Prólogo

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Miyuki Kazuya buscaba airearse, escapar de la rutina que le agobiaba llegado un determinado punto de la jornada laboral

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Miyuki Kazuya buscaba airearse, escapar de la rutina que le agobiaba llegado un determinado punto de la jornada laboral. De todas formas, su turno daba inicio por las tardes por lo que darse un gustito no era objeto tan descabellado aquel día soleado. Terminado el trayecto a quién sabía dónde, se detendría, encendería un cigarrillo e inhalaría profundamente con el propósito de quitarse el cansancio. Ya concebía todo de acuerdo a su plan; o bien, uno de los miles que elaboraba a diario con facilidad y precisión, como si su vida fuese un juego de estrategia. Llena de calculada emoción.

Si bien disfrutaba lo que dedicaba largas —pero no únicas— horas de su existencia, no negaría el hecho de que su cuerpo de veintisiete años de edad le solicitaba un reposo, apartado de las risas bulliciosas de Kuramochi, y del ambiente general del restaurant donde trabajaba. Espacio que, alejándose de un sofisticado lugar repleto de técnicas que atraviesan el globo, se trataba de algo más familiar, sereno y acorde a los ingresos de un público parcialmente general. Donde todos los Viernes a partir de las siete de la tarde se vestían de gala para recibir a las parejas, casados o novios.

Todo esto comienza precisamente un Viernes.

Además, Kazuya no era el único que allí trabajaba, lo que le ayudaba a divertirse un poquito más, ¿no? Si lo veía en perspectiva, sí, disfrutaba de aquello, por más que detestara aceptarlo. Estar acompañado... de cierta forma llenaba eso que carecía. Y caía en cuenta de eso cuando, llegado un punto de su trayecto, su automóvil dejó de moverse y emitió un sonido prolongado y desagradable además de agudo. Por supuesto, nada de esto se hallaba en su ecuación.

Ningún ruido, una risa, un grito, nada.

Miró el asiento del copiloto: vacío; los lugares traseros, desolados. Frente a sí, un camino de tierra, en medio de la nada. A los costados, árboles y arbustos algo resecos que ni sabían que existían en Tokio, invadido por el concreto desde que tenía uso de razón. ¿Él? Solo. ¿Su expresión? De enfurecimiento rotundo. Soltó un enorme suspiro vaciando sus pulmones y golpeó el manubrio con fuerza, creyendo que así reviviría su coche. La palma de su mano ardió segundos después, verificándole que no era una pesadilla. Resignado, el adulto —aún joven— de gafas bajó del auto sabiendo que su tiempo allí se acortaría significativamente y más rápido de lo previsto. Revisó como acto reflejo el bolsillo de su pantalón, y efectivamente, ni un cigarrillo se encontraba dentro.

Lo que faltaba.

El sol le comenzaba a dar en los hombros cuando ya llevaba unos quince minutos revisando la parte delantera del vehículo. Sin idea aparente porque todo se veía "bien" dentro de su casi nulo conocimiento respecto a vehículos. Sabía manejar y ya. Eso debía ser suficiente.

No ocurría nada con los neumáticos o el tanque de gasolina, ¿entonces qué? En todo ese tiempo no observó al interior de su coche pues no lo hallaba necesario. No caía agua del radiador para su asombro. Con las mangas de su camisa dobladas y más sucias que cuando llegó gracias a la pequeña examinación que le hizo a su automóvil, ya se declaraba oficialmente harto y entregado. La señal telefónica no llegaba, al menos no donde Kazuya yacía, quemándose la piel y sin un sombrero o una gorra que lo resguardase.

Girasoles entre nosotros (MiyuSawa) - DnA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora