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Young Mi comenzó a quejarse de nuevo. Y cada vez con más fuerza.
Tenía hambre.

Jungkook se levantó de la mecedora, con su hija apoyada contra su pecho, y se dirigió a la cocina. Tenía un cazo medio lleno de agua ya preparado para la ocasión. Solo tenía que meter dentro la botella de leche de fórmula y calentarla al baño maría. Abrió el frigorífico. En la repisa de arriba, había una fila de botellas de leche junto a otra de botellines de cerveza. Parecían dos formaciones de soldaditos altos y bien adiestrados, pertenecientes a distintos ejércitos. Apartó con la mano un par de botellines para alcanzar la leche. —Esta era la marca favorita de tu madre —dijo él a Young Mi—. Le gustaba relajarse un poco al final del día y tomarse uno o dos botellines por la noche. Antes de quedarse embarazada, por supuesto. Jungkook, emocionado, cerró la puerta con un movimiento de cadera y trató de sobreponerse. Tenía que dejar de pensar en ella si no quería acabar volviéndose loco. Estar recordando, en todo momento, cada detalle que tuviera alguna relación con ella, no iba a cambiar las cosas. Lo único que podía lograr era amargarse la suya. Medio dormido, repitió como un autómata lo que ya había hecho muchas veces en las últimas semanas.

Miró la botella que acababa de colocar en el cazo, esperando a que se calentara. A los tres minutos, sacó la botella de leche y se echó una gota en el dorso de la mano para probarla. Estaba fría como el hielo. ¿Cómo podía ser posible? Echó una ojeada al fuego de la vitrocerámica. Estaba apagado. No le quedaba ya ninguna duda. Necesitaba ayuda urgentemente. Encendió la placa y puso el fuego pequeño a una temperatura media. Decidió entonces aprovechar el tiempo para llamar a su hermana. Descolgó el teléfono inalámbrico que tenía en la pared de la derecha y marco el número.

Escuchó hasta cinco tonos de llamada. Estaba a punto de colgar y volver a marcar cuando escuchó la voz somnolienta y apenas inteligible de su hermana Son Hye: —Sí... Hola.

—Me doy por vencido —dijo Jungkook a modo de saludo—. Tenías razón. Necesito ayuda. Estoy agobiado. Esta situación me supera.

—¿Jungkook —exclamó su hermana algo desconcertada. Jungkook oyó entonces a través del teléfono una lejana voz masculina.

—¿Quién es, Son Hye?

—Creo que es Jungkook. La voz de Son sonaba amortiguada, como si hubiera tapado el teléfono con la palma de la mano y hubiera girado la cabeza para que él no la oyera.

—Sí, soy yo —respondió Jungkook—. ¿A cuántos hombres más conoces que estén agobiados y superados por su situación?

—Desde luego a ninguno capaz de despertarme a las dos de la madrugada —replicó ella. —

¡Maldi...! ¡Vaya por Dios! —exclamó Jungkook, corrigiéndose sobre la marcha, en deferencia a la pequeña que tenía en brazos. —Lo siento, por despertarte tan temprano— se lamento.

—No, no —respondió Son, ahora con voz más clara y firme—. No cuelgues. No era fácil saber si esas dos últimas palabras eran un ruego o una orden.
Son conocía bien a su hermano mayor y sabía que si desaprovechaba la ocasión lo más probable era que no volviese a llamarla al día siguiente. Por su tono de voz, parecía estar en una situación desesperada y la había llamado en busca de ayuda. Jungkook era bastante testarudo a veces y costaba hacerle entrar en razón. Ella no podía permitirse el lujo de dejar pasar la oportunidad. —Mi oferta sigue en pie. Los dos niños y tú pueden venir y quedarse  con Jin y conmigo todo el tiempo que quieran.

Tenemos sitio de sobra en la casa para todos. Jungkook sonrió amargamente. No porque despreciase la oferta sino porque entendía que aceptarla sería entrometerse en la vida de su hermana y su cuñado. Jin era el marido de Son. Se habían casado hacía poco. Él había ido allí aquel fin de semana para asistir a su boda.

—No quiero que nuestra presencia en esa casa pueda perturbar la armonía de su matrimonio. —

—Tal vez tengas un punto de razón, pero como ya te he dicho, la casa es muy grande y podrías hacer tu vida privada al margen de nosotros si así lo quisieras. Además, me gustaría ayudarte cuidando a mis nuevos sobrinos. — dijo ella

—Tú también tienes una vida, Son, y yo no tengo derecho a entrometerme en ella, por muy desesperado que esté.

Son se dio cuenta de lo difícil que era tratar con su hermano. A pesar de que le había llamado pidiéndole ayuda, no resultaba nada fácil convencerle de que la aceptase. Pero ella estaba dispuesta a conseguirlo.

—La familia es lo primero —volvió a decirle—. Además, conozco a unas niñeras excelentes que podría echarnos una mano de vez en cuando.

—¿Unas niñeras? —exclamó él, con cierto desdén—. ¿Te refieres a una de esas adolescentes a las que hay que pagar para que se pasen la tarde hablando por el móvil con sus amigas o conectadas al ordenador, chateando o twittereando?

—Se dice twitteando —le corrigió ella con una sonrisa cordial. Aunque ella era la primera en reconocer lo inteligente que era su hermano, sabía también que estaba bastante pez en lo tocante a los artilugios electrónicos y a las nuevas tecnologías.

—Me da igual como se diga —replicó él con impaciencia—. No me gustan esas adolescentes. Y menos aún esas viejas que huelen a gato y se quedan dormidas en cuanto uno sale por la puerta. No, gracias.

—Park JiMin no es un adolescente ni huele a gato, te lo puedo asegurar. Es un chico despierto y alegre. Te gustará, ya lo veras. Además el te puede ayudar y recomendar algunas niñeras ya que el es el dueño de la agencia.  —afirmó Son, no queriendo entrar, de momento, en más detalles sobre las virtudes, y luego añadió al no oír nada al otro lado de la línea —: ¿Hola? ¿Hola? Jungkook, ¿estás ahí? La voz de su hermana lo despertó.

Jungkook se dio cuenta de que no veía nada. Se le habían caído los párpados. Se había quedado dormido del sueño acumulado que tenía. Abrió los ojos y sacudió la cabeza. Se dio cuenta entonces de que el agua del cazo se había consumido casi por completo y también de que se le había caído el teléfono de la mano y estaba ahora sobre la mesa. —Sí, sigo aquí. ¿Dónde iba a estar si no? —respondió él, como si nada hubiera pasado. Apretó el teléfono entre la mejilla y el hombro para poder seguir sosteniendo a la niña y tener a la vez una mano libre con la que apagar el fuego y poner el cazo en otro quemador. Contuvo un grito de dolor al agarrar el mango metálico y abrasarse materialmente la palma de la mano. Respiró hondo, antes de contestar a su hermana. —Está bien, me has convencido. Pediré un permiso y me iré unos días allí con mis niños. Puedes ir hablando ya con ese tal Junin, Junmin.

—JiMin —le corrigió Son.

—Sí, ese. Pero quiero tener una entrevista con él antes de dejarlo en manos de las niñeras a mis niños.

—Se hará como tú quieras, Jungkook —dijo ella con una sonrisa—. Para eso eres mi hermano mayor.

"UNA PIZCA DE AMOR" [Kookmin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora