SEGUNDO

1 0 0
                                    

  Acaricié el medio corazón de oro que colgaba de mi cuello recordando el día que me lo regaló. Pero él ya no estaba allí, habían rayones sobre su rostro, no lograba recordar ni su nombre. 

  Pasé horas enteras cebando mates que no me recibía, tomaba sola viendo el brillo de sus colmillos, gruñendo feroz cada vez que entraba en la cocina.

  En la facultad al sonar el momento de marcharme titubee temerosa, realmente no quería emprender la marcha de regreso. Me pasee por el puesto de la artesana que siempre estaba tomando mate y le mostré cómo su libro se había vuelto el guardián de mis dibujos. Me pidió permiso para verlos y su expresión cambió cuando llegó a los retratos. Se titulaban "la bestia", y allí estaba él con el color brillante de sus ojos y las garras fundiéndose en el piso, como si fueran carne. Me invitó a sentarme y empezó a cebarme mates, se ofreció a hacerme unas trenzas en el pelo y me avergoncé cuando se quedó con algunos de mis mechones en la mano. Eso había empezado hacia un poco tiempo, junto a los temblores. 

  En ningún momento mencionó ni preguntó nada acerca de mis dibujos. Llamó a las otras chicas de los puestos y empezaron a reunirse a mi alrededor cantando, conversando y armando la ronda del mate. De un momento a otro me partía en carcajadas silenciosas aplaudiendo al ritmo de sus cantos a capella. La artesana empezó a contarme que todas vivían en una residencia muy cómoda y accesible por si algún día necesitaba el dato. También al pie de su retrato me escribió su número y me sujetó con fuerza la mano antes de marcharme. Su sonrisa y esos cantos me dieron vueltas en la cabeza todo el camino a casa.  

  Puse la pava al fuego y subí las escaleras. Cargué mi mochila procurando no olvidar ninguno de mis libros y por supuesto mi cepillo de dientes mientras su sombra de tres metros me acechaba, gruñendo sin motivo. Sus ojos se habían vuelto rubies, recordaba que alguna vez fueron verdes, como la yerba del mate. Los observé intentando hallarlos, pero ya no estaban allí. Suspiré entre su gruñir y bajé las escaleras aferrándome a la mochila ¿Realmente fueron verdes alguna vez? ¿Y si me lo había imaginado todo? Ni siquiera podía recordar su rostro. 

 Ladraba a mis espaldas e incluso arrojó cosas que no lograron alcanzarme cuando salí del cuarto. El agua estaba lista, la guarde dentro del termo, lo pasé bajo mi brazo y con el mate en mano salí de la casa. Me temblaban las piernas y sentía un nudo en la garganta que parecía a punto de estallar.

  Una vez en la vereda oí la súplica débil de un animal herido, incomprendido. Me voltee de nuevo para ver a es bestia diminuta suplicando con las orejas caídas, ahora tenía el tamaño de un caniche. Me lo quedé viendo incrédula ¿Estaba frente a un milagro? En sus lamentos con la cabeza baja no podía verle los ojos, quería encontrarlos. Me acerqué al tiempo que vi cómo su cola se agitaba enérgica, estando casi delante comenzó a elevar su hocico y allí estaba el rojo brillante, el color de la sangre. Trastabillé retrocediendo justo para verlo recuperar su tamaño, sin pensarlo me lancé a correr entendiendo la trampa. Me marché sin mirar atrás oyendo sus ladridos perderse en mi pasado.

  El sabor de la yerba mate me recorrió entera, y me refrescó a la vez que me otorgaba parte de su calor.

Acaricié el medio corazón de oro que colgaba de mi cuello recordando el día que me lo regaló.

—  No soy la mitad de nadie. — me dije.

  Entonces lo arranqué y lo dejé caer, deseando comprarme un nuevo dije de corazón para siempre recordar que no soy la mitad de nada, que estoy completa y me pertenezco. Y creí que había acabado, que tras dejarlo atrás todo terminaría, que me dejaría llevar por el sol sobre mi cabeza, que se avecinaba ese punto final a mi relato, pero siempre hay un día después. Esto no es una película que acaba cuando el dije toca el suelo ¿Sería lindo no?

  Pero oí cómo olfateaba, aún en la distancia sabía que captaba mi rastro, la bestia no olvida a su presa. El miedo logró apoderarse de mis piernas, empecé a disminuir la marcha hasta casi detenerme. El frío me caló los huesos y en un repentino silencio oí a mi corazón aumentar revoluciones, creí que moriría por el pánico, cuando recordé la mano de la artesana, el abrazo de las muchachas en la facultad. Aunque no pudiera decir nada, ellas entendieron.

  La historia no termina acá pero sé que no estoy sola.  Aunque no puedas escucharme cuando salgas por la puerta recordá esto: no estas sola.  

SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora