Kagome.

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Inuyasha soñaba.

No era cualquier ilusión, pero era absurda.

El negro cabello serpenteó entre sus dedos, suave y delicado; ojos cafés lo miraron con sorpresa antes de que una chispa de diversión brillara en ellos. La mujer sonrió, aquellos labios pintados del más profundo rojo lo hipnotizaron.

¿Quién era ella?

La cabeza le palpitó, un ruido agudo que desenfocó su visión; todo desapareció en un instante dando paso a otra escena. Manos descendiendo por su piel, él jadeó, la misma joven ahora encima suyo.

—Kagome— susurró, recordándola.

Otra sonrisa, luego suaves labios presionando contra los de él. El más dulce y exquisito sabor explotó en su boca, cálido y embriagante aliento. Inuyasha la deseaba, necesitaba a esta mujer, siempre a su lado.

Gimiendo, se aventuró a tocar; sus manos abarcaron tanta piel como quiso.

—No debes...

—¿Qué dices?— preguntó ansioso, deslizó sus dedos por la espalda femenina.

—No podemos— él se vio reflejado en su misteriosa mirada —Tú no puedes amarme.

La tristeza apuñaló su corazón.

—Puedo amarte, pero jamás te dejaré ir si lo hago.

Luego volvió a besarla, un beso que demostrara cuando deseaba pertenecerle. Si tan solo no hubiera conocido a Kikyo.

Se interrumpió, alejó a Kagome de su lado y se irguió con agilidad.

La visión de su anhelo más oscuro lo dejo mudo. Aquella mujer era perfecta, desnuda con el largo cabello negro cubriendo más allá de sus caderas, los ojos de un café tan parecido al whiskey, piel de alabastro y labios color cereza. Se dio cuenta de lo obsesionado que estaba, del deseo arañando las paredes de su mente, ahí donde solo podía soñar con volver a tocarla. La frustración amenazó con nublar su juicio. Se recordó a si mismo las palabras que le dijo esa noche, la idea de no volver a tocarla le llenó de una sensación de vacío, pero logró soportarlo.

La imagen de su amada esposa se impuso a la fantasía, obligándolo a despertar.

Su mirada ámbar se topó con los detalles del techo, la respiración agitada y el miedo lo envolvieron por largos minutos antes de que encontrara la paz. Girándose de costado, alargó el brazo en busca del cuerpo cálido de su mujer, la apresó mientras ella suspiraba y se envolvió detrás del esbelto cuerpo. No era el aroma que quería, ni el cuerpo que de pronto se moría por tocar, sin embargo, la culpa hizo su mejor trabajo y se vio a sí mismo aferrándose a la seguridad que le proporcionaba su matrimonio.

—Te amo— musitó, la voz ronca y llena de remordimiento. Kikyo suspiró entre sueños y contestó aún somnolienta a su declaración. Luego volvió a quedarse dormida.

Inuyasha tardó más tiempo sumido en sus demonios antes de volver a caer dormido, tratando con todas sus fuerzas de alejar a la única mujer que había agitado sus sueños. Kagome se había convertido en algo demasiado peligroso para él y dudaba que, en un futuro, esa necesidad de poseerla desapareciera.

...

Iba tarde a la reunión, sus tacones repiqueteando sobre el asfalto al llevar un paso apresurado; ella jadeó al esquivar por décima vez a una persona, nivelando el paquete de bebidas que llevaba y la carpeta de documentos en sus brazos. Casi gimió de alegría cuando al girar en la esquina vio la lujosa fachada de la empresa, frenó con cuidado y corrió, la mujer de la recepción le sonrió mientras le ofrecía una mirada de total empatía a su situación.

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⏰ Última actualización: Apr 06, 2020 ⏰

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