PRIMERO

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  Llegué y puse la pava al fuego, armé el mate, llené un plato de galletitas y me senté a dibujar. Acaricié el bordado a mano y admiré el esfuerzo de la artesana que vendía a la vuelta de mi facultad. En la primera página garabatee sonrisas, perfiles y manos hasta que el agua estuvo lista. Me cebé el primer mate abordando la segunda página recreando el perfil de la vendedora, sus rastas recogidas con un pañuelo rojo, sus aros dorados. El grosor de sus labios, las curvaturas de su sonrisa. Juls firmé al pie del retrato cuando oí la puerta principal cerrarse. Sonreí a la silueta que entró en el comedor, cebé otro mate y lo extendí en su dirección con optimismo, aunque una mueca acompañada de un chasquido con la lengua me llevó a regresarlo a mí.

  Me puse a leer uno de esos libros que uno encuentra perdido entre montones de ejemplares usados, gastados, con más historias de las que llevan escritas. Me cautivó su portada azotada por el tiempo que aún dejaba ver unos pinceles, con un título que nada tenía que ver con la pintura. Las apariencias engañan pensé al incursionar entre sus páginas y descubrir la historia de una joven artista. Me imaginé siendo la protagonista de una historia pero me deprimió el no poder entablar uno de esos creativos diálogos ¿Quién relataría con tal encanto unas señas de manos? 

  El gruñir de una criatura me puso alerta, me acerqué a la sala de estar y vi su silueta un tanto encorvada mutando, con un pelaje negro azabache devorando su cuerpo. Me lo quedé viendo con horror mientras continuaba gruñendo. Al voltearse comenzó a ladrarme exasperado, trastabillé y volví de un salto a mi asiento, las manos me sudaron y al agarrar el lápiz no pude evitar que se resbalara varias veces. Nadie creería lo que acababa de ver, por lo que comencé a dibujar, el sudor me bajaba por la frente y casi alcanzó mis páginas. Lo oí arrastrarse hasta el cuarto de arriba y una vez allí acalló todo sonido. El único color que puse fue ese rojo que brillaba desde sus cuencas, ni el brillo de sus colmillos me impactó tanto como cuando sus ojos me encontraron.

  ¿Cuándo había pasado? Seguí viendo con nerviosismo mi dibujo hasta oír pasos bajando por las escaleras. Comencé a temblar hasta que vi su rostro ignorarme e ir directamente a la heladera. Quise hacerle señas pero era tan fácil ignorarme como evitar verme, sin embargo volteó rápidamente en mi dirección cuando comenzó una melodía. Sonó ese dulce piano desde la mesa, al tiempo que el logo verde manzana anunciaba un mensaje entrante. Intenté alcanzarlo cuando él lo tomó y revisó antes de comenzar a gritar. Me quedé viendo los trazos de su rostro desdibujarse, consumirse por el grafito y desaparecer tras rayones. Las orejas se le volvieron puntiagudas y comenzó a aumentar su tamaño. Emergió un hocico que casi me golpea al crecer y sus ojos comenzaron a brillar con ese rojo infernal. Su pelaje parecía tinta china y sus gruñidos eran los de una bestia. Retrocedí hasta casi fundirme en mi silla para ver mi celular estrellarse contra una pared.

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora