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—Mami, ¿porque lloras? —se acercó un pequeño niño a su madre.

—Kibum, ve a tu cama, por favor —la mujer limpió rápido sus lágrimas— estoy cansada.

—Pero, mami...

—Por favor, regresa, quiero estar sola.

El niño regresó a su habitación, de fondo los sollozos de su madre.

«A veces quisiera desaparecer».

Fue lo último que escuchó.

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—Madame, él es el niño nuevo, —hablaba un hombre alto y detrás de él se encontraba un niño pequeño— tiene cinco años.

—Déjame verlo. —el niño no se movió, miraba con interés sus zapatos— Acércate —la mujer estiró su mano cerca del rostro del niño.

—Haz lo que te diga, —jaló de manera brusca al infante— de ahora en adelante vivirás aquí, este es tu nuevo hogar.

El niño temblaba levemente por tener la mano del hombre encima.

La mujer comenzó a tocarlo, palpando su rostro y cuerpo, sonriendo satisfecha.

—Vale la pena, J —sonrió mostrando su diente de oro.

—Usted sabe que siempre traigo buenos niños.

—¿Cuál es tu nombre, pequeño? —los ojos de la mujer miraban fijamente al niño, sonriendo tal cual hubiese encontrado un tesoro.

Kibum no sonrió, su mirada reflejaba pánico.

—Madame, creo que este niño no habla. No lo he escuchado ni respirar —la mujer movió su mirada hacia el gran hombre.

—Veremos que podemos hacer por el pequeño aunque beneficia que no hable. —su mirada volvió al niño y con una mano sostuvo su rostro— Irás a descansar, luego veremos tu nombre. —sonrió— Ve con J, pequeño.

Soltó al niño y se acomodó bien en su asiento.

—J, llévalo a su habitación. Quiero toda la información que tengas sobre él, te veo en mi oficina diez minutos después de las cuatro.

—Como ordene. Con su permiso, Madame. —J tomó una mano del niño y regresaron sus pasos por donde entraron.

Se escuchó desde el fondo un chirrido suave, y se vio a Madame salir de la sala en su silla de ruedas.

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«Kibum, cariño, te amo».

Kibum levanta la mirada y ve al gran hombre a su lado. J, así se llama; es moreno claro, de ojos verdes y cabello castaño, pero un rostro serio, «tal vez no sabe sonreír» —piensa Kibum.

Al ver las manos grandes de J, el niño siente miedo, recuerda las veces que unas manos tan grandes como esas lo lastimaron «acércate, niño, no te haré daño», palabras falsas pero él tenía más miedo de desobedecer y recibir un castigo peor.

«Quiero a mi mami».

Siente un escalofrío subir por su espina que lo hace sacudirse con miedo.

Respira.

Uno.

Dos.

Tres.

La señorita Mina siempre le decía que cuando tuviera miedo respirara profundo y contara hasta el tres, y así poder sentirse mejor.

«Cariño, siempre estaremos juntos, nunca te abandonaré».

MadameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora