La chica de la panadería

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Era un lunes normal cuando la vi por primera vez. Yo trabajaba en una pastelería sobre la Avenida Central, por donde muchas personas pasaban al salir de trabajar. Por lo general el local se llenaba desde las 4 de la tarde hasta las 6, ya que entonces la mayoría de la gente salía del trabajo y pasaba a comprar algo dulce para la cena.
Ella llegó por primera vez a las 7 de la noche, apenas una semana después de que abriésemos al público. Era una chica bella, tal vez no tan delgada como las demás pero con todas las curvas en los lugares correctos, vestida en un clásico traje de oficinista. Después de pagar, se sentó en una de las mesas y empezó a comer su pequeña porción de pastel. La expresión que apareció en su cara fue de un completo placer, algo casi sensual. Lo terminó de comer rápidamente, y luego pidió otras dos rebanadas para llevar.

Después de esto, volvió todos los días, cada día pidiendo un poco más tanto para comer ahí mismo como para llevar. Parecía que se había vuelto completamente adicta a los pasteles, cada día probando diferentes sabores. Lentamente, parecía que su ropa cada vez era más pegada a su cuerpo.
Si hubiera dejado de venir tan seguido, tal vez hubiera cambiado su destino. Pero quedó atrapada definitivamente el día que servimos el nuevo pastel extra dulce de chocolate y caramelo.
Como todos los días, eligió su porción normal (que ahora eran cuatro porciones grandes) y se sentó a comer, dejando el nuevo pastel para comerlo de último. Cuando lo probó, se quedó paralizada por unos momentos, mientras su boca intentaba manejar la explosión de dulzura y sabor en ese primer bocado. Una vez se recuperó, terminó de devorarlo en tan solo cuatro mordidas, y se acercó al mostrador para tomar otras cuatro porciones del mismo. Las devoró, con los ojos cerrados, mientras tocaba su panza que empezaba a resaltar por la sobrecarga de comida. Una vez terminó, pidió un pastel entero para llevar, y salió del local con una barriga completamente llena.

Tardó dos días en volver. Esta vez, pude ver que su traje estaba retocado en las costuras, y ya no le apretaba tanto como antes. Cuando pidió otra vez esta vez ocho porciones, finalmente me armé de valor para poder preguntarle su nombre. Se llamaba Sophia, y trabajaba en una empresa de seguros que les daba una tarjeta de crédito sin límite para su alimentación. Esta vez, le llevé personalmente su comida a la mesa, y hablamos un poco más mientras comía. Una vez hubo terminado, me pidió que le diese otras dos rebanadas. Arriesgándome y aprovechando la confianza que había puesto en mí, las corté un poco más grandes de lo normal. No pareció darse cuenta, y las empezó a comer un poco más lentamente. Se veía que estaba llena, pero quería seguir sintiendo ese abrumador sabor. Cuando terminó, soltó un diminuto eructo, sonrojándose de la vergüenza. Le pregunté si deseaba algo más, y me pidió tímidamente algo de beber. Poniéndolo en mi propia cuenta, le serví un vaso de leche chocolatada, y volví a mi puesto para observar desde la distancia. Lo bebió poco a poco, mostrando gestos de incomodidad por su barriga llena. Cuando por fin lo terminó, intentó arreglar su camisa para poder estar más cómoda. Siendo llevada al límite, la pobre prenda de vestir hizo lo único que podía: reventar. Uno por uno, la mitad de los botones de su blusa reventaron, dejando libre su apretada panza. Roja de vergüenza, se cubrió como pudo con su saco e intentó salir rápidamente, pero tuvo que caminar despacio por haber comido tanto.

Después de ese episodio, su apetito realmente aumentó. Cada día que llegaba, pedía más comida que el día anterior, y ahora siempre comía hasta estar completamente llena. Al terminar, se llevaba varias porciones a su casa y salía sosteniéndose la hinchada barriga. Su descenso hacía la más pura glotonería era ahora imparable, y debo admitir que yo también la ayudé un poco, cortándo el pastel un poco más grande de lo normal o añadiendo azúcar extra a sus bebidas.

Obviamente, comiendo así todos los días, las libras empezaron rápidamente a acumularse. Si antes solo había engordado un poco en sus pechos y caderas, el peso pronto empezó a acumularse en su panza, que cada día apretaba más su nueva blusa. Pronto dejó de ser "llenita" y entró directamente en la categoría de "sobrepeso". A pesar de esto, y de como su ropa cada vez le quedaba más pequeña, seguía comiendo y aumentando sus porciones a un ritmo muy acelerado.

Seguíamos hablando cada vez que llegaba a atiborrarse, y poco a poco fuimos conociéndonos más. Además de agrandar discretamente sus porciones, la convencía de que aún tenía un peso normal, aunque cada semana ea un poco más difícil. Poco a poco, a lo largo de seis meses, toda su figura creció. Ahora cada vez que se sentaba, se formaba un pequeño rollo sobre sus piernas, y sus brazos empezaban a verse más anchos y rollizos.

Un día entró a la tienda algo decaída. Al hablar con ella, me contó que hoy había ido al doctor. Cuando la báscula marcó 220lbs., el doctor le dió una mirada de desaprobación, y la clasificó oficialmente con obesidad clase I. Dijo que iba a intentar empezar una dieta, y que hoy sería el último día que vendría. Después de pedir solo la mitad de lo que comía todos los días y sin llevar nada a su casa, se marchó.

Duró solamente 3 días. Pronto estubo nuevamente sentada en la pastelería, metiendo grandes trozos de pastel en su boca y tragando grandes malteadas de chocolate. Al menos una vez a la semana, se desabrochaba el pantalón para dejar suelta su barriga, y se quedaba un rato sentada hasta que podía volver a caminar. Fue una de esas veces que por fin le pude decir lo que sentía por ella. No me creía, ya que su sobrepeso había hecho mella en su autoestima, pero pude convencerla de que realmente estaba enamorado. Empezamos a salir, y su subida de peso siguió su ritmo calmado.

Después de otros tres meses, nos mudamos juntos a su casa. Aún seguíamos en nuestros trabajos, así que ahora, después de comer hasta reventar en la pastelería, yo la ayudaba a levantarse y regresábamos juntos a casa. Una vez en nuestro hogar, yo mantenía bocadillos dulces cerca de ella todo el tiempo, de forma que siempre estaba llena. Gracias a esto, empezó a comprar ropa más holgada más rápido, y crecía cada vez más.

Un mes después de mudarnos juntos, compré una pesa. Al principio no quería pararse en ella, pero finalmente la convencí. La aguja giró durante largo rato, hasta que por fin se detuvó en 320lbs. Su cuerpo estaba ahora completamente cubierto de gordura. Su panza le impedía ver sus pies y sus piernas se rozaban al caminar. Ahora tenía una doble barbilla, incluso sus dedos eran rollizos. Ese mismo día, al volver del trabajo y estando repleta de pastel, se pesó otra vez. 340lbs. Había comido 20 libras de pastel en una sola sesión.

No pasó mucho tiempo después de eso cuando me dijó que ahora podría trabajar desde casa. Inmediatamente, yo busqué otro trabajo que me permitiese estar junto a ella siempre. Empecé a servirle tiempos de comida cada vez más grandes, y ella se los comía todos con todo el gusto del mundo.

Ahora al trabajar los dos desde casa, sus días eran como un banquete ininterrumpido. Incluso después de un desayuno que hubiera bastado para tres personas, se mantenía comiendo golosinas entre cada comida, de forma que su estómago siempre estaba a máxima capacidad. Tuve que comprar una nueva báscula con un mayor límite de peso, para poder saber que ahora pesaba 480lbs. Su panza ahora era tan enorme que se doblaba formando una doble barriga, y una tercera barbilla empezaba a aparecer.

En poco tiempo, superó el límite de peso con el que es fácil movilizarse, y empezó a pasar más tiempo trabajando desde la cama. El no moverse tanto hizo que engordase aún más rápido, y pronto solo se levantaba en muy pocas ocasiones. Cuando conseguí una báscula nueva, el número se detuvo en 650lbs. En ese peso fue que alcanzó su plateu, y a pesar de seguir comiendo como antes ya no ha engordado más. Aún de vez en cuando se levanta y camina hasta la cocina por más comida, con su todo su enorme cuerpo moviéndose y sacudiéndose con cada paso que da.

Oneshots de FeederismDonde viven las historias. Descúbrelo ahora