“No tiene razón, esto no es correcto y si se arrepienten no merecen penitencia, por qué en el amor, no hay economía ni edad precisa pa' que dos se quieran”
Pensar en Erick, y en su boquita moviéndola cuando hacía los cálculo de matemáticas, es jodidamente caliente.
Verlo morder el lápiz, y de pronto que lo lleve a la hoja por que pensó en un resultado, es extraordinariamente excitante.
Todavía no entiendo, o no puedo creer como fue la primera vez que lo vi.
Solía ser un nenito chiquito, y sin mucho preámbulos por así decirlo.
Recuerdo la primera vez que lo ví.
Caminaba con mi maleta a la empresa de mi padre, como solía hacer todo los días, antes de que me ponga cargo unos meses después.
Esa vez pase por el parque, quería apreciar lo lindo del lugar, y sentarme en una banca a despejar mis ideas.
Mi atuendo era todo negro, y mi cabello estaba revuelto.
Cálculo que me veía atractivo, ya que varias señoras volteaban a verme.
Sonrió con incredulidad, al ver varios niños jugando como debe de ser, difrutar su niñez.
Cuando estaba por levantarme una manito sujeta de mi pantalón tirándolo, trato de mirar de quién provenía y solo logré ver unos ojitos verdes con una cajita en mano.
—H- hola, señor, ¿Le gustaría comprar un dulce? —sus ojos son bonitos, y hay algo en ellos que no puedo dejar de apreciar.
Lo miro por unos largos momentos, y el solo dobla su cuello con desentendimiento, y luego a los segundos mira al suelo.
—D- disculpe, señor si n- no quiere dulces — su vocesita es lo más lindo que mis oídos han escuchado, pero al volver a los cinco sentidos el ya no está.
Cálculo saber que ese nenito tendrá unos 10 años, y es lo más hermoso que hay.
A lo lejos después de caminar un par de pasos, lo veo intentado vender golosinas, pero antes de que pueda acercarme veo como una señora la empuja al suelo.
Grito con enojo un par de insultos, ella al verme agarra a su pequeño hijo y sale corriendo a no se dónde, pero el ojiverde sigue en el piso.
Al levantarse por si solo, su rostro está lleno de tierra, y su mejilla izquierda esta raspada, una pequeña lastimadura tiene en su labio, las palmas de su mano están raspadas y veo como hace un puchero.
Junta toda sus golosinas en la cajita que tiene, y se sienta en un banca, sus piecitos quedan colgando, y veo como pasa su manito con frustración por la cara.
Lágrimas caen por su mejilla, y suelta un pequeño sollozo.
Mi necesidad de cuidar a ese niño ha crecido inmesamente, pero no como algo paterno. Algo más que eso, quiero que sea mío y solamente mío.
Me acerco más a él, y al verme limpia la lagrimas que caen por sus ojitos.
—¿Se le ofrece algo, señor?— pregunta tratando de sonreír, pero solo una mueca pequeña le sale.
—Soy Joel, ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
Mira dudosa a todos lados como si buscará algo, pero solo después de unos segundos me mira.
—Yo soy Erick, pero me dicen Eri.
Sonrió por lo lindo que se ve, y me siento al lado de el.
Primer paso es conseguir confianza.
Después de llegar a unas bastantes información de Erick, y saber que le gustan los dinosaurios, sonrió.
Pero el a ver qué se está haciendo de noche, el se apura en agarrar su cajita y murmura algo que no lo logro escuchar bien.
Se apura a pasos rápido, y yo no tardó en seguirlo.
Pareceré un loco siguiendo a un niño, pero necesito saber dónde es que vivo.
Siento como sus ojitos se fijan en mi, y se queda mirándome.
—No tiene por qué seguirme, señor Joel— dice con una sonrisa.
Trato de hacerme el que no escuché, y me paro al lado de el.
—Ven te acompaño, a tu casa así me aseguro a qué no te pase nada.
El sonreí, y camina tomado de mi mano.
Me sigue hablando de superhéroes, y de todo lo que más le suele gustar, eso lo tendré guardado para siempre en mi cabeza .
Una vez ya llegamos a un barrio un poco desolado, donde hay pocas casas, y las que hay están deterioradas.
Me sujeta con sus manos, y entramos.
Nunca pensé entrar en un barrio así, pero si Erick vive aquí lo haré para siempre.
Me guía a una casa de madera, y con su manito abre la perilla de la puerta.
Escucho como le gritan, y antes de que cierren la puerta pongo mi pie en esta.
Una señora de unos 30 años cerca, me observa de pies a cabeza y me sonreí.
—Disculpe si mi hijo le ha causado molestia, señor ahora mismo arreglaré con el.
Antes de que intente cerrar la puerta hablo.
—Señora su hijo es un gran niño, y estoy interesado en ser su amigo.
Ella debe de entender la indirecta, y sonreí.
Típica como casa mujer que necesita algo.
Le dejo mi número para que después me llame, y me voy de ahí pensado en la sonrisa de mi niño Erick.
—Joey, ¿Me ayudas con matemáticas? —me interrumpe de los pensamientos, y al verlo tiene un puchero en sus labios.
Estos estúpidos cinco años en qué aguante a esa mujer, valieron mil veces la pena que todo.
Me acerco a él y depósito un beso lindo y corto en sus labios.
Ahora seremos el y yo contra el mundo.
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Que se mueran || Joerick.
RandomQue tú tienes treinta y yo apenas dieciocho, son numeritos que fastidió.