09

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ACTO UNO
09; PROBLEMAS



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La alarma llevaba sonando siete minutos, sin embargo ella llevaba más de una hora despierta. No había pegado ojo tras la fiesta. Llevaba dos días sin poder conciliar el sueño; su cabeza solo estaba centrada en la conversación de la señora de Bormujo, a través de su teléfono móvil. Los rumores de cómo ganaba dinero esa familia le hacía temer que su padre, o al menos la empresa, estuviera metido en ese mismo ajo. Y sin olvidar el beso con Ander, que aunque estuvieran borrachos no había sido uno como otro cualquiera... Lo que sintió con ese beso no lo igualaba, por ejemplo, el de Polo.

Toc, toc, toc. Alguien llamó a la puerta de su habitación.

—¡Apaga la maldita alarma, que algunos queremos dormir! —gritó su hermano con voz ronca, recién levantado.

Sara no respondió. Se incorporó en su cama y apagó el estridente sonido que tenía elegido. Desbloqueó su móvil con la huella y miró la cantidad de mensajes que tenía sin leer desde el día anterior: Ander, Polo, Guzmán, Lucrecia, el grupo... Hasta de su hermano, preguntándole si saldría en todo el día del maldito cuarto.

Dejó el aparato sobre la mesa de noche y se levantó, entró a su baño y se metió en la ducha, esperando que el agua tibia lograra relajarla y desestresarla.

Una vez con el uniforme puesto y tras recoger los pelos del flequillo en un pequeño moño, dejando el resto de sus ondas sueltas, tomó el bolso del instituto con los cuadernos y libros que se había llevado a casa, y bajó a la cocina, para sentarse a desayunar.

—¿Cómo has dormido? —preguntó su padre, con ternura.

—Mal —respondió—. Llevo dos días que no cojo el sueño...

—¿Es por lo de tu madre? —ella negó—. ¿Entonces? —insistió.

—Buenos días —saludó Bruno, sentándose justo enfrente de su hermana—. A ver si apagas la alarmita, ¿eh? Que pretendía dormir más tiempo.

—Es bueno que te levantes a esta hora, Bruno —aconsejó su padre—. Así puedes ayudarme con los trabajos de la empresa. —Sara rodó los ojos.

—Ya, si no es mala idea, pero también tengo que entregar trabajos para la universidad —resopló—. Y son un puto coñazo.

—Controla tu vocabulario, hijo. —regañó.

—Lo siento.

Héctor volvió a mirar a su pequeña, callada, sin soltar ningún comentario contra su hermano.

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