se miraba insistente con los brazos abiertos a que ella bajara, se tocó el estómago que ya lo tenía más que revuelto por los giros y el horrible recuerdo que se hacía tan vivido cada vez que parpadeaba cuando sintió los holanes, aquellos holanes del hermoso vestido color turquesa que usaba la pequeña Katia en su recuerdo. Sintió como algo escurría de su entrepierna y lo recordó todo, era sangre lo que escurría, un inmenso dolor en la parte baja del abdomen y su cuerpo no era de una chica de dieciséis años, era de una niña de cinco. Las lágrimas comenzaron a brotar de los hermosos ojos azules de aquella niña y escucho esa voz nuevamente "cariño, no llores, ven con papi".

Sintió como su cuerpo no dejaba de temblar y sus ojos de llorar, ya no había sentido el mismo miedo desde hace muchos años, aquel temor que la hacía hacerse pipi en los pantalones, el mismo miedo que provoco que sintiera temor y repulsión hacia los carruseles, recordó que no le encantaban, si no, los aborrecía. En ese instante no quería otra cosa que sentirse un caballo más, dentro de la dulce y somnífera música que acompañaba cada vuelta, cerró los ojos llorosos y dejo que el viento secara sus lágrimas, la voz constante de su padre se fue desvaneciendo poco a poco con el viento entre el murmullo de la gente alrededor.

...

De entre la gente Astrid y Melanie regresaban por el camino que habían dejado atrás el carrusel donde su amiga se había quedado, al regresar vieron que el juego se detenía poco a poco pero Katia ya no estaba, lo cual se les hacía muy raro porque le habían dicho que las esperara en cuanto terminara el juego.

- Disculpe señor, ¿vio hacia donde se fue la chica rubia? – pregunto Astrid al hombre del carrusel. Quien solo se encogió de hombros dando a entender que no.

- Tal vez se aburrió y fue a buscarnos, tal vez no nos escuchó cuando le dijimos que nos esperara – dedujo Melanie.

- Tal vez, solo espero y que nos la encontremos – dijo Astrid al detenerse enfrente del carrusel que ya se había detenido por completo – ¿te habías fijado de ese caballo? Es muy bonito y se ve nuevo –

- Cierto, está lindo – dijo Melanie al señalar al caballo enfrente de ellas.

Aquel caballo de hermoso cabello dorado, pelaje blanco y grandes ojos azules como el cielo, con una vestidura color turquesa de holanes pero con una mirada de sufrimiento, como si realmente sintiera un dolor que nunca se iría.

HISTORIAS DE FOGATAWhere stories live. Discover now