III

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Los días transcurren con parsimonia, cumpliendo Kibum ya dos semanas en la casa hogar, acoplándose al ritmo y al ambiente dentro de esta. En esos días J no ha vuelto a hacer ningún movimiento extraño, se ha vuelto costumbre que lleve a Kibum y a Taemin a la habitación privada para hacer lo mismo de la última vez, arreglar un poco y recibir algún dulce como premio.

Kibum fue abriéndose un poco más con los demás niños, siendo capaz de jugar y reír con ellos. Con Taemin ha reforzado mucho más su amistad, siendo inseparables, casi como siameses[1].

Al caer la noche todos los niños están en sus habitaciones, resguardados del fuerte frío, dos en cada habitación, la mayoría entre cinco y doce años, divididos por género en distintas casas, la principal está ocupada por niñas, con una mujer joven de cuidadora que duerme ahí. La casa del fondo es utilizada para los niños, y entre ellos también está la habitación de J, el encargado.

El viento es fuerte, azota con vehemencia las ventanas, provocando un silbido escalofriante. Kibum está despierto, acurrucado bajo las colchas, muerde su pulgar para calmar sus nervios. Siempre le ha temido a la oscuridad, no está su mami para abrazarlo y decirle que ya pasará.

«Ya, bebé, mami está aquí para cuidarte».

La luz de la luna se cuela por las cortinas, en las paredes se ven sombras de monstruos poco agradables, Kibum trata de contar borreguitos en su cabeza para poder dormir pero le es imposible por los sonidos del exterior.

La noche era tranquila pero un poco fría, Kibum estaba acostado en su cama, al lado de la cabecera tenía un pequeño foco que iluminaba de color azul la habitación y le infundía tranquilidad, pero no tenía sueño, se comió unos dulces que le regaló su mami antes de acostarse y le era imposible el estarse quieto, quería jugar, ver películas y comer más dulces, pero ya era tarde y el apagador estaba muy lejos como para levantarse y tocar el suelo.

Podían salir monstruos debajo de la cama, o del armario, mejor no arriesgarse.

Comenzó a jugar con sus dedos de las manos, todo estaba en silencio hasta que escuchó unos pasos aproximarse al pasillo. Su padre ya había llegado.

Kibum detuvo sus juegos y se hizo el dormido, minutos después cuando ya estaba cayendo en la inconsciencia escuchó un sollozo de la habitación de al lado. Habitación de sus padres.

Ya debía estar dormido pero no pudo.

Escuchó forcejeos y el llanto de su madre, su padre gritaba y él se tapaba los oídos.

—¡Sirve de algo, maldita perra!

—Ya Detente, Hyunsu —rogaba Sooyun—, soy tu mujer, no tu juguete.

—No te di permiso de hablar —se escuchó en golpe fuerte y a su madre gritar— abre las piernas, imbécil.

Kibum quería rescatar a su mami pero si lo hacía podía irle peor a los dos, ya había pasado una vez antes y no quería ver a su mami sufrir por su culpa. Cerró sus ojos y comenzó a contar todos los números que se sabía.

Se escuchó el cinturón de Hyunsu azotar contra la piel de Sooyun y a ella gemir de dolor.

—¡Suéltame! —se escuchó algo de cristal romperse—. Eres un Maldito enfermo.

No se volvió a escuchar más a Sooyun, solo los gemidos ahogados de Hyunsu hasta que minutos después todo estuvo en calma.

Kibum seguía con los ojos cerrados debajo de sus cobijas cuando sintió un peso hundir su cama, aguantó la respiración hasta que sintió el abrazo de su mami.

MadameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora