II

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Con el pasar del tiempo, descubrí que Mitsuri Kanroji era una chica extremadamente divertida y tierna. En las mañanas, me esperaría en la estación de trenes para que fuésemos juntos a la universidad y en los descansos entre clases, nos juntaríamos para ir a conversar con los amigos de Kanroji, que inevitablemente se terminaron convirtiendo en amigos míos.

Una vez que llegase la tarde, teníamos la costumbre de ir a comer a algún lugar. Ella tiene un apetito voraz y siempre se demora más que yo en comer todo lo que ordena, pero se ve tan feliz comiendo que no me importa esperarla. Por alguna razón, cuando come, hay algo en su mirada a través de la mesa que me hace estremecer.

Me atrevería a decir que es una mezcla de cariño, nostalgia, felicidad y ganas de llorar a la vez.

Jamás entendí la razón, pero Kaburamaru parecía comprender perfectamente que es lo que pasaba por su mente cada vez que los verdosos ojos de Kanroji se cristalizaban y procedía a acariciar con su cabeza la mejilla de ella en simpatía.

Y aunque dicen que las mascotas se comportan de manera parecida a su dueño, y aunque yo no consideraba a Kaburamaru una mascota, me hubiera gustado que hubiese sido mi mano la que acariciase la mejilla de ella, para quitarle cualquier tristeza que se posara en su hombro.

Aquél acto se me hacía sumamente tierno y también sumamente extraño, puesto que Kaburamaru no era así con nadie más que no fuese yo.

Sin embargo, no podía negar el hecho de que si había una persona que podía pasar por alto las barreras  de tanto Kaburamaru como las mías, entonces no había duda de que sería ella.

Bajo las flores del cerezo | ObaMitsu |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora