Capítulo 1.- Un extraño

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Él abrió los ojos y lo primero que vio fue un techo desconocido. Le dolía bastante la cabeza, por lo que no podía pensar con claridad, pero gracias al dolor supo de inmediato que no estaba soñando. No recordaba como había llegado ahí, pero la habitación se veía agradable. La cama era cómoda y estaba hundido en el colchón.

Pronto notó la presencia de un bella mujer rubia, vestía un atuendo tradicional mexicano. Un vestido blanco con decorados coloridos en el borde de la falda y de las mangas, tenía su cabello recogido en un chongo con un moño azul y andaba en huaraches. Era sumamente hermosa, de piel blanca como la nieve y de ojos azules que brillaban como zafiros en su estado más puro.

«¿Quién es ella?», fue lo primero que se preguntó.

Ella estaba exprimiendo el agua de un trapo en un olla, cuando miró a la cama se encontró con una mirada desconcertada, entonces le sonrió y se acercó a pasos apresurado a él.

Un inesperado abrazo, fuerte y caluroso, como si le gritara "nunca vuelvas a asustarme". Podía saber que la mujer estuvo realmente preocupada, el abrazo no es el de un extraño, pero él no la recordaba, estaba completamente seguro de que era la primera vez que la veía.

―¿Qué me pasó? ―le preguntó.

―Eso no importa ahora. Necesitas descansar, como te has despertado, pediré que te traigan comida ―le respondió la rubia en un perfecto español.

Con esto concluyó que por lo menos seguía en Latinoamérica, y que, por la vestimenta, era algún pueblo rural, o que se había topado con algunos turistas obsesionados con Mesoamérica. La habitación se veía rustica, como una cueva arreglada para ser una habitación.

En ese momento alguien entró a la habitación, no había una puerta como tal, solo algunas hojas largas que funcionaban como cortina para cubrir la entrada. El hombre que las deslizó los miró con unos ojos severos.

Con una voz profunda dijo: ―Veo que te despertaste.

Él herido no quería parecer grosero, pero claramente estaba asustado por la presencia de ese hombre, pero no era que fuera enorme y con una mirada pesada. Ese hombre se vestía similar a como los guerreros aztecas que aparecían en libros de historia de México. Tenía el pecho descubierto, tenía una capa hecha con plumas verdiazules, empuñaba una especie de espada con dientes de obsidiana, y en su cabeza llevaba el cráneo enorme de una serpiente, encima, ni siquiera le había quitado las plumas a la serpiente.

Cuando el herido lo pensó detenidamente se preguntó: «¿Desde cuándo las serpientes tienen plumas?»

―¡Liu!

El herido regresó a la realidad cuando escuchó el grito de la rubia. Lo habían llamado de esa manera, pero ese no era su nombre, sabía que su nombre era totalmente distinto.

―Liu ¿te sientes mal? ―le preguntó la rubia.

―Ha dormido tres días, necesita comer. Iré a pedirle comida ―dijo el hombre.

―Yo... ―la pareja le puso toda su atención―. Yo no me llamó Liu.

La rubia y el guerrero se miraron.

―Necesitamos que el ancestro lo revise. La bruja debió haberle hecho algo que va más allá de lo físico ―mencionó el guerrero.

―Olaf, cariño. Ve por el ancestro, la comida se la consigo yo ―dijo la rubia.

―Te lo encargo entonces, no podemos descuidar a nuestro hijo.

El guerrero salió de la habitación, y quien era llamado Liu no entendía ni un poco de lo que estaba pasando.

La guerra de mil añosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora