Capítulo 1

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Una mañana húmeda y fresca, un campo lleno de flores y animales de granja, el sol empieza a resurgir por los campos de Campisábalos, Guadalajara, España del 2008

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Una mañana húmeda y fresca, un campo lleno de flores y animales de granja, el sol empieza a resurgir por los campos de Campisábalos, Guadalajara, España del 2008.

6:00 am, los gallos cantan, el rocío mañanero empieza a cubrir todo el pastizal; olor a café recién hecho, Leticia preparaba el desayuno en aquél fogón de una antigua casa de adobe con tejas y piso de cemento. Juan recién levantado recurre a tomar un baño antes que terminara de salir el sol.

—¡Buenos días mamá! —decía Juan mientras apresurado paso hacia el patio de la casa.

—Buenos días, hijo.

Como todos los días, y como su padre le había inculcado a Juan, antes y después de trabajar siempre hay que bañarse; la Sra. Timaure —Leticia— preparaba el desayuno con su antiguo radio encendido en la misma emisora de siempre. Annaella aún no despertaba; acostumbra a despertarse 30 minutos después.

Aquél sol resplandeciente cruzaba con el cantar de los pájaros al amanecer, Juan; un joven que acaba de cumplir su mayoría de edad, un poco despistado, muy elocuente y parlanchín. Cabello negro un poco rizado, ojos color miel, dulce y de muy buen corazón como su madre, de estatura regular con su edad, muy llamativo por su sonrisa de dientes chuecos como su padre.

Al terminar de bañarse, Juan se dirige a la puerta de la cocina con la toalla en la cabeza, frotándose la misma para secarla. La madre al verlo mientras sirve el desayuno en los platos y vajilla de barro le dice:

—¿Cómo amaneces, hijo? Ya el desayuno está servido.

—Excelente, mamá —contestó Juan—. Esa agua está realmente helada. Está como pa’ bañar locos.

—Dudaría que el agua se pusiera más fría dependiendo de la persona que se esté bañando de momento, pero aun así creo que acaba de ocurrir una casualidad —dice la madre en un tono de voz bajo haciendo morisquetas con las manos, mientras se sentaba a comer.

Juan se termina de quitar la toalla de la cabeza y queda con el cabello peor que al despertarse.
—¿Cómo dijiste, madre? Que no te escuché —dice.

Leticia levanta la mirada sorprendida.

—¿Yo? No he dicho ni una palabra, más bien, siéntate a comer antes de que se enfríe… Y tu hermana que no termina de despertarse. Igual a su padre. —Exclama.

—Yo subiré a buscarla.

Juan al notar que su hermana no había despertado decidió subir al segundo piso de la casa para buscarla; eran las 6 y 30. Llegando a su habitación con bastante alegría y en acompañamiento del último cantar del gallo. Juan atraviesa la puerta y enciende la luz. Con aquél alboroto salta sobre la cama de Annaella y empieza a gritarle que despierte; rareza fue lo que ocurrió entre bulto de sabanas y el rostro de Juan, no había nada, su hermana había desaparecido.

Asimismo, asustado corre al comedor nuevamente a darle la noticia a Leticia.

—¡Madre, Annaella ha desaparecido! ¡Busqué entre todas sus cosas y no está! —exclamó gritado Juan, asustado y azarado.

Luego de percatarse de que su hermana no estaba, notó que desde la sala de estar provenía una delicada y muy aguda voz, la cual sabía muy bien que le pertenecía a una chica de baja estatura, con la piel tan blanca al igual que una margarita, llena de pecas como si fueran granos de café y de distinguida cabellera rubia que hacía resaltar sus ojos verdosos. Annaella Timaure.

La joven hija del difunto Sr. Timaure, llegó a casa de Leticia hace más de 6 años, tiempo desde el cual vivía con ella y su hijo Juan; una real bastarda. Aunque su personalidad era muy fría y calculadora, con tan solo 17 años no dejaba que su orgullo y su osadía se desaparecieran, pues le encantaba sentirse poderosa, caprichosa y altanera. Muy repugnante ante los ojos de cualquiera que tuviese un corazón generoso. Interesada y en determinados casos, suelen dudar de si su papel sea el de la presa o la cazadora, ya que con la muerte de su padre había sufrido mucho. Aun así, no desistía de su personalidad tan astringente.

―Buenos días, hermanito, ¿cómo amaneces esta mañana? ―dice Annaella con un tono de voz gentil.

―¿Annaella? Pero… ¿Cómo es que…? Si tú no estabas…

―balbucea Juan con los nervios de punta y el corazón acelerado.

―¿En serio crees que iba a desaparecer así como así? ¿Sin dejarle un pequeño recado a mi hermosa familia? No. ―Negó rotundamente con la cabeza y se sentó a desayunar luego de servirse una taza de café.

Leticia había terminado de comer hacía unos momentos atrás y ahora se encontraba en el patio trasero de la casa dando de comer a las gallinas y demás animales del criadero. Posteriormente, Juan, un poco más calmado, toma asiento frente de su hermana para empezar a comer.

―Ahg… Ana, tú y tus famosas bromas de siempre andar asustando a todo el mundo. Eres una muchachita muy traviesa ―frotando la cabeza de su hermana, se levanta para dejar parte de la comida.

La chica quejándose por los mimos de su hermano, pierde el apetito y se levanta de la mesa.

De camino al fregadero, Juan, con plato y taza en manos, nota que Annaella había dejado la mayor parte de la comida, se dispone a rebatir.

―¡Caramba! ¿Anaella sin hambre? ¿No será que anda escondiendo algo?

―Por favor, Juan, ¿qué podría estar escondiendo una dulce niña como yo? ―lo dice mientras observa fijamente a su hermano.

―Bueno, yo no sé, no sé nada ―se da la vuelta para ir a ayudar a Leticia.

―Aunque…

Juan voltea rápidamente al escuchar la duda de su hermana, se acerca a ella y proyecta su mirada en sus labios.

―Aunque… ¿qué, Ana?

―Pues, sabes el significado de violación, ¿verdad, hermanito? ―se acerca hacia él justo hasta llegar a estar muy cerca de sus labios.

―Emnm… pues sí, creo que sí, sí… lo sé ―su voz empieza a tornarse frágil y nerviosa al notar la aptitud que había optado Ana.

―Y también sabes que no puede considerarse una violación si la víctima fue la que  incitó al acontecimiento, ¿cierto? ―se acerca aún más a él hasta encontrarse con la pared más cercana.

―Ok, Ana, ¿a qué se debe esta explicación?

El muchacho podía sentir como el sudor frío resbalaba por su nuca mientras su hermana no paraba de acercárcele. Estaba realmente asustado, nervioso y con los pelos de punta.

―Pues ayer estuve leyendo un libro de leyes y actos penales, muy interesante realmente, me llamó la atención y quería compartir ese dato contigo… Por cierto, esta mañana recibimos un telegrama del gobernador anunciando que ploclamará a su hijo como el único y legítimo heredero de su familia ―Ana volvió a darse vuelta mientras fregaba la vagilla y continuaba hablando sobre cosa y media que se le atravesace por la mente.

Café olor a RosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora