CAPITULO 3: Sinfonía|Amor

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-¡Toca el piano mi pequeño demonio!-le pedí mientras sujetaba su mano, ésta vez fría como la noche de aquel invierno de octubre, cuando el velero al centro de la mesa prometía compañía,  la oscuridad parecía apoderarse de la habitación tanto que podía sentirla.

Cada nota musical viajaba a través de las cortinas en los ventanales inundado los oídos, los cuerpos,  las almas; de hecho no había otro sonido más envolvente aquella noche que el Foür elise puro que transportaba aquel viejo piano invadido por la carcoma que le hacía sacar sus emociones pues aquella pieza sinfónica deleitaba el oído al compás de cada gota de agua que lloraba la noche atravesando las ventanas de la mente de modo que en sus mejillas parecían rodar también lágrimas.

Las horas añoraban por décadas la primavera pues aquella ermitaña casa entre las colinas había vivido siempre en un invierno sin fin con el corazón empapado de amor por aquella mujer llena de misterios, sus dedos se posaban sobre el madero desgastado  del piano al son de Beethoven , su cabello se movía al compás de cada acorde como las olas en el mar tranquilo,  el matiz de su pelo parecía renacer puro y blanco, tan puro como su alma; sus pies descalzos intentaban no imitar la última nota que emanaba su interpretación,  sus ojos viajaban en el resplandor del fuego que en ocasiones sobresalía de la chimenea por causa del viento, la noche lloraba y consigo aquella bella dama, me aferraba a pensar que fuese de felicidad aunque eso significará engañar al alma.

Pero no sólo aquella velada lucía tan predecible como las flores mismas que rodeaban la habitación,  parecían  marchitar sin poder ser engañadas de aquella noche perfecta, de aquel amor perfecto pues amar es una virtud, un sueño por vivir como el día añora la noche y la luna que desaparezca el sol pues ambos se entregan en alma y cuerpo en su momento para entregarnos la noche misma de aquel octubre.

Eso aludi hacer durante 30 años de mi vida desde aquella noche del beso, me entregue a aquella mujer que amaba pero para mi el amar se volvía un delito que debía cometer por que el amor en ocasiones aferra, cambia , aprisiona.

Intenté limpiar las que ahora eran mis lágrimas, el relog marcaba la media noche y mi momento había acabado con aquella pieza sinfónica.

-Marcos por favor llevala a su habitación- ordené a aquel hombre de 30 años, llevaba consigo un pañuelo oscuro en la cabeza y botas de cuero ,un gesto de disgusto o quizá compasión de aquella mujer que lloraba por ser llevada en contra de su voluntad a el lugar donde permanecía a salvo, tomó de la mano a mi mujer y la llevo cruzando la mesa y bajando las escaleras que llevaban al sótano pues el amor es amor y aveces cambia, aferra, aprisiona.

Desabroché los puños de mi camisa y me posé sobre el sillón junto a la chimenea mientras tomaba mi copa de vino y esperaba el regreso de Marcus.Todas las noches observaba el horizonte más allá de las colinas donde se veía la iluminada ciudad, rogando al cielo que los cerrojos de aquella puerta aseguraran el amor por Evelyn, mi único pivote pensaba en que tan sólo imaginar vivir sin ella era un suicidio, sin sus piezas sinfónica por la noche o el suave y fagil chasquido del satin de su vestido bajando las escaleras, sin sus rizos y sus bollos que con el tiempo parecían desvanecer, miraba rogando no perder a aquella mujer pues dejar morir ese "nosotros" significaba también mi muerte un lujo que un hombre viejo de 46 años como yo no podía darse; un amor que me Volvía prisionero y por ello no podía dejarla ir, por ello debía encerrarla por las noches y aunque todos estos años había sido siempre de esa manera aquella noche juraba libertad.

PRISIÓN EN LAS FLORESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora