Siendo casi la 1, aquella tarde calurosa, con el hermoso sol más resplandeciente que cualquier día, unos hermosos y delicados cabellos rojizos brillaban en aquel campo de rosas, la piel más blanca que un mismísimo copo de nieve, relucía como un verdadero destello, María Rosa haciendo lo que acostumbra todos los días, ya que las rosas le recuerdan a su madre suele acariciar la rosas que aún no han terminado de florecer, recoger las que están completamente listas para venderlas y algo muy peculiar como es cantar mientras arranca las rosas marchitas debido que su madre le cantaba a ella y a su hermana María Laura cuando alguna de las dos tenía una pesadilla.
Juan desde el sembradío de su hogar, usando una camisa blanca que estaba llena de tierra y sudor, miraba aquella perfección sentada, admirando las rosas con angelicales gestos. Se encontraba aquel muchacho atónito de tanta belleza la cual estaba mirando, estaba con una herramienta bajo un árbol, "descansando" mientras que casualmente no lejos del sembradío se posó aquella muchacha que fugazmente le encendía el corazón a Juan, y tomó la iniciativa de sentarse a ver lo que hacía.
Por otra parte, dentro de la casa en uno de los cuartos se encontraba completamente disgustada la Sra. Leticia, recostada sobre el espaldar de su cama de madera leyendo el telegrama que había llegado esa mañana.
«7:30am 28/06/2008.
Comunicado
Telegrama dirigido a los ciudadanos del querido pueblo de Campisábalos. Un cordial saludo y muy buenos días a todos.
Hoy a partir de las 2:00 de la tarde estaré en la gran plaza central, compartiendo mi felicidad hacia ustedes por condecorar a mi hijo como el futuro heredero de la familia Velásquez, así como también anunciar nuevos lineamientos provinciales hacia ustedes, los esperamos, muchas gracias.
El máximo gobernador de Campisábalos,
Enrique Alberto Velásquez Fuenmayor.»
Al terminar de leer, con un disgusto grande y un pequeño nudo en la garganta, pues la nostalgia la estaba llevando a la locura, Leticia tomó el comunicado y lo arrugó hasta romperlo, se levantó de su cama y la rabia dejó que se consumiera, lanzando el telegrama por la ventana.
Annaella luego de tomar una ducha y luciendo un vestido de seda color azul cielo, unos pequeños pendientes plateados y zapatillas negras, se encontraba frente a su tocador, peinando sus largos y lisos cabellos rubios. Su madre sale del cuarto cerrando la puerta con fuerza, lo que provocó que se le cayera de las manos el cepillo debido al susto. Lo tomó del suelo para salir del cuarto y toparse con su madre cuando se disponía a dar el primer paso.
―¿Mamá? ¿Qué ocurre? ―preguntó Annaella muy preocupada al ver la cara de tragedia de su madre.
Su madre no contesta a las preguntas que hace Ana y solo sigue su camino hasta la cocina. Annaella sin entender nada la sigue hasta llegar al comedor.
―¡Mamá! ¡Madre!
―Dime, ¿qué haces tan arreglada, Annaella? ―inquiere Leticia mientras termina con su vaso de leche en el comedor.
―Madre, mira el reloj, ya casi son las 2 de la tarde; vamos llegar tarde a la condecoración del gobernador ―lo dice con el cepillo tomado con ambas manos en su espalda, mientras se tambaleaba de lado a lado, muy risueña con una mirada brillante.
―No iremos a ningún lado, Annaella. Ni tú, ni ninguno de nosotros tenemos nada que escuchar del gobernador. Además, tú nunca dejas de ser entrometida, no debiste leer la correspondencia ―niega rotundamente mientras la miraba.
Su voz se tornaba ronca al hablar.
―Pero mamá, va a estar el hijo del gobernador ―lo dice mientras forma un pequeño berrinche.
―No iremos a ninguna parte y lo dije con mucha claridad, así que, Annaella de los Ángeles, ve a tu cuarto a quitarte esa ropa ―la voz se torna un tanto altanera y prepotente de parte de Leticia.
Ana al ver que su madre no la dejaría ir sola, ni tampoco iba a ir con ella, hizo su último berrinche y de forma rebelde dejó el cepillo en la mesa para luego salir hasta la parte delantera de la casa y sentarse en el porche frente a la calle donde se encontraban unos niños jugando.
***
Rosa luego de terminar con su labor, se levanta del campo y al ver la hora corre apresuradamente a alistarse, para ir a la ceremonia.
Juan, en el otro extremo, puede notar lo apurada que se veía la chica con su canasta de rosas, lo que le pareció un poco extraño hasta que también se dio cuenta de la hora que era. Se levantó del pie del árbol y corrió hasta el granero a guardar las herramientas.
Entró a la casa con el paso rápido y sin percatarse que su madre estaba en la sala.
―Juan Alberto ―dice Leticia con una voz firme mientras se encuentra sentada en la mesa de la sala leyendo unas revistas de comida.
Juan voltea rápidamente y se da cuenta de la presencia de su madre, por lo que se dirige hacia ella.
―Sí, madre, dígame.
―¿A dónde va tan apresurado, muchacho? ―pregunta Leticia, posando sus lentes en la punta de su nariz, asimismo, bajando la revista mientras levanta la mirada.
―Tenemos que ir a la ceremonia del gobernador, mamá. Ya es la hora.
Debido a la rabia, combinada con la tristeza, al ver la mirada tan ingenua y pulcra de Juan, a Leticia se le forma un nudo en la garganta; se posaba nerviosa y con voz un poco ronca.
―Oh claro, sí; es la hora, me encontraba muy concentrada en estos recetarios y no me percaté del reloj.
―Sí, mamá, debes de ir a alistarte, yo voy a tomar una ducha rápida para sacarme toda esta tierra.
―Está bien; pero antes buscaré a tu hermana que fue donde los vecinos a llevarles el pedido que nos encargaron.
Mientras que Annaella en las afueras de la casa frustrada y malhumorada por el regaño de su madre, escucha que Leticia la llamó desde la sala, lo cual para ella no le interesaba mucho, se levantó de donde se encontraba para que repentinamente cayera dentro del porche la pelota de los niños que se encontraban jugando, ella al darse cuenta no estaba de su agrado entregarles la pelota ya que se encontraba molesta; se acercó para recoger la pelota y la lanzó con fuerza hacia el techo de los vecinos. Inmediatamente los niños molestos comenzaron a gritarle mientras se alejaban, ella al voltearse para ir a dentro puede notar una hoja arrugada que al recogerla del césped observa que es el telegrama que le había enviado el gobernador esta mañana, sorprendida y un poco confundida, vuelve a escuchar el llamado de su madre, y sin pensarlo guardó el papel en el bolsillo derecho de su vestido para correr hasta donde se encontraba Leticia.
Leticia llena de rabia terminando de alistarse en su cuarto, llega Ana y con un rostro aún más sorprendido.
―Dime, madre ―dice Annaella mientras llegaba al cuarto, un poco confundida al verla arreglada y lista para salir.
―Termina de alistarte que nos vamos a la ceremonia de la plaza.
Al escuchar esas palabras provenientes de Leticia, la felicidad y el entusiasmo volvieron al cuerpo de Ana; su mirada volvió a ser cristalina y asintiendo con su cabeza mientras se mordía los labios por la felicidad, vuelve corriendo a su cuarto para terminar de peinarse y alistarse.
Juan, muy exaltado y feliz de haber visto a la hermosa chica en los rosales, creía que podría encontrársela en la ceremonia, por lo que también casi saltaba de felicidad; se colocó la mejor ropa de su armario, estaba muy perfumado.
Posteriormente, al estar todos listos, muy felices, excepto Leticia, dispusieron a salir tomando las llaves de la casa. Leticia con miedo, furia y melancolía cerró la puerta y comenzó a caminar junto a sus hijos, rumbo a la plaza central del pueblo.
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Café olor a Rosa
TeenfikceLas historias que conocerás al adentrarte en esta novela hablan sobre la definición del verdadero amor que se vive en el campo y las consecuencias que trae consigo cada vez que el sol decide posarse sobre el llano. Rosa, aquella típica chica de ojos...