Especial Semana Santa (Parte 1)

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Cuando llegó el Viernes de Dolores, Raquel no supo cómo actuar

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Cuando llegó el Viernes de Dolores, Raquel no supo cómo actuar. Pablo le quitó muchas cosas, entre ellas disfrutar de la Semana Santa durante la época que estuvo con él. Pocas personas lo sabían porque prefería mantenerlo en secreto. Su devoción era grande, pero se había alejado de su hermandad porque a su ex todo eso le parecían pamplinas. No supo respetar sus creencias, aunque ella hiciera lo posible por amoldarse a él todo lo posible.

Qué arrepentida estaba de haberlo hecho.

Fue en busca de su madre a la cocina, donde estaba haciendo torrijas con la ayuda de Marisa. Ese día era el último antes de la semana grande que abrían la cafetería y por la tarde no estarían en casa. En principio, Raquel iba a ayudarlas, pero su madre se negó a última hora.

—Hoy no vas a ir a trabajar. Tienes algo pendiente que hacer si no recuerdo mal —dijo Cristina en cuanto la vio aparecer por la cocina.

Raquel abrió la boca para replicar, pero Marisa se adelantó:

—Nos las apañaremos bien, tú tranquila.

—¿Estáis seguras? —insistió Raquel.

—Claro, cariño —respondió Cristina—. Lo que me gustaría que hicieras hoy es que recuperes algo que perdiste... Sabes a lo que me refiero, ¿verdad?

Le costó retener las lágrimas que amenazaban con aparecer, pero lo logró.

—Sois las mejores.

Tras decir eso y dar un beso en las mejillas a las dos mujeres, se fue en busca de Julián. Necesitaba hablar con él de eso, terminar de desahogarse con él al respecto. No estaba segura de que se encontrara en casa, pero deseaba que así fuera. No quería molestarle si estaba en su estudio fotográfico. Julián no tardó en abrir la puerta en cuanto ella llamó.

—¿Estás ocupado ahora mismo?

—No, pasa. En unas horas pensaba bajar al local...

Raquel entró frotándose las manos y al llegar al salón se giró para ver a Julián.

—Hay algo que no te conté cuando te hablé de mi relación con Pablo —habló tan rápido que a veces tuvo que repetir algunas palabras para que se entendiera todo bien.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, inquieto.

—¡Oh, no! No ha pasado nada con él, es que es algo que me pone un poco...

—Se ve —la interrumpió él con una sonrisa—. Pero tranquila, te escucharé. Ven y siéntate en el sofá conmigo.

La cogió de la mano y la llevó hasta el sofá, donde ambos se sentaron. Julián acarició la piel de Raquel y consiguió que se calmara un poco. Sus miradas se encontraron durante un segundo y ella deseó poder quedarse así durante el resto de su vida.

—Cuando estés lista puedes empezar.

Raquel inspiró hondo y cerró solo durante cinco segundos los ojos. Al volverlos a abrir, comenzó:

—¿Recuerdas lo que te conté sobre mi relación con Pablo? —Julián asintió—. Me quitó muchas cosas... O al menos yo me las quité por pasar más tiempo con él. Ahora que lo pienso no era una relación de pareja, sino de dependencia. Aunque esté feo decirlo era como una droga para mí. Hice lo posible por complacerle en casi todos los sentidos y dejé de lado algunas amistades por pasar más tiempo con él.

Los recuerdos se agolparon en su mente, así como sus lágrimas en los ojos. Bajó la cabeza y sollozó, aunque intentara no hacerlo delante de su vecino. Él se acercó un poco más a ella para rodearla con su brazo y dejar que apoyara su cabeza sobre su pecho. Acarició el brazo izquierdo de la chica y dejó que ella llorara todo lo que necesitase. Siguió con su narración, así como estaba, cuando consiguió sosegarse.

—¿Sabes? No suelo hablar mucho sobre esto, pero me encanta la Semana Santa. Soy hermana de Los Gitanos, pero aún no he hecho estación de penitencia. Reconozco que siempre me ha dado miedo la madrugá...

—Ha habido algunas un poco extrañas, por no llamarlas de otra forma, así que te entiendo. Soy costalero de San Gonzalo.

Raquel se separó de forma brusca para mirarle.

—¿En serio?

Siempre había sentido cierto respeto por los costaleros y los penitentes. En algún momento de su vida pensó en cargar con alguna cruz, si salía, para hacer más penitencia. Sin embargo, el trabajo de los costaleros era alucinante. Ni siquiera podía imaginar lo que suponía estar bajo las trabajaderas del paso aguantando todo su peso.

—Debo admitir que es algo molesto, o quizá bastante, pero es un sacrificio que hacemos. En realidad no sé cómo explicártelo...

Ella intuyó que él lo había dicho porque algo en su expresión había cambiado.

—No te preocupes, lo entiendo. O eso creo —le aseguró ella.

Se observaron mutuamente en silencio durante unos segundos.

—Bueno... —Rompió el silencio Julián—. Entonces puedo invitarte a que vayamos juntos a ver procesiones, ¿no?

—¡Me encantaría! —Sonrió.

Los dos se abrazaron y ella volvió a sollozar en sus brazos.

Él no soy yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora