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Como todo final tiene un comienzo y todo lo grande alguna vez fue pequeño, esta pequeñita nació en una casa muy lejos de la ciudad, donde todo fue hermoso mientras duró. El cielo estaba muy gris y el viento soplaba helado moviendo, las copas de los árboles, era el único sonido en esa casa acogedora, donde vivían el señor y la señora Smith. Habían deseado por muchos años tener un hijo, un par de manos más que apoyarán, un pequeño o pequeña que destruyera el silencio de las tardes y en las mañanas se divirtiera con los animales que les pertenecían. Alguien a quien dar amor. Por fin lo habían logrado.

-¡Creo que ha llegado el momento! -gritó la señora Smith con desesperación a su esposo.

-Ya le llamo en seguida al doctor- su voz fue tranquila aunque sentía muchas emociones, su esposa estaba por dar a luz, lo que tanto habían esperado.

El doctor tardó cinco minutos en llegar, pues vivía en el rancho próximo, cuando llegó, el señor Smith tenía ya preparadas las toallas y el agua caliente. Mientras el doctor se ocupaba de la paciente, él se dirigió a la cocina, miró por la ventana y observó como un par de aves volaban por el cielo, el vidrio poco a poco se volvió borroso, pues la lluvia arremetía más fuerte.

-Felicidades señor Smith, es una pequeñita muy hermosa, todo salió bien y las dos se encuentran excelentes- dijo el doctor interrumpiendo el silencio, salvó por el relajante ruido de la lluvia.

Muy contento se encaminó al cuarto y miró a su esposa, en sus manos reposaba una criatura muy hermosa, su piel muy blanca. Parecía un ángel, la imagen se guardó por siempre en su mente, la abrazó con mucho cuidado, como si se tratara de una flor muy delicada.

-Mi pequeña siempre serás- susurró en voz baja a la pequeña. -Sarah te llamarás.

Cuando Sarah cumplió 19 años, aquella pequeñita que compartía su comida con los animales seguía siendo la misma por dentro, había crecido más que su padre, su piel era de un tono claro que resaltaba con aquellos grandes ojos de color miel, su melena larga y sedosa, dorada como los rayos del sol brillaba cuando la luz caía sobre ella.

El señor Smith se puso enfermo, le quedaba muy poco tiempo, cada día empeoraba más y el doctor dijo que no había nada que hacer, solo esperar el final.

-Sarah, hija. Prométeme que cuidarás de tu madre cuando yo ya no esté- su voz había perdido fuerzas y cuando hablaba se extinguía poco a poco.

-Lo prometo padre, mientras tenga vida cuidare de ella- dijo Sarah con firmeza y cariño.

Su padre le dedicó una última sonrisa a su hija y a su esposa, todo se vino abajo. Sarah abrazó con fuerzas a su padre y le beso la frente.

-Siempre seré tu pequeña- dijo en un sollozo con lágrimas en los ojos.

Un Amor InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora