《Capitulo 3: La muñeca de porcelana》

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— Sate, sate, sate... ¿qué tenemos aquí...?

Todas las personas instantáneamente se arrodillaron en forma de respeto al escuchar la voz del tan temido rey demonio, todos menos la pequeña niña que no entendía nada de lo que estaba sucediendo, hasta que su madre la tomo del brazo e hizo que se arrodille.

Meliodas sonreía de forma burlesca mientras miraba a ese grupo de humanos, quien iba a imaginar que ese grupo que ahora tenia tanto miedo, hace algunas horas o minutos habían intentado entrar a su propiedad.

— Al parecer un grupo de humanos con mucho miedo — dice y se acerca un momento para después alejarse de la celda y ve la maleta, que a decir verdad era algo grande para ser de una sola persona — mmm... Zeldris, revisa esa maleta y dime que hay dentro —dice en un tono autoritario.

El peli negro mira a su hermano un momento y se acerca a la maleta y la abre, en esta había bastante ropa e incluso algunas navajas.

— Simplemente hay ropa y navajas hermano — dice Zeldris sin ninguna expresión en el rostro, pero internamente bastante curioso, no entendía que iba hacer su hermano.

— Lleva esas cosas a los integrantes de los 10 mandamientos, tal vez ellos le encuentren algún uso a esa basura — dice y se acerca a la celda algo curioso después de todo esos humanos todavía estaban los arrodillados.

El rubio los mira fijamente haciendo que todos ellos empiecen a temblar por el miedo que tenían, los hombres se mordían los labios al sentirse tan débiles y las mujeres trataban de no soltar algún sollozo.

Todos estaban en un completo silencio, un silencio que le hubiera helado la sangre a cualquiera, hasta que Meliodas la escucho, una suave e inocente voz se hizo notar.

— Mami... ¿qué sucede? — pregunta dulcemente la pequeña niña mientras abrazaba su muñeca, ella no entendía nada de lo que sucedía, tampoco sabia frente a quien estaba y del porque del temor de todos.

El rubio sonríe de lado de forma maliciosa mostrando levemente sus dientes — te encontré...

Al instante todos se sobresaltan al escuchar como abren la puerta de la celda y Meliodas entra con una sonrisa en su rostro. Todos apenas lo ven retroceden dejándolo pasar, ninguno con la valentía suficiente para preguntar o irse aprovechando que la puerta esta abierta.

Mientras la pequeña niña simplemente ve unos pies detenerse al frente de ella y por impulso levanta la mirada, encontrándose con la mirada fría de un chico que la hizo retroceder instintivamente.

— Sate, sate sate... así que por ella siguen arrodillados... — dice sin quitar la sonrisa de su rostro y toma a la pequeña del brazo haciendo que esta se levante de un tirón, y sale con ella de la celda.

— ¡por-por favor no le haga nada! — exclama la madre de la pequeña mientras le salen lagrimas — ella ni siquiera sabe porque estamos aquí.

Instantáneamente todos las demás personas empiezan a suplicar que la suelte haciendo que Meliodas se voltee y solo los mire fríamente, estos instantáneamente se callan.

El rubio cierra la puerta de la celda y mira a la pequeña, esta solo temblaba de miedo mientras abrazaba su muñeca — dime pequeña... de todos ellos ¿a quien quieres más?

— ah... pu-pues a mi abuelita y a mi-

Meliodas no la dejo terminar la oración al hacer que la pequeña cayera al suelo soltarla de golpe, mientras al mismo tiempo esta soltaba su muñeca que salio rodando lejos de ella.

— Zeldris, saca a la abuela de esta niña y has que Derieri y Monspeet se las lleven a las dos de aquí ahora mismo, que las lleven lo más lejos posible.

El nombrado asiente, abre la puerta de la celda y hace que la abuela de la niña, la cual se estaba levantando, salga de la celda. Cuando esta abraza a su nieta al instante Zeldris hace que caminen por el pasillo rápidamente.

El resto de personas miraban por donde ambas, abuela y nieta se fueron, hasta que escucharon como la puerta del fondo del pasillo era abierta y segundos después cerrada.

— Por quien deberían preocuparse esta al frente de ustedes — dice el rubio atrayendo toda la atención de las personas que quedaban, haciendo que se sorprendan al ver que él estaba dentro de la celda con ellos. Este los miraba con una sonrisa burlesca mientras al mismo tiempo sacaba una espada — usualmente... cuando se trata de estúpidos humanos, hago que los tiren a los demonios rojos, así que... siéntanse privilegiados.

Meliodas avanza un paso, al instante las personas retroceden haciendo que el sonría más — también agradezcan que estaba mi hermano antes, si no hubiera estado... ustedes ya estarían muertos, pero, eso ya no importa — toma a un hombre del cuello y lo levanta — ya que, él ya no esta aquí...

 Después de decir eso, mira al hombre con una sonrisa y lo corta por la mitad, haciendo que el resto de personas griten asustados y quieran más que nunca huir, pero, claramente ya no tenían oportunidad.

De la nada ese lugar se lleno de gritos de dolor y llanto, haciendo que cualquiera que pasara por ahí se devolviera al no querer presenciar el como el rey demonio mataba a esas personas sin compasión alguna.

Meliodas sale de la celda limpiándose la sangre que le salpico a la cara, quien diría que el matar un par de humanos haría que dejara de estar aburrido. Él sonriendo estaba apunto de irse de ese lugar y mandar a alguien a que limpiara ese desastre, cuando vio algo en el suelo que llamo  su atención.

Curioso se acerco para después agacharse y tomar lo que estaba en el suelo — ¿una muñeca...? — alza una ceja mientras se levanta y observa la muñeca de 18 cm con cierta curiosidad. Después de todo, es raro para él ver una muñeca así.

El demonio miraba curioso la muñeca, esta era claramente de porcelana, con un largo cabello plateado, sus ojos eran azules y parecían transmitir un montón de sentimientos que el no entendía y tenia una sonrisa que parecía ser triste, y a decir verdad tenia una bonita figura para ser un muñeca.

— debe ser de esa pequeña — bufa — debería mandar a que la quemen... — dice mientras sigue mirando la muñeca y mueve la cabeza de un lado a otro — no mejor no...

El rubio sale del sótano, aun debatiéndose del que hacer con esa muñeca y estaba tan concentrado pensando en eso que no se dio cuenta de cuando llego a su habitación. Este suspira y entra para dejar la muñeca en la parte más alta de un estante.

— Supongo que por ahora estará ahí, ya después mandare a que la quemen o hagan algo con ella — dice mientras se tira a su cama y queda mirando en dirección a donde esta la muñeca de porcelana.

Apenas se acostó sintió como era invadido por el sueño.
Y tal vez, si no hubiera si do por el gran cansancio que sentía.
Él se hubiera percatado que la pequeña muñeca de porcelana parpadeo lentamente.

Mi hermosa MuñecaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora